Camperadas
Los arreos de montar
 
 
Quienes han estudiado este tema, como Justo P. Sánchez, Agustín Zapata Gollán, Fernando Assuncao y otros, coinciden en que influyeron notablemente en América las dos grandes escuelas de equitación vigentes en España al momento del descubrimiento: éstas eran la de la jineta y la de la brida.

«La silla de jineta era de hechura cuadrada, de gran fortaleza, de dobles arzones entre los que el jinete iba como encajonado. Muy alto el arzón delantero impide que el jinete salga por encima de él aunque se halle erguido sobre los estribos, que en la silla de jineta se llevaban cortos y se estribaba como los jockeys modernos.»

«La silla de brida también llamada estridote, tenía bajo el fuste posterior un pequeño pomo de arzón; el asiento bien mullido y los estribos largos, de manera que el jinete estribaba como nuestros criollos».18

La equitación de la jineta fue introducida en España por los moros o bereberes llamados «exenetes». De esta escuela, que fue la que más prevaleció en América, heredó nuestro hombre de campo la manera de conducir el caballo con una sola mano, camo así también la mayoría de las piezas que conforman su apero. De la brida tomó la estribada más larga y la montura con arzones más bajos. De cualquier manera ambas escuelas sufrieron modificaciones y adaptaciones a través del tiempo, de acuerdo a las necesidades propias, topografía del terreno y características del trabajo ganadero.

Resulta ilustrativa también en esta materia la iconografía ya mencionada del Padre Paucke, donde nos muestra, entre las labores talabarteriles de los indios mocovíes, las monturas que fabricaban para los españoles y los bastos de chorizo para los indios, verdadero origen estos últimos del recado de bastos. También se ven estribos de botón o palo para estribar entre los dedos, cabezadas y riendas trenzadas, maneas, espuelas de rodaja y acicate, carona de tigre, lazo y boleadoras.

Con estos antecedentes podemos reconstruir aproximadamente el recado o apero del gaucho santafesino de esa primera época. Como silla, mezcla de las escuelas de jineta y brida, el llamado «lomillo» de uso general en todo el Río de la Plata. Era ésta una montura de arzones o cabezadas delantera y trasera, tal como la presenta el grabado del P. Paucke. Obsevamos en él que una de las sillas tiene el arzón trasero más abierto en forma de peineta, para mayor comodidad del jinete; podría ser éste un antecedente de la actual montura Sanjavielera, típicamente santafesina, y que se fabrica en la zona de Malabrigo y San Javier desde fines del siglo pasado. Sobre ella volveremos oportunamente.

El citado lomillo se construía con bastos rellenos de junco, arzones de madera y el todo retobado o forrado de cuero vacuno curtido o crudo. con faldas que sobresalían por ambos costados. Poseían accionera con ojales o argollas de donde se colgaban las estriberas que sostenían los estribos. Quienes podían, adornaban esta silla enchapando con plata ambas cabezadas.

Debajo del lomillo y encima mismo del pelo del animal iban las bajeras o sudaderas, también llamadas matras, que servían a la vez de blandura para el lomo y esponja para absorber el sudor del caballo; tejidas de lana en los telares del norte mediterráneo y los suficientemente grandes como para que se usaran dobladas en cuatro partes. Entre las bajeras y la silla se ponían caronas de cuero de vaca crudo o curtido, que impedían el paso del sudor a la montura, ala vez que corregían las posibles imperfecciones de los bastos. Todo esto se ajustaba con una cincha compuesta de encimera y barriguera, ambas de cuero crudo, con dos argollas cada una en ambos extremos, por donde pasaban los correones que apretaban o aflojaban la montura, según el caso.

Sobre la montura se ponían los pellones o cojinillos de cuero de oveja o hilo y, el que podía, un sobrepuesto de cuero de carpincho o ciervo, como también de paño o terciopelo bordado. Ajustando estas piezas iba una sobrecincha del mismo material que el sobrepuesto y que terminaba en dos argollitas en cada extremo por donde pasaba el correón que la ajustaba.

Los estribos eran de botón, palo o hueso, en caso de estribar entre los dedos, como lo ilustra el P. Paucke; o también de hierro, con forma de corona invertida, también llamados de campana; los pudientes los usaban de plata y asímismo los pasadores de las estriberas.

Las espuelas eran las de hierro llamadas «nazarenas» por su gran rodaja de siete a doce púas que semejaba la corona de espinas del Nazareno.

Pesadas, de grueso arco y rodete, se usaban comúnmente «destalonadas», esto es colgando por debajo del talón, sostenidas del empeine por un tiento o cadenilla llamada «alzaprima». Como en el caso de los estribos, aquellos que estaban en condiciones, usaban espuelas de plata labradas, con las cadenas y cadenillas del mismo metal.

Frenos, cabezadas y riendas eran las de la «jineta», o sea que se manejaba el montado con solo dos riendas tomadas en una sola mano; a diferencia de la «brida» que llevaba cuatro riendas manejadas a dos manos, como se estila aún en la equitación de alta escuela.

El bocado o freno era el denominado de candado o mulero, también de estilo jineta: de hierro, con barbada circular de aro, puente alto y pontezuela fija uniendo las dos patas laterales, curvadas en forma de S. Las riendas y cabezadas de cuero lonjeado y sobado a maceta, con argollas comúnmente en las presillas y adornadas con botones, bombas, pasadores y sortijas esterilladas de finos tientos, según la mayor o menor maestría del artesano guasquero que las confeccionaba. Había quienes usaban estas prendas de plata u oro enchapado, o bien con «alma» de cuero y bombas o pasadores de metal.

En esa época no se usaba el bozal, pero sí fiador que es el antecesor de aquél. El fiador era un anillo que se llevaba en el pescuezo del animal, con una frentera para que no se corriera hacia atrás. En la parte inferior del anillo, debajo de la garganta, pendía una argolla donde se abrochaba el cabestro o cabresto, para atar al caballo al palenque o llevarlo de tiro. También se colgaba la manea del fiador y en los aperos de lujo, en que esta prenda estaba enchapada en plata, solía colocarse un adorno en la parte inferior, consistente en una esfera del mismo metal, cincelada con distintos dibujos y de la cual pendía la argolla. Se usaba asímismo una media luna en lugar de la argolla, con las puntas para abajo, sin duda reminiscencias de la dominación morisca en España. Los fiadores comunes, que no eran de lujo, estaban confeccionados con una lonja fuerte de cuero crudo sobado, realzados con esterillados de tiento.

Para que el recado no se corriera hacia atrás, hacia las verijas, se empleaba el pretal o pechera, que pasaba por el pecho del animal y se agarraba a la montura o la cincha con una lonja de cada lado prendida con botones.

A la inversa, para que no se corriera hacia adelante, a los sobacos, se usaba la baticola, que pasaba por detrás y debajo de la cola, sujeto el otro extremo a la montura en una argollita que iba colocada en el medio del arzón trasero.

El rebenque fue otra prenda de la que el gaucho no se desprendía cuando montaba a caballo. El más común fue el denominado de «argolla», pues llevaba este adminículo en la parte posterior y por ella pasaba el tiento o candenilla que servía de manijera. El cuerpo del rebenque era más corto que los actuales, constituido generalmente por un caño de metal, de plata en los lujosos, que encerraba dos lonjas plegadas, las cuales pasaban por la argolla y sobresalían en el otro extremo del caño formando la «azotera» o «zotera». Ambas lonjas, unidas por doble costura, eran de un largo mayor que el cuerpo del rebenque. Dado lo corto del mismo, se usaba tomándolo de la manijera y no del cabo; de esta manera se aprovechaba mejor su peso para castigar con mayor fuerza. En caso de necesidad o fuerza mayor servía como arma defensiva, dándolo vuelta, arrollando la zotera en la mano y golpeando con el cabo y la argolla.

También se usó el arreador, confeccionado con un cabo de madera retobado en cuero o enchapado, con una argollita en el extremo superior donde se abrochaba una trenza de media brazada de largo, hecha con cuatro tientos que terminaban en una azoterita larga y delgada de una sola lonja. El arreador se empleaba en las tropas para ir castigando los animales o bien haciéndolo chasquear en el aire para animar la marcha de las reses. Lo utilizaban primordialmente quienes poseían cierta jerarquía de mando, como Mayordomos y Capataces, constituyéndose así en atributo de rango.