Viajes por América del Sur
Capítulo 3
 
 

Confort individual. — Alimentación. — Indumentaria. — Habitación. — Esparcimientos sociales: el Teatro y las tertulias. — Costumbres. — El idioma. — La Universidad.La Biblioteca publica y los periódicos. — El Deán Funes. — El Registro Oficial. — Influencia de la religión. — Maneras de los habitantes. — Rasgos diferenciales entre las provincias. — Población; los indios y los esclavos. — El Poder Ejecutivo y el Legislativo. — Rivadavia y García. — Las instituciones religiosas. — Administración de justicia.



El confort individual entre los habitantes de Buenos Aires es muy limitado. El alimento, como lo he dicho, se reduce a carne de vaca y yerba mate. En cuanto al vestido, no se le presta mucha atención. Los hombres de campo usan el poncho —ya descripto— y con el cuero de las patas traseras de un caballo se fabrican una elegante bota sin necesidad de intermediario; las espuelas enormes y un cuchillo grande a la cintura, completan la indumentaria general del gaucho. Sólo en determinadas ocasiones, el calzoncillo luce adornos más abundantes a la altura de la rodilla. Las clases acomodadas visten ordinariamente como en España; la amplia capa —prenda de vestir obligada en los países donde se presta poca atención a la ropa interior— mantiene aún su jerarquía. Las señoras siguen por lo general las modas de Francia o Inglaterra aunque prefieren las de este ultimo país. Las casas de Buenos Aires, están regularmente amuebladas pero, como en Brasil, los habitantes no han adquirido todavía el gusto por el confort, que para un inglés forma el complemento de su existencia. Se nota mucha afición a las expansiones sociales; el teatro es una de las diversiones favoritas y últimamente se ha construido un nuevo edificio con privilegios y concesiones especiales. Este nuevo teatro hacía mucha falta; cuando yo visité el antiguo, había tanta ventilación, que en los intervalos podían observarse fácilmente las nubes magallánicas; pero es cierto que en la época a que me refiero todo había decaído al último extremo por las sucesivas y desgraciadas revoluciones de 1820. Entonces no existían asientos en el teatro y cuantos concurrían a él enviaban previamente sus propios sillones de sala. Hay una galería reservada para las señoras que no van acompañadas de un caballero; de esta manera se ven aseguradas contra cualquier posible molestia.


Las corridas de toros fueron totalmente abolidas hace algún tiempo; ahora parece que el gobierno se ha reservado el derecho de permitirlas dando una licencia especial para cada exhibición y siempre que los toros sean descornados. Resulta un tanto extraña esta disposición cuando se conoce la forma en que tratan a esos animales en la campaña.


Cada familia de respetabilidad tiene su tertulia propia, o reunión de la noche, que congrega a las amistades de la casa y donde son recibidos los extranjeros con las mayores muestras de benevolencia y cordialidad. En estas reuniones aparecen las mujeres de la familia y a veces el dueño de casa, pero generalmente, tanto el padre como los hermanos, concurren a otra tertulia o pasan el tiempo hablando de política en el café. La diversión principal consiste en bailar la contradanza española, muy superior a la que se conoce en Inglaterra bajo el mismo nombre y también valses y minuetes, lo mismo que un baile que se acompaña con cantos y en el cual la mujer avanza la primera cantando: “Cielito, mi cielito”, de donde proviene su nombre. La música también forma parte de estas diversiones y muchas de las señoras son muy buenas ejecutantes. Sirven muchos refrescos y a las once termina la reunión. Esta se repite diariamente, por la noche. Los buenos modales y la elegancia de las mujeres son insuperables. Un extranjero pensaría seguramente que son fruto de una larga educación pero en realidad no es así y proceden de una disposición innata y de virtudes naturales. Siempre me impresionó la observación tan certera que me hizo una señora portuguesa cuando salí de Río de Janeiro: Me aseguró que yo iba a encontrarme entre gentes que estimaban más al extranjero que a sus propios connacionales. Las reuniones a que me he referido, habían decaído mucho últimamente, así en número como en esplendor, debido a los numerosos cambios de gobierno que provocaron el odio recíproco entre tres o cuatro familias, dividiendo así a la sociedad en otros tantos grupos hostiles, lo que significó un rudo golpe para la vida social.


Muchas costumbres peculiares de los porteños deben de obedecer a la naturaleza del país, tan favorable a la ganadería. Así, el mayor placer consiste en ser perito en .caballos, y todos los poseen en abundancia, gastando a menudo en sus arreos y adornos el dinero que hubieran podido gastar en sus propias prendas de vestir. El caballo se lleva diariamente a la puerta de la casa y allí queda atado para que en cualquier momento su dueño pueda servirse de él. El caballero, así como no emprendería ningún viaje a pie, tampoco ha de cruzar la calzada si no es a caballo. De ahí que los porteños anden cabalgando continuamente. En la orilla del río, las redes se arrastran a caballo; los gauchos se bañan desde el caballo y nadan alrededor de él; el mendigo implora la caridad desde su caballo, en las esquinas, y el hecho de que posea ese animal no quiere decir que no merezca la limosna; tanto daría negársela al mendigo de Londres porque posee un par de pantalones.


La costumbre de mendigar ha sido objeto de medidas represivas, y en otras épocas llegó a los mayores extremos, aun entre gente que no era desvalida. Un ejemplo elocuente daban las órdenes religiosas mendicantes. A este propósito me contaron el caso de un fraile que —cierto día— deseaba mucho hacer un obsequio al gobernador don Manuel de Sarratea; vio en el Mercado una hermosa tortuga, preguntó su precio y pidió que se la reservaran porque volvería con el dinero; pusieron a un lado la tortuga y hubo quien observó al fraile que fue hasta la esquina próxima donde se puso a mendigar por algunos momentos, con buen provecho, hasta que recolectó lo que necesitaba; cuando volvió al Mercado pagó el precio de la tortuga y la envió como obsequio al gobernador. Pero esta misma tortuga, debía tener otro destino: fuera porque don Manuel no confiara mucho en el arte de su cocinero, lo cierto es que vio llegado el caso de quedar bien con quien pudiera serle útil en el trance de tener que abandonar repentinamente el mando y decidió mandar la tortuga, como presente, al Comodoro Inglés. Quiso la casualidad, que esa misma noche, don Manuel tuviera que embarcarse muy a pesar suyo...


El modo de enlazar caballos ha sido descripto con alguna frecuencia y se realiza con extraordinaria destreza. La abundancia de estos animales y el poco precio que tienen, son causa de que se les dedique a diversos trabajos que en otros países se cumplen por la mano del hombre. Aparte del empleo que se hace de los caballos para la trilla de cereales, también se les utiliza para pisar el barro con que se fabrican los ladrillos; en este último caso un cierto número de animales jóvenes son obligados a galopar entre el barro hasta que la mezcla se considera suficiente.


Como es de imaginarse, las bellas artes no están a muy alto nivel; en otras épocas, los indios guaraníes copiaban cuadros y hasta decoraban las iglesias pero al presente no podría encontrarse ningún artista nativo, según me lo han asegurado. El arte del dibujo ha hecho muy pocos progresos no obstante la existencia de una Academia y de un profesor pagado por el Estado. La música ha sido cultivada con mejores frutos.


El español hablado en Buenos Aires podría decirse colonial o más bien provincial y es cualquier cosa menos castellano puro. Muchas palabras de uso común se pronuncian en forma desdichada: Caballo, se pronuncia cabadjo; calle, cadje, y así sucesivamente. También hay muchas expresiones que, usadas en España con la mayor propiedad, sería peligroso emplearlas en Buenos Aires.


La única universidad del país había sido la de Córdoba, fundada y llevada a la perfección por los jesuitas. Pero al establecerse el Virreinato del Río de la Plata, se ordenó la fundación de una universidad en Buenos Aires, sobre el mismo plan que la de Lima. Esta disposición fue dejada a un lado y nada se hizo para darle cumplimiento. El proyecto quedó abandonado desde 1778 hasta el año 1819, en que se habló otra vez del asunto. Los disturbios ocurridos en este último año, y en 1820, hicieron que se olvidara el proyecto. En agosto de 1821, o sea en los primeros meses del Ministerio Rivadavia, fué decretada la organización de la Universidad y se formó el presupuesto para el pago de profesores en una escala muy liberal. También se acordó que cierto número de jóvenes de todas las provincias, fueran educados gratuitamente. El fundamento de esta última disposición es fácil de comprender: tiende —como creemos— a disipar con el tiempo la atmósfera de animadversión que subsiste por desgracia entre una provincia y otra. Antes de la declaración de independencia, la propagación de la enseñanza tropezaba con las mayores dificultades. Apenas estaba permitido establecer escuelas elementales bajo la más estricta reglamentación municipal. Ahora no solamente hay muchas escuelitas particulares, sino que el estado ha creado varias otras de mayor jerarquía donde se sigue el sistema Bell. Hace algunos años fue inaugurada una gran biblioteca pública y en parte se debió a los esfuerzos de algunos comerciantes ingleses; contaba en un principio con doce mil volúmenes y este número ha sido aumentado considerablemente. Está muy bien organizada y según las estadísticas, desde el 21 de marzo al 31 de diciembre de 1822, han concurrido 2960 lectores, de los cuales 369 son extranjeros. Existen en la ciudad algunos curiosos manuscritos en poder de particulares., que desearían venderlos, pero exigen precios exorbitantes. La mejor colección que pude conocer fue la del Dr. Segurola, ya mencionado. Había sido enriquecida principalmente con los despojos de la extinguida Compañía de Jesús. Los documentos probaban con evidencia las ventajas del sistema jesuítico y cuan bien se adaptaba al orden de las cosas.


Los libros están exentos de derechos de aduana y sorprende la cantidad de obras francesas llegadas al país, así como las que han sido introducidas al interior, hasta grandes distancias. En Buenos Aires, poco es lo que se ha publicado. La obra de mayor relieve es el libro del Deán Funes titulado: Ensayo de la Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, que hará perdurable la memoria de su autor. También el Deán ha publicado algunos folletos relativos a una polémica con el Obispo de Blois, sobre la época en que se introdujo la esclavitud en América.


Actualmente no existe ninguna publicación científica en Buenos Aires. Antes de la revolución, el gobierno español permitió la impresión de un periódico de agricultura y botánica titulado Semanario de Buenos Aires 1 que fue dirigido por el Dr. Castelli y desapareció por el año 1810. Aparte del Registro Oficial, se publican ahora varios otros periódicos, tales como El Argos y El Centinela. En ocasión de cada cambio de gobierno, se imprimen cantidad de publicaciones periódicas de todos los partidos, que se deleitan en hacerse la guerra y no saben después cómo terminarla. Rivadavia ha hecho todo lo posible por inclinar los espíritus al estudio de las letras y hasta inauguró en enero último (1823), una sociedad literaria; como complemento, ha ordenado también la formación de una antología poética nacional que debía publicarse a expensas del Estado. De esta manera se fomenta el estudio y como los naturales del país aprenden con facilidad, en pocos años habrán de experimentarse los buenos efectos.


No podría decirse que la influencia de la religión es considerable; antes bien me parece que disminuye y, siendo así, no es de extrañar que se hayan producido en las instituciones eclesiásticas los cambios de que me ocuparé. He encontrado en todas partes un gran espíritu de tolerancia y cualquiera sea el sentimiento íntimo de los habitantes respecto a religión, nunca dejarán escapar nada que haga siquiera sospechar a los extranjeros que se les tiene en menos por sus opiniones heréticas. Aunque no existe un lugar consagrado al culto protestante y los cementerios de una y otra religión se hallan separados, no se producen aquí las disputas comunes en otros países. Muchos matrimonios han tenido lugar entre presbiterianos y católicos, dándose el caso de que se unan así dos creencias que no armonizan generalmente entre sí, y nunca he oído decir que surgieran diferencias por ese motivo. Parece —es verdad— que la parte puramente religiosa de los asuntos matrimoniales queda en manos de la mujer.


La conducta de las clases superiores de la sociedad, en Buenos Aires, es por lo general excelente. Las nuevas generaciones que ahora disponen de un buen sistema educacional, podrán unir la información y los conocimientos adquiridos, a la buena índole innata que poseen. Al hablar, como lo hago, en forma muy favorable del sexo femenino, tengo en cuenta ciertas calumnias que han predominado al respecto y por eso mismo siento una doble satisfacción al señalar el verdadero carácter de aquél. Ha estado de moda siempre atribuir los vicios de la Madre Patria y ninguna de sus virtudes a los nacidos en el nuevo mundo. En verdad que si consideramos la índole de los primeros pobladores de las colonias europeas —aventureros y criminales en su mayoría— quizás el cuadro no fuera exagerado refiriéndolo a un período primitivo. Ahora bien; es grato pensar que una población puede —como el agua impura— depurarse con el transcurso del tiempo y la tranquilidad, enviando al fondo los elementos más groseros mientras suben a la superficie, desde el álveo primitivo, las virtudes de la raza. No vacilo en decir que las costumbres están a un nivel muy superior al de muchos estados europeos, aunque la indolencia de los nativos podría ser un argumento en contra de esta aserción. Yo estuve poco tiempo en el país, pero los extraños, más que las personas avecindadas de tiempo atrás, tienen oportunidad de observar ciertos defectos, dado que no están desde un principio en contacto con el elemento más digno de la sociedad. Sea como fuere, confieso que no he observado ninguno de esos enredos e intrigas tan comunes en otros pueblos. Algunos residentes que llevan muchos años en el país me dijeron que los porteños habían sido muy calumniados. Yo diré que si tienen alguna inclinación al vicio, saben ocultarlo con singular destreza. Quizás el único defecto que pueda señalarse —por cierto muy nocivo en un país joven— es la indolencia que prevalece en mayor o menor grado entre todas las clases sociales.


Las familias ricas se hallan en ese sentido a un nivel algo superior, pero aun así, poseyendo lo necesario y hasta cierto confort de vida, no sienten la necesidad del esfuerzo personal como los habitantes de los países septentrionales (de Europa). En las clases bajas, esa disposición de espíritu tiene fatales consecuencias. La ambición principal de esta gente es evitar toda clase de esfuerzo y trabajo, cualquiera que sea. Sentarse en una pulpería, jugar una partida de naipes —que no requiere ninguna fatiga—, beber fuerte si la suerte no acompaña y herir de una puñalada al que ganó la partida: he aquí una manera muy común de pasar el tiempo para un individuo de las clases pobres en Buenos Aires. Cerca de las pulperías suelen verse cruces que dan testimonio de las riñas ocurridas allí. Por la menor disputa estos hombres envuelven el poncho en el brazo izquierdo y sacan a relucir el cuchillo en la mano derecha. Felizmente pocos son los combates que terminan con la muerte. Usan el cuchillo con destreza extraordinaria y cuando quieren matar hieren al adversario en el corazón. últimamente han sido adoptadas varias medidas para reprimir esta bárbara costumbre homicida; se ha prohibido el uso de dagas, cuchillos y otras armas de esa especie llamadas armas blancas. A fin de limitar el número de pulperías se les ha cargado con pesados impuestos. Pero debe decirse, los crímenes mencionados se producen siempre en el fuego de la pasión; quien irrita a uno de estos hombres de Buenos Aires puede considerarse perdido. Es fácil por otra parte irritarlos con sospechas, desconfianzas o alarmas infundadas que los llevan a los más lamentables crímenes. Causas de esta naturaleza fueron las que provocaron aquel desventurado y fatal suceso ocurrido cerca de Montevideo en 1820. Los crímenes premeditados, sin embargo, se dan muy raramente. La gente del pueblo es, sin duda, de buena índole y nadie ha puesto jamás en duda su honradez. Lo único que falta es el espíritu de trabajo. Los hombres no quieren ocuparse de otra cosa que del caballo. La mujer hace oficio de esclava y está obligada a ejercitar tanto su razón como sus manos en beneficio del marido. Ella es la que cuida la vaca lechera, ordeñando apenas la cantidad de leche necesaria para la familia; nada más. La manteca y el queso le son casi desconocidos. Si alguien entra al rancho, la mujer es quien ofrece un banquillo o una cabeza de vaca como asiento; el marido no se levanta de donde está sentado. Le complace la visita del extraño pero dejaría de serle agradable si le exigiera el menor esfuerzo corporal. El visitante puede acercarse al fogón, tomar la pava en que hierve el agua para el mate; cortar carne de la estaca que sirve de asador, pero todo habrá de hacerlo por sí mismo; pedir al gaucho un esfuerzo cualquiera sería correr el riesgo de molestarlo y terminaría por llamar a la mujer sin volver la cabeza. Nada llama tanto su atención como ver al extranjero ocupándose de sus propias cosas y vigilándolo todo por sí mismo. Diríase que experimenta un sentimiento de compasión por ello. Este es el carácter observado en el gaucho de los alrededores de Buenos Aires, que pocos extranjeros han tenido tanta oportunidad de ver como yo en el poco tiempo que permanecí en el país. Muchas de sus faltas proceden de sus hábitos de vida y quizá del sistema de trabajo usado en las grandes estancias donde se le remunera con muy poco más de lo necesario para subsistir; muy luego deja el trabajo en una estancia y se traslada sin dificultad a otro punto de la provincia, muchas veces sin anunciarlo siquiera. Esto lo predispone a la vagancia y a la rapiña y no es fácil en las pampas aplicar estrictamente la ley. Los disturbios habidos en el país han contribuido mucho, asimismo, a inculcar en las clases pobres la aversión por la vida regular y los hábitos de trabajo. Aun así, la desmoralización está todavía lejos de aquel punto a que podrían llevarla las causas referidas. Después de todo, debo decir que pienso bien de estos hombres de Buenos Aires. No tienen dobleces ni disimulos y con menos indolencia serían los hombres más serviciales, así como serían los más afectuosos si tuvieran un ligero dominio sobre sus pasiones.


Es innegable que existen acentuadas diferencias de carácter entre los naturales de las diversas provincias del Río de la Plata. El santafecino, por ejemplo, es más indómito, menos respetuoso de la ley y más cruel que el habitante de Buenos Aires. Los cordobeses son más laboriosos, más religiosos y en consecuencia más mansos que los de Buenos Aires y Santa Fe. Los tucumanos y santiagueños son trabajadores pero están ahora descontentos porque la guerra del Perú acabó con el comercio de mulas, muy lucrativo, que ellos practicaban. Las provincias de Mendoza y San Juan son muy mercantiles y de gentes industriosas. En general, a medida que uno se aleja de la costa hacia el interior, sea de la costa atlántica como de la costa del Pacífico, puede observarse que aumenta la moral de los habitantes.


En el año 1821, se realizó un censo de la población que, por una u otra causa, no ha sido publicado por el gobierno. Dícese que la ciudad tiene ochenta mil habitantes pero tengo motivos para creer que no pasa de sesenta mil. La primera cifra debe computarse para la provincia, comprendidos los indios pampas. A causa del estado de intranquilidad por que ha pasado el país desde la Revolución y los avances de los indios, la población ha vivido muy agitada y varios pueblos de la campaña han sido abandonados por falta de seguridad dispersándose sus habitantes o bien estableciéndose en la ciudad. La población ha disminuido y esto se explica por los muchos cambios políticos ocurridos y los grandes ejércitos que han salido para ayudar a otros países en la guerra contra los españoles, lo cual es sorprendente cuando se considera el total de la población. Los blancos alcanzan a una edad muy avanzada, sobre todo las mujeres, que aparentan muy buena salud, aún siendo muy viejas. Se ha asegurado que el número de mujeres en Buenos Aires excede con mucho al de los hombres —algunos publicistas establecen la proporción de uno a tres, uno a siete— y que esta notable diferencia no es el resultado de circunstancias que pueden producirse en cualquier país, tales como la guerra o los hábitos de vida, sino que el número de hembras nacidas excede en mucho al de los varones. Me di algún trabajo para dilucidar esta curiosa cuestión, pero confieso que al examinar los libros de registro de la parroquia de San Nicolás, una de las más pobladas de la ciudad, comprobé que el aserto no tenía ningún fundamento: el número de nacidos de uno u otro sexo era casi igual, o la diferencia existente no mayor de la que pudiera encontrarse en otras ciudades. Hay razones para esperar que la población aumente con rapidez y que antes de mucho vuelvan los soldados que ahora se encuentran en el Perú y se conviertan en ciudadanos útiles.


Dado el género de vida que llevan los indios, no es de sorprender que se tengan escasas noticias sobre el número que alcanza esta población. Los indios pampas, sin embargo —y si ha de juzgarse por los que trafican con Buenos Aires —parece que aumentan. La viruela y otras enfermedades se han propagado también entre las tribus indígenas, porque desde que se produjo la injusta expulsión de los jesuitas, la mayoría de las tribus se han dispersado llevando consigo muchas de las enfermedades que habían adquirido de los criollos.


Sabido es que en estas regiones no se experimentó la necesidad de introducir esclavos hasta pasados muchos años después de la conquista, y ello se debió a la existencia de una población indígena que los conquistadores subdividieron obligándola a cultivar la tierra en su beneficio; también contribuyó mucho la circunstancia de que no existieran minas ni otro laboreo análogo nocivo a la salud (a excepción de la cosecha de yerba en el Paraguay). Así y todo, cuando se advirtió que disminuía la población indígena y en parte también por un sentimiento de conmiseración hacia ella, se impuso la necesidad de importar esclavos negros. Varias naciones europeas, Inglaterra, Francia, etc., que mantenían asientos en la costa de áfrica, entraron en tratos para proveer de esclavos al Río de la Plata. El número de los entrados no fue nunca muy crecido y apenas se redujo al abasto de la ciudad porque el género de agricultura practicado, y el mismo clima, no hacían necesario un gran número de cultivadores. Las Provincias Unidas del Río de la Plata experimentan ahora las ventajas derivadas de aquel hecho y han sido tales sus beneficios, que por sí solos bastan para dar a este país una evidente superioridad sobre su vecino el Brasil. Durante los primeros años de la Revolución, se dejó sentir la falta de hombres en los ejércitos y con ese motivo el Estado compró varios miles de negros a sus propietarios. Estaban destinados a aumentar los efectivos de las tropas. Las compras han continuado hasta 1822 en que se resolvió no invertir más dinero en esas operaciones. Por otra parte, como la Asamblea de 1813, en enero de ese año, resolvió que todos los hijos de esclavos nacidos después de esa fecha serían libres, el número de esclavos, debido a esa causa, ha disminuido mucho. Puede decirse que, ahora la proporción es de un negro esclavo por nueve libres. El sentimiento general de la población se muestra decididamente opuesto al comercio de esclavos.


Por lo que hace al monto de la población en las provincias, ha sido exagerado mucho hasta por personas que debían de estar bien informadas al respecto. Según las mejores referencias, la población del país (Buenos Aires y las capitales de provincia) no puede pasar de cuatrocientos cincuenta mil habitantes, sin contar la población india. En la mayoría de las provincias los gobiernos se han ocupado de aumentar la población y como consecuencia se han dejado sin efecto las medidas que dificultaban la celebración de matrimonios. En Buenos Aires se dictó una ley en 1817, que prohibía los casamientos entre españoles y criollos pero esta ley ha sido derogada en agosto de 1821. También ha sancionado la Cámara de Representantes una ley que otorga facilidades a las familias extranjeras industriosas que deseen entrar al país y establecerse en él.


A partir de 1820, año en que las provincias se separaron de Buenos Aires, fué necesario dar otra denominación al jefe del Estado. El general Rodríguez, elegido el 6 de octubre de 1820 por el término de tres años, se llama “Gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires”.


Poco hay que decir con respecto a este oficial, sino que posee en grado eminente la más preciada de las cualidades en un gobernante, que es la firmeza en la acción y a esto deben atribuirse las grandes mejoras que ha experimentado la provincia desde el comienzo de su gobierno. Rodríguez se ha distinguido siempre por su gran patriotismo; fue uno de los primeros que se pronunciaron por la libertad de su país y por el rompimiento con España; también figuró entre las dieciséis personas que planearon la revolución de 1810 e impusieron la primera junta de gobierno que sucedió al Virrey Cisneros. Su reconocida firmeza le ha permitido mantener de continuo el orden. Cuando se hizo cargo del gobierno, después que subieron los cívicos, hubo muchos muertos en las calles de Buenos Aires. Aludiendo a este hecho. Rodríguez dijo en cierta ocasión en que se anunciaban disturbios, que, así como había subido al gobierno con sangre, bajaría de él con sangre si fuese necesario. Quizás no hubiera podido encontrarse hombre de índole más apropiada para los tiempos que corren y para el pueblo que gobierna. Según parece, el deseo general es que sea reelecto por un nuevo período. Los privilegios existentes en la República son muy limitados; el gobernador tiene facultad para conceder ascensos en el ejército hasta el grado de coronel mayor y para recompensar con donaciones de tierra pero esto no supone ninguna categoría de nobleza ni privilegio.


Al dejar el poder el Director Pueyrredón, a fines de 1819, y más cuando se produjo la separación de las provincias, el Poder Legislativo funcionó en forma bastante irregular. En ciertas ocasiones fue ejercido por el Cabildo o Municipalidad; otras veces cayó en un completo marasmo y al último los cambios continuos en el Poder Ejecutivo anularon por un tiempo al Legislativo. Al ser derrotados los Cívicos, la Junta de Representantes recobró su investidura y algún tiempo más tarde fue organizada regularmente. La elección de los representantes se hace en forma indirecta: cada una de las asambleas parroquiales o primarias vota por doce representantes y del número total se eligen aquellos candidatos que obtienen mayor número de sufragios. De la misma manera se eligen once representantes por los pueblos y partidos de la provincia. Los votos se dan verbalmente y son recogidos por escrutadores nombrados al efecto. A principios de agosto de 1821, la Cámara de Representantes fue declarada extraordinaria y constituyente y se sancionaron varias leyes. Primeramente se ordenó que fuera duplicado el número de representantes por la ciudad y la campaña y que se eligiera un representante por la Patagonia, completando así el número de cuarenta y siete diputados, número que, considerado el monto de la población, es bastante democrático. También se resolvió que, al iniciarse cada período de sesiones, cesara la mitad de los representantes y fueran celebradas nuevas elecciones. Los diputados no gozarían de sueldo. El presidente y vice-presidente de la Cámara, deben ser elegidos anualmente.


En un principio, el cargo de diputado no era considerado como un honor; llegar hasta él importaba encontrarse en una peligrosa altura desde donde el agraciado podía precipitarse súbitamente, dada la inestabilidad en que vivían los gobiernos. En la última elección ya no se observaba lo mismo y —tanto los candidatos como los electores— parecían haber adquirido conciencia del honor que esa función significa en los pueblos donde hay motivos para considerarla seriamente. Las sesiones de la Cámara dan comienzo en el mes de mayo o en junio y duran hasta diciembre, mes en que son suspendidas por los calores del verano.


Las mejoras alcanzadas en todas las ramas de la administración y sobre todo en las finanzas y en el servicio de policía, deben atribuirse al nombramiento de don Bernardino Rivadavia como secretario de Estado. Este nombramiento se hizo en julio de 1821, cuando el país había caído muy bajo a consecuencia de las guerras civiles y de los malos gobiernos. Desde entonces todo ha cambiado mucho; ha vuelto la confianza y han sido extirpados de raíz muchos prejuicios. Rivadavia fue por algún tiempo agente de Buenos Aires en Londres; con ese motivo pudo compenetrarse de nuestras admirables instituciones; vio cuáles eran adaptables a su país y cuáles no podían transplantarse por falta de ambiente. De suerte que hizo todo lo posible por tomar a Inglaterra como modelo y en ello fue secundado por la parte pensante de la sociedad. García, el actual Ministro de Hacienda había sido por varios años agente en Río de Janeiro y su nombramiento dio mucho crédito al gobernador.


Un asunto que ha merecido mucha atención a Rivadavia es la situación de la Iglesia y su disciplina. Es bien sabido que durante la dominación española en América del Sur, la Iglesia y las órdenes monásticas, poseían inmensas propiedades. El Rey era jefe de la Iglesia y tal potestad le había sido delegada por el Papa en la época de la conquista. Como consecuencia, correspondían al tesoro real los diezmos y otros recursos eclesiásticos que el Rey en España no podía reclamar para sí. En todas las ciudades de América abundaban los conventos de monjas y frailes. Si exceptuamos a los jesuitas —y desde la expulsión de éstos los franciscanos encargados de la enseñanza— todos los demás religiosos eran inútiles y representaban los zánganos de una sociedad naciente. Al comienzo de la revolución, el país se vio privado de los servicios religiosos del obispo de Buenos Aires, sufragáneo de la sede de Lima. El gobierno se declaró entonces cabeza de la Iglesia, invocando muy curiosas razones que fueron suministradas por los mismos eclesiásticos a quienes se pidió dictamen sobre el asunto. No sabríamos decir si tuvieron dudas o escrúpulos para pronunciarse así, pero lo cierto es que en 1815 se solicitó del Papa que arreglara la situación de la Iglesia, y Su Santidad se rehusó a hacerlo. En verdad no hubiera podido obrar de otra manera.


La primera iniciativa que tuvo don Bernardino Rivadavia al subir al poder, fue cortar las alas al clero regular y cercenar en lo posible su influencia, porque advirtió que las congregaciones religiosas harían fracasar todos sus planes como lo habían hecho ya en todos los países católicos donde sobresalen por su espíritu de intriga y sus tendencias antiliberales. Comenzó poniendo un límite al ingreso de órdenes religiosas y prohibiendo que entraran a la provincia sin una autorización expresa del gobierno. Después envió sucesivamente a la Cámara de Representantes una serie de proyectos para llevar a cabo sus designios. Al mismo tiempo preparaba los espíritus para la reforma mediante una excelente propaganda de prensa y hasta se dio maña para provocar un verdadero sentimiento de animadversión contra los malos hábitos de las órdenes religiosas. Por otra parte, hacía todo lo posible para levantar ante el público la buena fama del clero secular. Fue nombrada una Junta que se incautó de las rentas de todos los conventos y formó un padrón de todos los enclaustrados con indicación de su edad, disposición, etc. Poco después fueron abolidos los diezmos y quedó establecido el nuevo régimen de la Iglesia: desde entonces sería gobernada por un Deán con sueldo de dos mil pesos y cuatro presbíteros con sueldo de mil seiscientos pesos. Con respecto a los religiosos enclaustrados se allanaron todas las dificultades: ya no les fue permitido hacer votos hasta la edad de 25 años y aun así con expresa licencia del gobierno. A fines de 1822, Rivadavia presentó a la Cámara un proyecto según el cual ningún convento podía contener más de treinta enclaustrados ni mantenerse con menos de dieciséis. Este proyecto fue aprobado y en consecuencia debieron cerrarse varios conventos. Se dispuso también que los religiosos de las casas suprimidas recibieran anualmente un estipendio de doscientos cincuenta pesos cuando tenían menos de cuarenta y cinco años y trescientos pesos cuando sobrepasaban esa edad. Quedaban autorizados para establecerse en el lugar que eligieran. Las capillas de las casas suprimidas fueron convertidas en iglesias parroquiales y provistas de todo lo necesario para que los oficios religiosos se celebraran con esplendor hasta entonces desconocido. Los únicos monasterios autorizados ahora son los de franciscanos, mercedarios y predicadores; como conventos, los de Santa Catalina, con treinta miembros, y el de capuchinos. Los nombres de los religiosos secularizados fueron dados a la publicidad con muchos encomios en la gaceta del gobierno. Muchos fueron compelidos a abandonar sus conventos. Esta medida —si se tiene en cuenta el estado del país y la fuerza con que contaba el partido de la oposición— fue muy osada, aunque se llevó a cabo con pocas protestas. El ejemplo fue seguido por casi todas las provincias 2. En marzo último, tuvo lugar un intento de revolución para derrocar el gobierno. Al grito de ¡Viva la Religión y mueran los herejes! entraron los rebeldes a galope en la ciudad, pero la revuelta fue sofocada. Al parecer, la provocó una facción que veía con descontento las medidas que se adoptaron.


Rivadavia ha organizado también en gran parte la justicia. Sin modificar las leyes españolas, ha elevado los sueldos de que gozan los jueces, sustrayéndolos así a la tentación y se les ha obligado a presentar una lista mensual de todas las causas criminales o civiles falladas o en trámite. Debido a estas medidas, la justicia es ahora más rápida en sus procedimientos. Hay cuatro consejeros de justicia con un sueldo de 2.500 pesos y cinco jueces de corte con 2.000 pesos de sueldo. El Consulado tiene jurisdicción exclusivamente comercial. El Cabildo, o cuerpo municipal, tiene, en parte, el cuidado de la ciudad y uno de sus alcaldes desempeña el cargo de defensor de pobres. El juicio por jurados no ha sido aún establecido y quizás sea difícil encontrar un número suficiente de personas que puedan desempeñar esas funciones. En todas las causas judiciales, las partes pagan sus propias costas. Los únicos crímenes castigados con la pena de muerte, son: el de alta traición, el de asesinato y el de robo. últimamente los militares han sido sometidos al fuero civil, como todos los habitantes del país.