Historia Constitucional Argentina
4. Federalización de la ciudad de Buenos Aires
Sumario: Federalización de la ciudad de Buenos Aires. Debate sobre las consecuencias para el régimen federal. ¿En qué consistió el pacto de caballeros a que arribaron Avellaneda y Moreno? Por empezar, para satisfacer el orgullo del pueblo de Buenos Aires, se admitió que el desarme de sus «rifleros» no fuera efectuado por jefes del ejército nacional, sino por el comandante de las fuerzas tejedoristas, Mitre, evitándose todo tipo de ostentaciones, como desfiles de las tropas nacionales por las calles de la ciudad rebelada. Tejedor se alejaría de la gobernación pero renunciando «voluntariamente» a su cargo; asumiría Moreno y De aquí en más se asiste a una serie de maniobras de Roca que disiente con esta solución. Quiere ser presidente con todo el poder efectivo, y no está dispuesto a ser «huésped» de Moreno. Comienza a moverse: los diputados nacionales roquistas en Belgrano dejan cesantes a todos los colegas que se han quedado en Buenos Aires, alegando que éstos han abandonado sus puestos; se incorporan a Mientras tanto, se va planteando la cuestión del futuro asentamiento de las autoridades nacionales. Roca, que durante toda esta crisis estuvo en Rosario, va evaluando la posibilidad de hacer de esta ciudad la capital de El ministro de guerra, que como todo buen porteño no quería que la capital saliera de Buenos Aires, propuso que se federalizaran algunas manzanas alrededor de la plaza de Mayo: esa sería la capital de El Congreso rechaza su renuncia y entonces Avellaneda decidió retirarla, y pretendió darle a Moreno, como única satisfacción a la amistad que los unía, el veto de la sanción del Congreso disolviendo Según D’Amico, fue Juan José Romero quien convenció a Roca que llevar a Rosario la capital lo transformaría en un cuasi-presidente 626. Roca sopesó el problema: si la provincia de Buenos Aires continuaba reteniendo su ciudad capital, el gobernador de ella tendría más poder que un presidente gobernando a Avellaneda envió al Congreso un proyecto federalizando el municipio de Buenos Aires. El Congreso aprobó la federalización en septiembre, y por iniciativa de Pizarro otras dos leyes más. La primera convocando a una convención constituyente que reformaría No fue necesaria la enmienda constitucional. El 26 de septiembre hubo elecciones de miembros de Debate sobre las consecuencias para el régimen federal En el senado provincial no hubo oposición. En la cámara de diputados de la provincia, Leandro N. Alem, que había querido ser elegido diputado provincial, precisamente para oponerse a la cesión de Buenos Aires, pronunció un histórico discurso. Puntualizó la contradicción de su propio partido autonomista, que habiendo nacido a la vida pública por negarse a la federalización de Buenos Aires, ahora era el que impulsaba la medida. Agregamos nosotros que el nacionalismo de Mitre, que en 1862 se jugó por la federalización, ahora se oponía, con lo que ya puede irse barruntando cual era el principismo de esas fuerzas que, tratándose de algo fundacional para su ideario, votaban de una manera cuando estaban en el llano y de otra radicalmente distinta cuando detentaban el poder. Alem señala que esa Legislatura no tenía autoridad moral para dar un paso tan trascendente, por haber sido elegidos sus miembros bajo estado de sitio e intervención federal. Deja sentado que para el régimen centralista y unitario, la capital en Buenos Aires era necesaria, pero que en cambio para el principio democrático y el régimen federal, entrañaba «gravísimos peligros». Acude a la historia nacional para fundamentar este aserto. Augura la dictadura como consecuencia de la federalización. Por Alem nos enteramos de uno de los argumentos que pesaban en el ánimo de los políticos para decidir la grave cuestión debatida, y que no aparece sostenido ostensiblemente: «Si la capital de Alem asienta, además, la idea de que la capital en Buenos Aires concluiría con el federalismo: «Yo reconozco que ha sido la capital de la monarquía y del círculo unitario, cuyo jefe era el señor Rivadavia. Tampoco son un misterio las ideas monarquistas de estos señores... tal vez comprendían que en un gobierno monárquico o aristocrático, ellos harían la clase privilegiada y siempre directa de los negocios públicos. Pero no obstante sus altas condiciones, sus ideas y sus tendencias fueron vencidas siempre por esas masas populares, que procediendo al impulso del sentimiento íntimo de la libertad que se despertaba en su naturaleza vigorosa, salvaron el principio democrático y la revolución emancipadora, negándose a recibir un nuevo dueño»628. Lo más valioso de aquella profética exposición del futuro líder radical, está en estas palabras: «...aquí vendrá todo lo que valga, se centralizará la civilización y, ¿saben los señores diputados lo que esto significa? El brillo, el lujo, la ilustración, la luz en un solo lugar, y la pobreza, la ignorancia, la oscuridad en todas partes. Y ya vendrán también aquellas odiosas e irritantes distinciones, con sus funestas consecuencias sociales...». Y en una segunda intervención agrega: «No lo dudo; aquí vendrán todos los que valgan y todos los que aspiren, privando a sus respectivas localidades de su eficaz cooperación, y aquí vendrán muchos de ellos a vivir del favor oficial y a corromperse, porque la vida en las grandes capitales es muy costosa, y no todos los espíritus tienen un alto temple. Aquí estará todo el brillo, toda la riqueza, todo el talento...»629. A la postura opositora de Alem habría de salirle al cruce José Hernández. Un José Hernández aparentemente divorciado de aquél que tan bien sintiera y expresara el drama de la raza perseguida por los dueños de Buenos Aires. Este José Hernández estima que en la cuestión discutida «debe tomarse en consideración también la opinión del comercio extranjero»; expone «que el partido federal era favorable a esta capitalización y que el unitario no lo era»; que la federalización de Buenos Aires era «la confirmación y afianzamiento de las instituciones federales»630: que Buenos Aires tenía «derechos ineludibles, imprescriptibles a ser el asiento de las autoridades nacionales». Un José Hernández demasiado preocupado por las pérdidas experimentadas por los inversionistas extranjeros, debido a la última revolución, y que dice: «¿Y habrá alguno de mis honorables colegas que no vea los peligros, los perjuicios, los males que traería al comercio y al progreso de La exposición de Alem fue inútil. También la cámara de diputados de |
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