Camperadas
La doma o amanse
 
 
Superado el proceso de la castración llega la época de la doma. Como se ha escrito mucho y bueno sobre la mejor forma de amansar el yeguarizo, no voy a insistir en el tema, remitiéndome a la profusa bibliografía existente. Sólo agregaré una observación, una apreciación personal que considero importante para quienes están en la tarea de obtener buenos caballos de andar.

Ante todo digamos que indudablemente el aporte hereditario o genético cuenta en una buena proporción, es un factor de suma importancia de las cualidades funcionales del yeguarizo. Hay condiciones que se transmiten de una generación a otra como el temperamento, la docilidad, la seguridad de patas, la resistencia, los buenos aires en el andar, etc. etc.

También se transmiten los defectos, que pueden ser la carencia de las cualidades mencionadas u otros distintos. Cualquiera que lleve unos años en la cría de yeguarizos habrá podido observar cómo los hijos de un padrillo determinado salen todos o casi todods con un mismo tipo de cualidades y defectos. También entre las yeguas de una misma manada es fácil que haya algunas que se destaquen sobre las otras por los caballos sobresalientes que producen. Cuando se tiene más de una manada, o se cambia de padrillo periódicamente, es notable la diferencia en las condiciones funcionales entre los hijos de uno y otro padre.

La herencia se observa funcionalmente según la raza de que se trate. Así en los pura sangre de carrera es conocido cómo se transmite la condición racial principal: la velocidad; en los de polo, su aptitud para ese deporte; en la raza criolla, la adaptación para las tareas camperas. En ocasiones, cruzando las razas se obtienen también genéticamente resultados extraordinarios. Tuvimos un padrillo Criollo, origen de El Cardal, que además de dar sobresalientes caballos de trabajo, cruzándolo con yeguas Anglo Argentinas, produjo caballos y yeguas de polo tan buenos o mejores que los puros A. Argentino.

La importancia entonces del factor hereditario en las condiciones funcionales del caballo de silla, es innegable. Pero de nada valdrían ellas si el hombre no las supiera aprovechar en su faz positiva y corregir en su faz negativa. Considero que la mano del hombre en la tarea de hacer caballos significa otro tanto, si no más, que las condiciones genético funcionales que trae por herencia el animal. Y al hablar del aporte del hombre me refiero, no solamente a la tarea del domador que amansa apropiadamente al animal y lo entrega de freno con algunas aptitudes más o menos aprendidas para las tareas camperas, sino también al que recibe el caballo de ese domador y continúa hasta culminar el trabajo de hacer un montado. Normalmente al domador le lleva un año entregar un caballo manso de freno y de lazo, que son las dos condiciones estipuladas corrientemente en las estancias. De su habilidad y condiciones depende que el animal se entregue más o menos hecho, pero con seguridad que, en la mayoría de los casos la tarea de adiestrarlo y terminarlo, la debe continuar el que lo recibe para su monta. Por bueno que sea el domador es difícil que en un año consiga sacarle a relucir todas las cualidades que el animal lleva ocultas en su naturaleza, o corregir totalmente los defectos. Por eso doy tanta importancia a la mano del jinete que recibe como montado el caballo recién entregado. He visto transformarse en «pingos» caballos que no valían nada recién amansados; apáticos o pachorrientos como se dice en el norte, lerdos en el rodeo, torpes para trabajar y otros defectos propios en caballos nuevos que, aunque bien amansados y enriendados, les falta aprobar otro curso de adiestramiento campero. Sin duda que el factor hereditario cuenta también en esta etapa: se va a hacer más facilmente caballo el que posea antecedentes genealógicos destacados en la función específica; pero de nada valen tales antecedentes si el maestro de este segundo curso, al igual que el domador, no es un hombre conocedor del yeguarizo, paciente, campero y enérgico a la vez: un jinete cabal.

Es bueno que una sola mano lo siga durante un largo tiempo hasta que el animal esté hecho; no conviene que cambie de monta a menudo, porque así no aprenden nada y sólo sirve para criar mañas.

En muchas estancias del litoral norte se ha seguido y se sigue aún la costumbre de darle a cada peón dos o tres potros por año para que los amansen y los hagan sus montados. En principio se respeta así lo que podríamos llamar «un derecho al montado» puesto que nadie se lo puede quitar mientras trabaje en la estancia. Además todo peón nuevo debe amansarse sus montados para poder trabajar.

Se obtienen así excelentes resultados en mansedumbre y adiestramiento, al potro se lo amansa con paciencia y sin golpes puesto que se va a convertir en montado del domador. Se cumple la sentencia de José Hernández:


«Ansí todo el que procure

tener un pingo modelo

lo ha de cuidar con desvelo

y debe impedir también

el que de golpes le den

o tironeen en el suelo»

(«Martín Fierro» cantos 1431 a 1436)


El yeguarizo es animal muy sensible y nervioso. Sus reacciones bruscas, sus mañas son generalmente consecuencias del temor, del miedo. No hay yeguarizos propiamente «malos», la maldad está por lo general en el hombre que no sabe tratarlo y ganarse su confianza. El miedo, el temor es lo que lo hace reaccionar en forma defensiva corcoveando, pateando, manoteando o mordiendo. Cuando ese temor se hace inveterado, caso de los reservados, difícilmente se recupera. Por eso es tan importante en los primeros años de doma hacerle perder el miedo al hombre. El jinete debe imponerse al yeguarizo, pero no por el rigor sino por la paciencia y la inteligencia. Tampoco debe demostrarle temor, porque éste se transmite instantáneamente de caballero a caballo:


«El animal yeguarizo

(perdónenme esta advertencia)

es de mucha concencia

y tiene mucho sentido;

es animal consentido,

lo cautiva la paciencia.»

(«Martín Fierro» Cantos 1449 a 1454)


No pretendo echármelas de domador, ni menos de maestro en este difícil arte. Estas observaciones son fruto de andar uno también muchos años lidiando con el yeguarizo, ganando unas y perdiendo otras. He montado, a Dios gracias, fletes sobresalientes, como aquél que le hacía decir al finado Fierro: «Cuando me hallo bien montado/ de mis casillas me salgo». Me he dado cuenta también de que con paciencia e inteligencia, de un mancarrón se hace un pingo; pero así mismo he aprendido que los bellacos, los sobones, los mañeros, lo son más por culpa del jinete que del pobre animal al que cargamos de adjetivos.