Viaje al Plata en 1861
Prólogo
El “descubrimiento”, por parte de la bibliografía argentina, de los viajeros extranjeros que visitaron nuestro país en el siglo XIX y dejaron en libros sus impresiones y observaciones de hechos y costumbres, tipos y paisajes, pertenece, casi enteramente, al primer tercio del siglo que vivimos. Con excepción de unos pocos de aquellos libros que adquirieron, por razones distintas, notoriedad inmediata, es raro ver citados por nuestros escritores de la centuria obras que hoy son populares en versiones a nuestra lengua. Algunos de los oficiales ingleses que participaron en las invasiones de 1806 y 1807 y publicaron sus memo” rías de expedicionarios, fueron consultados por los historiadores de aquellos episodios. La contribución bibliográfica de los viajeros, casi exclusivamente ingleses, durante las guerras de la independencia, tiene el valor destacado que Mitre señaló en un párrafo de su Historia de San Martín: “Es curioso observar que en su larga carrera nunca le faltó a San Martín un inglés observador por testigo, para comprobar el dicho que allí donde sucede algo notable en el mundo, allí está presente un inglés: en España, lord Macduff; en San Lorenzo, el viajero Robertson; en Mendoza, Santiago y Maipú, Haigh, portador accidental del parte ensangrentado de la batalla; en Lima, el famoso marino Basil Hall, que ha dejado el precioso medallón que lo representa bajo nuevo aspecto en un momento histórico, y Stevenson, secretario de Cochrane, que a la par de éste lo ha difamado”. La lista puede ser ampliada con otros “testigos” del mismo origen: Robert Proctor y John Miers, en Mendoza; Mary Graham en Valparaíso y Guillermo Parish Robertson —hermano menor del espectador y cronista de San Lorenzo— en Buenos Aires, sin contar las memorias de un compañero de armas como el general Miller. Sarmiento en Facundo, antes de conocer personalmente las pampas y el trópico de su país, extrajo epígrafes para los capítulos primero y tercero de la versión francesa del libro de notas pampeanas del capitán F. B. Head (Londres, 1826), y en el capítulo duodécimo, al presentar el paisaje tucumano citó la descripción del capitán Joseph Andrews en su libro de viajes por América durante 1825 y 1826 (Londres, 1827). Posteriormente, en ocasiones varias, nombró a otros viajeros, sin detenerse especialmente en ellos. Pero ni Sarmiento ni sus contemporáneos, con excepción de un bibliógrafo americanista de la talla del general Mitre, debieron de suponer el caudal y la diversidad de los testimonios de la vida argentina, sepultos en obras ignoradas, muchas de las cuales mantienen aún la comunicación limitada de su lengua original. La traducción y difusión de una decena de dichos viajeros o expedicionarios en la biblioteca de “ Ya eran conocidos en español un Darwin, un Mantegazza, y fragmentos de algún libro que tentaba con todo lo que no había trasvasado de su texto original. En corto tiempo, las ediciones populares en lengua española de las obras de Haigh, Andrews, Head, Proctor, Robertson. Gillespie, Brackenridge, Temple, todos “testigos” de Simultáneamente se inició la busca afanosa de las ediciones originales por parte de bibliófilos y coleccionistas. Los libreros de lance husmearon el negocio. En remates de valiosas bibliotecas se encarnizaba la puja cuando se producía el “hallazgo”. Los libreros americanistas de Buenos Aires y del interior disputaban la pieza a sus propios clientes, seguros de valorizarla en el estacionamiento de los sótanos. Los catálogos de las librerías anticuarías de Londres, Leipzig, Amsterdam, eran solicitados, minuciosamente leídos y anotados por quienes se apresuraban a conquistar a algún distante reaparecido, felices de creerse adelantados a morosos rivales Quedan, mientras tanto, numerosos viajeros inaccesibles para el lector argentino que ignora su lengua. Elegir los de mayor interés, dar a sus páginas vestidura castellana y anotarlas, si es posible, con informaciones ilustrativas, será tarea paciente, a veces fastidiosa, no siempre recompensada, pero de generoso propósito e incalculable utilidad. Cuando el traductor es un conocedor profundo de nuestra historia y a la vez historiador y escritor de relevantes cualidades, aquella tarea se torna abnegada en su voluntaria humildad; mas el resultado beneficia con aportación excepcional a nuestra bibliografía histórica y costumbrista. Y tal es el caso del traductor de este libro. Serio investigador, autor de notables trabajos principalmente relacionados con hechos y personajes de su región nativa, ex catedrático de las universidades del Litoral y Buenos Aires, José Luis Busaniche es un espíritu probo, independiente y penetrante. Su obra histórica, documentada con rigurosa disciplina, ofrece el ejemplo, nada común en nuestro medio, de una expresión clara y precisa, de un estilo sobrio y flexible. En veinte años de labor firme y sin teatralidades lleva traducidos y anotados ocho libros del francés y el inglés. Inició esas contribuciones desinteresadas en 1935 con Cinco años en En 1939, el mismo traductor puso en castellano la obra de un negociante inglés, William Mac Cann, Two thousand miles ride through the Argentine Provinces, Londres. 1853, bajo el título Viaje a caballo por las Provincias Argentinas. El viajero había llegado en En 1941 apareció José Miguel Carrera, traducción de una olvidada memoria escrita por Witliam Yates —oficial irlandés que había servido a las órdenes del chileno de aquel nombre en nuestras guerras civiles de 1820 y 1821—, memoria que figura en el Apéndice del famoso Journal (1824) de Mary Graham con esta denominación: A brief Relation of Facts and Circumstances connected with the Family of the Carreras in Chile; with some Account of the last Expedition of Brigadier-General Don José Miguel Carrera, his Death, etc., by Mr. Yates. El “Diario” de Mary Graham había sido traducido al castellano en 1909, sin el apéndice, y cuatro años después La traducción de Domínguez, titulada Extracto, había aparecido un cuarto de siglo antes en Yates era un apasionado admirador de Carrera y las dieciocho páginas iniciales de su trabajo se ocupan de la vida del personaje antes de 1820. Esas páginas son las únicas suprimidas por el doctor Busaniche, debido “a que contienen tan abundante copia de errores históricos y éstos alteran a tal punto la sucesión cronológica de los hechos, que hubiera sido menester un exagerado número de notas para rectificar los tropiezos del autor”. Las reemplaza con un extenso y pormenorizado relato de su propia pluma, que es, al mismo tiempo, un nítido y muy completo cuadro histórico de aquellos años enardecidos. La versión aparece también muy enriquecida por notas que muestran detallado conocimiento de los sucesos y que en casi todas las páginas aclaran, rectifican o amplían el texto original. Le siguió la de los Travels in South América during the years 1819-20-21, de Alexander Caldcleugh, quien vino a Río de Janeiro acompañando al ministro inglés en la corte portuguesa del Brasil, en 1819, y que dos años más tarde llegaba a Buenos Aires y atravesaba el país por el camino de postas para dirigirse a Mendoza y continuar a Chile. De las setecientas cincuenta y tres páginas que forman los dos tomos originales de 1825, o sea diecinueve capítulos, ocho de éstos —trescientas de aquéllas— corresponden a Al mediar el siglo visita Buenos Aires el escritor francés Xavier Marmier. Narrador ágil, traductor de Goethe y de Hoffmann. catedrático de literaturas extranjeras en la universidad de Rennes, también es viajero ávido y curioso, como lo atestiguan sus libros Lettres sur Dos tomitos atrayentes, Lettres sur l'Amérique (1851), lo relatan con amenidad y agudeza. De los dieciséis capítulos del segundo, doce pertenecen a nuestra región: nueve se ocupan de Buenos Aires con incisivas descripciones de la ciudad y sus habitantes, de sus barrios característicos — Su mayor esfuerzo en esa labor modesta y generosa ha sido, indudablemente, el de los tres tomos de las Cartas de Sudamérica, de los hermanos escoceses Parish Robertson. Juan, el mayor, arribó a Buenos Aires en 1808. “cuando la estrella del virrey Liniers palidecía”: se dedicó al comercio, se vinculó a la mejor sociedad porteña y en 1811 partió por tierra al Paraguay, tocándole el privilegio de asistir como espectador, invitado por el propio San Martín, al combate de San Lorenzo. Tres años después se le reunió su hermano Guillermo en la capital paraguaya, donde protegidos por el veleidoso doctor Francia, gozaron de la más amplia hospitalidad y prosperaron comercialmente, hasta que el dictador los expulsó del país en 1815. Establecidos desde entonces en Corrientes, medio semibárbaro en que la aventura sobredoraba los atributos de Mercurio, los emprendedores hermanos se hicieron capitalistas poderosos; pero la guerra con el Brasil y las luchas internas de nuestros años anárquicos desinflaron sus talegas, y Juan en 1830 y Guillermo en 1834 se volvieron al solar nativo, y reunidos en Londres escribieron los dos volúmenes de Letters on Paraguay (1838). cuya edición se agotó enseguida; reimpresos al año siguiente, los acompañó el volumen ya anunciado en ellos: Francia's Reign of Terror. La obra fue vertida al español por el doctor Carlos A. Aldao, aunque no completa —los dos primeros tomos y seis de las veintiocho cartas del tercero— y publicada en El asombroso caudal de conocimientos, observaciones y experiencias de la vida argentina atesorado por los inteligentes y cultos hermanos Parish Robertson se hubiera perdido, en buena parte, para la posteridad, sin una nueva obra, también compuesta de tres tomos, Letters on South América, aparecida cinco años después de la anterior. El primero de éstos se ocupa únicamente de la provincia de Corrientes y tiene la seducción de una buena novela documentada, con su galería de tipos y la diversidad pintoresca de sus escenas y episodios; el segundo continúa en el mismo lugar, pero añade un resumen histórico de los acontecimientos del país desde los días de Mayo y termina con una presentación de la ciudad de Buenos Aires; también Corrientes y sobre todo su población indígena dan al tercero su tema inicial, aunque pronto pasa de la barbarie a la civilización y se instala en los más elegantes salones porteños. Es el momento de las campañas de los Andes, de la epopeya sanmartiniana, y la vida social cisplatina se colora en el claroscuro de las noticias que llegan de tan lejos. La casa de Escalada, suegro del héroe, es, naturalmente, el resonador preferido por el cronista. De tan amplio y rico panorama que tiene a veces, en la pluma de sus autores, la mordiente intensidad del grabado. o la extendida policromía de los frescos o la apretada luminosidad de los tapices, sólo unas pocas muestras, provenientes de las sesenta y tres cartas, había vertido a nuestro idioma y publicado en Entre la publicación aislada del primer tomo de esta obra de los Robertson —1946— y su reedición unida a la aparición de los dos siguientes, se intercala un informe dirigido al príncipe Bernadotte por el capitán sueco Jean Adam Graaner, agente secreto u oficioso: Las provincias del Río de El libro que ahora es rescatado de su doble apartamiento —por la rareza de sus ejemplares en el comercio y por el idioma que lo aislaba— nos coloca en el centro dramático del largo transcurso de la organización nacional. Hinchliff complementa los recuerdos de la señora Lina Beck-Bernard; pero su elección no debe de ser precisamente una preferencia, aunque los últimos capítulos, dedicados a Santa Fe y Entre Ríos, hayan influido, acaso, con un tirón de la “patria chica”. Busaniche y yo habíamos hojeado juntos, años atrás, el ejemplar de mi biblioteca, y comentado, no recuerdo si más de una vez, su contenido de viviente interés costumbrista y de valiosa contribución pictórica para la reconstrucción de las horas cargadas con la incertidumbre de una batalla decisiva en el ordenamiento de Thomas Woodbine Hinchliff, magister artium y miembro de Buenos Aires era una ciudad de 140.000 habitantes; el lector porteño de nuestros días la reconocerá en una página, la desconocerá en otra. Todavía mantienen los muy próximos mataderos el “color local” que tiñe la descripción horrenda de Darwin y suelta los tonos más intensos en el realismo del gran cuadro póstumo de Echeverría. Felizmente, decoran el otro extremo quintas bien arboladas y floridas, alfalfares en declive hacia el río y huertas fértiles con frutales y legumbres. La ciudad tiene carruajes muy buenos, excelentes casas de comercio, mercados bien provistos. Las mujeres son hermosas y gustan exageradamente de las flores y los dulces. Hay la más amplia libertad de cultos y se agigantan las emisiones de papel moneda. Ciudad orgullosa, capital de la provincia de su nombre, enfrenta su destino al de las trece provincias restantes que forman El 17 de setiembre entraron en acción las fuerzas dirigidas por Mitre y Urquiza. Mr. Hinchliff se hallaba en Buenos Aires; dos días después de la batalla de Pavón, él y la ciudad entera ignoraban el resultado. Se decía “que había como 10.000 cohetes listos en la plaza del Parque para el caso en que fuera posible anunciar una victoria”; algunos desertores llegaron con noticias catastróficas; los comentarios de la calle y de los salones eran contradictorios y obedecían al partidismo de los opinantes. Llegó la noche, y he aquí algo efectivo: “A eso de las dos de la mañana me despertó una detonación... Salté de la cama y vi el cielo muy animado con esos meteoros anunciadores de la victoria...” Dos días después el anotador se mezcló a la multitud en el muelle para presenciar el arribo del vapor en que llegaban prisioneros y trofeos de guerra. El 14 de noviembre. Mr. Hinchliff desembarcó en Montevideo: el día anterior había desembarcado en el mismo sitio el doctor Derqui, presidente huyente de Las páginas simples, sin énfasis de aprovechado testigo que el viajero dedica a los penosos acontecimientos de aquel año. aportan detalles interesantes para la petite histoire. Pero esas anotaciones se rodean de luminosas viñetas en que un verdadero amante de la naturaleza y de la vida al aire libre desnuda jubilosamente su alborozo. El ombú. amigo del hombre, un vuelo de flamencos o una colonia de vizcachas, en las que sorprende cierto parecido con las marmotas alpinas, atraen su atención y su pluma. La cacería en una laguna de promiscua población entre sus juncos. le merece minuciosa crónica. El geógrafo se complace aspirando los aromas de la llanura bonaerense y embebeciéndose en los paisajes litorales. Hombres y árboles, pájaros y cielos, ranchos en que pernocta, caballos en que viaja, praderas y abrojales, ríos y puertos, quedan apresados en una prosa franca, sin presunciones. El lector apreciará en todos los capítulos la contribución del viajero a la historia de nuestras costumbres, y especialmente en el penúltimo —tan bien apostillado por las observaciones y sugerencias del traductor— al conocimiento de la vida rural de hace un siglo en una estancia entrerriana. Una docena de viajeros no traducidos aún que han dejado en sus libros elementos aprovechables y en más de un caso preciosos para la reconstrucción de la vida argentina en todos sus aspectos durante el período comprendido entre el triunfo de Caseros y la solución del viejo problema de la capital federal, esperan el mismo privilegio acordado a Mr. Hinchliff. Como en varias de esas obras sólo algunos capítulos corresponden a nuestro país, y en otras las digresiones o las repeticiones sin variantes significativas impondrían la selección o la síntesis, creo que la reunión armónica de esos fragmentos en uno o dos volúmenes sería la solución deseable. Me complazco en imaginar su composición. La iniciaría con páginas finales del libro de un diplomático inglés, L. Hugo Bonelli, quien tuvo en suelo salteño, viniendo de Bolivia, la noticia del avance del ejército grande, asistió en Tucumán a la celebración de la caída de Rosas, fue recogiendo ecos e impresiones hasta llegar a “la importante ciudad de Buenos Aires treinta años después de haber estado en ella”, y tuvo “la oportunidad de reunirse con el general Urquiza en compañía de varios amigos”3 . Con Urquiza, en Palermo, se entrevistó asimismo el químico inglés C. B. Mansfield, a fin de solicitarle autorización para dirigirse por río a Asunción. La ciudad, el viaje y el regreso, correspondientes a la parte argentina de sus cartas tendrían a continuación lugar indisputable 4. Del magnífico tomo 5 en que el marino norteamericano Thomas J. Page recogió sus observaciones y experiencias durante siete años (1853-1860) como jefe de la misión diplomática, económica y científica enviada al país, reclamo sus encuentros con Urquiza —de Buenos Aires a la estancia San José— e incorporo desde ahora las mismas páginas que Busaniche tradujo hace años y publicó en el Boletín de Y dejo aquí una iniciativa que requiere imitadores del traductor de esta obra. Rafael Alberto Arrieta. |
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