Juan Felipe Ibarra y el federalismo del Norte
El interregno unitario
 
 

Sumario: Retirada de Ibarra del gobierno — El protectorado del Gral. Paz y la Liga Unitaria — Las montoneras federales reconquistan Santiago — Ibarra y la justicia social — Rechazando la prepotencia extranjera.



Producida la restauración federal en Buenos Aires, la legislatura santiagueña todavía tuvo fuerzas, para delegar el manejo de las representaciones exteriores, el 3 de Febrero de 1830, en don Juan Manuel de Rosas 1. Pero el interior seguía convulsionado por la acción del Gral. Paz, extendida después de la victoria de Oncativo. En Mayo, la provincia de Santiago es invadida por contingentes tucumanos del gobierno de Javier López, y partidas armadas desde Córdoba. Se iban cumpliendo los vaticinios del Caudillo...


En la madrugada del 14 de Mayo de 1830, los invasores hacen su entrada en la ciudad, que el Gobernador acababa de abandonar. Y pocos días después, acampan en Santiago, el Coronel Gorriti con fuerzas saltonas, y el propio López, mientras Ibarra ocupa los campos de Santo Domingo, en Robles 2.


Llamado a parlamentar, y en inferioridad con las fuerzas locales, Ibarra se avino a un retiro decoroso. El 27 de Mayo desde su Campamento, envió su renuncia a la Cámara de Representantes: “La autoridad suprema que me conferisteis para hacer la felicidad del pueblo santiagueño, es el pretexto de una guerra fratricida que debo impedir”; decía. La legislatura se reunió en seguida, y pese al ambiente hostil que se vislumbraba, tuvo el noble gesto de contestar, “unánimemente a la referida nota, aprobando la conducta del ex-gobernador durante el período de su mando y representándole una sincera gratitud a nombre de la Provincia, por los beneficios que le ha hecho y por el exacto cumplimiento de sus altos deberes en todo el tiempo de su gobierno”. Era una manifestación categórica, en momentos en que Ibarra se hallaba al borde del ocaso. Fue electo Gobernador Manuel Alcorta y cambiada la legislatura 3.


Comenzó entonces el régimen unitario santiagueño, su enfebrecida tarea. El 15 de Julio de 1830, a propuesta del joven diputado Adeodato de Gondra la Cámara resolvió colocar como Protector de la Provincia al Gral. Paz. Una sola oposición se levantó: la de fray Pantaleón Alegre, quien manifestó su “temor sobre los ejemplos de la historia de que el Protector resultase tal vez gravoso a la Provincia4. Ya estaba levantado el andamiaje, a favor de la Liga Unitaria, y las luces renovadoras destellaban en la vieja ciudad.


Quien más se destacaría en esos menesteres, sería el Dr. Adeodato de Gondra, nacido en Tucumán, y que iniciaba su acción política, llamada a tener vastos alcances, en Santiago. No podía dejarse sin “institucionalizar” la situación, en un régimen que fincaba su basamento en la juridicidad formal. Gondra se dio a la tarea de presentar, en la sesión del 26 de Julio, un Proyecto de Constitución Provincial, que fue inmediatamente aprobado 5. Había que superar a Ibarra, en su salvajismo despótico y sin ley, según los doctores unitarios, y se dedicaron a la Constitución, como una panacea para todos los problemas del momento.


El Reglamento de 1830 constaba de 25 artículos, repartidos en cinco secciones. Se delimitaban las funciones de los tres poderes de gobierno, siendo irreelegible el Ejecutivo. En términos ambiguos, expresaba que “la soberanía reside por ahora en la Provincia6. Era en suma, un conjunto de normas imprecisas donde la soberanía popular no se reconocía expresamente. El primer ensayo constitucional del unitarismo santiagueño, podía estar a tono con los antecedentes de los fracasados ensayos centralizantes del país.


Con el nuevo gobierno, volvían también a la figuración política, los dirigentes de la antigua élite provinciana. Don Pedro José Frías, simbolizando a todo el cónclave familiar, fue electo Vice Presidente de la legislatura. Amancio Alcorta, hermano del gobernador, diputado y después Ministro, era otro de sus exponentes, distinguido por su cultura y su versación en arte y economía. Aunque, la aristocracia urbana del liberalismo, no lograba retener el gobierno, sino por la fuerza de las armas.


Ibarra tomó camino del ostracismo. Hacia el sur de la provincia, buscaba ganar territorio santafecino y reunirse con Estanislao López. A su paso, fueron engrosando sus huestes, con la incorporación de numerosos voluntarios, dispuestos a luchar o seguirle en el exilio. Sus enemigos, por el contrario, debieron reforzar la situación con las fuerzas auxiliares, que desde Córdoba, enviaba el Gral. Paz al mando del Coronel Ramón Antonio Deheza. Después, no se preocuparon de cuidar ni las formas; sólo el poder militar les sostenía. El Gobernador Alcorta, tuvo así, que ceder su breve gobierno de cuatro meses. Y en Octubre, ante la necesidad de la guerra interna, se hizo cargo el Coronel Deheza como Gobernador 7.


Santiago del Estero formaba parte de la Liga Unitaria, teniendo como representante al Dr. Calixto del Corro. Todo ese plan, perfecto en la teorización, se venía abajo, por las realidades que debían enfrentar. Los pueblos, repelían a sus libertadores, y en Santiago, debían soportar los actos de vandalismo de las fuerzas llegadas a la Provincia. “Lejos de dar una situación pacífica a sus pobladores, creó en ella un estado de profundo malestar, que aumentaba día a día, por las violencias y excesos de la soldadesca invasora”; afirma el historiador Gárgaro 8.


Tantos dolorosos sufrimientos no eran imputables a los jefes federales. Se oculta que después de la caída de Rivadavia, el país estaba pacificado y era oportuna su constitucionalidad. Todo ese esfuerzo se interrumpió por la sedición de Lavalle en Buenos Aires, y las invasiones de Paz al interior. La guerra volvió a desatarse, porque no quedaba otro recurso defensivo a los pueblos, vulnerados en su autonomía y en sus tradiciones. Antes de ello, los esfuerzos conciliatorios partieron de los anatomizados caudillos. Ibarra fue un ejemplo en ese sentido, según lo demostramos, en su buena voluntad con Paz y por los términos desconocidos de su carta a La Madrid. En el otro ángulo interior, Quiroga diría palabras similares en pos de la reflexión.


Con indudable paralelismo, Facundo escribía a Paz, desde Mendoza el 10 de Enero de 1830. Le invitaba a una salida decorosa “para recordar en secreto, y como en la confianza de pueblos de una misma familia, los males de ella misma”. Si ello no era posible, si no había posibilidades de unión, entonces, le decía en forma patética: “Estamos convenidos en pelear una sola vez para no pelear toda la vida”. Por eso le reclamaba al orgulloso Gral. Paz, destinatario de una política aplicada a subyugar los pueblos: “Las víctimas Borges, Peralta, Ubedas, Pallardeles, Dorrego y cien otros que aun humean, han sido sacrificados a este ídolo” 9. Con aguda perspicacia histórica y señalando la continuidad del proceso autonómico, Quiroga enlazaba en su lista de víctimas ilustres, a Borges con Dorrego. Trece años después de su muerte, el recuerdo del Precursor santiagueño, seguía actualizado en la memoria de los Jefes populares, sus continuadores. En las coincidencias de Quiroga e Ibarra, alentaba una misma inquietud de unión nacional, cuando eran atacadas a nombre de una civilidad mentirosa.


Planteada la lucha en términos irreversibles, no quedaba más camino que dirimir supremacías en el terreno de las armas. Santiago era convulsionada en todo su territorio, por montoneras espontáneas. Al paso que, Ibarra azuzaba desde el Sud limítrofe con Santa Fe, y su hermano el Coronel Francisco Antonio Ibarra, se reunía cerca de Salta en el río Salado, con el Coronel Pablo de la Torre para marchar juntos hacia Santiago.


La insostenible situación del gobierno unitario, le hacía recurrir sin éxito, a medidas extraordinarias para sobrevivir. El 26 de Octubre de 1830, la Legislatura acordó reunir un empréstito interno de 4.000, para contribuir a las exigencias de guerra, que pedía el Gral. Paz. Aunque el procedimiento de las contribuciones forzosas, fuese similar al de los bárbaros federales, se lo aplicó sin sonrojos. El 5 de Noviembre, otra reedición de los actos censurados al enemigo. La Cámara vota una nueva tasa de derechos aduaneros para la introducción de mercaderías y artículos, en la provincia. Y la primera medida, fue aumentar del 4 al 8 %, el derecho sobre los efectos ultramarinos 10.


La situación se hacía cada vez más insostenible, para los unitarios. A fines de Noviembre era inminente la irrupción de fuerzas ibarristas y saltonas. El Coronel Deheza tuvo que abandonar la ciudad en forma precipitada. El gobierno se tambaleaba falto de apoyo popular. El 22 de Noviembre, la legislatura aceptó la renuncia de Frías, “por serle forzoso regresar a Córdoba”. El día 24, Ibarra y La Torre entraban en Santiago, y hacían elegir provisionalmente, como Gobernador a don Santiago de Palacio. La primera disposición de ambos, fue solicitar la paz a Deheza, comprometiéndolo a respetar la autonomía provincial 11.


El Gral. Paz al saber la reacción federal, mandó nuevas tropas sobre Santiago. El asedio al territorio santiagueño, cayó entonces, calamitosamente, de distintas direcciones. No eran sólo refuerzos de Córdoba, sino de Tucumán, al mando de López, y de Catamarca, a las órdenes del Coronel Mariano Acha, odiado en el interior por su traición a Dorrego. La ofensiva combinada, hizo retirarse a Francisco Ibarra y a La Torre, y el 13 de Enero es repuesto Deheza en el gobierno”.


Córdoba amenazaba volverse contra el propio Paz en esos momentos. De ahí que urgido el jefe unitario, por Quiroga y López, escribiera una carta exigente a Deheza, sobre la situación de Santiago. La carta inédita dirigida por el Gral. Paz desde Córdoba el 13 de Enero de 1831, decía a Deheza que ante los últimos sucesos santiagueños: “El Exmo. Señor Gobernador de Santiago se servirá informarle a la brevedad posible de cuanto crea digno de su noticia y muy particularmente en los puntos siguientes: 1° Si la Provincia de Santiago, después del sacudimiento que ha sufrido y del término dado en Loreto a sus agitaciones, podrá concurrir con el contingente de tropa que le está designado, y la disposición con que puede contarse de sus habitantes para el sostén de la causa común. 2° Si no fuese asequible el total del contingente sin grandes inconvenientes, ¿con cuántos hombres podrá concurrir la Provincia de su Mando? 3° Si por el estado a que han arribado las cosas con los triunfos obtenidos por S. E. juzga innecesaria la tropa de línea para el respeto del orden interior, determine qué número será suficiente a este objeto y para el caso de una campaña en que el Ejército tenga que alejarse más. Finalmente me informará de lo que pueda suministrar su provincia en numerario del contingente que le está asignado” 13.


Se puede apreciar por este documento, que aún después del desastre de Ibarra en Loreto a que Paz se refiere, la situación de Santiago era dudosa. En esas circunstancias, Córdoba necesitaba de la cooperación de sus aliadas. Deheza que bien lo sabía, conocedor de la impopularidad, contestó desahuciando las esperanzas de Paz. Esta carta respuesta, también inédita, del 26 de Enero de 1831, era la elocuente y dolorosa contestación que la sagacidad de Paz preveía. En concreto, Deheza con su Ministro Alcorta, decíanle: “1° Que los habitantes de Santiago gobernados por diez años por un caudillo arbitrario que no empeñó otro trabajo que el de su perpetuidad, valiéndose para esto del dolo y engaño con que hizo concebir a los santiagueños ideas odiosas y de terror contra los defensores del orden, manteniéndolos en las tinieblas de una ignorancia grosera y después que estas ideas acaban de ser fomentadas empeñosamente, sería difícil sacarlos de la Provincia sin sufrir una deserción numerosa. 2° Santiago del Estero podrá concurrir a los objetos nacionales haciendo marchar 300 hombres de una regular disciplina y decididos a derramar su sangre en defensa de la causa común. 3° Que para después de 15 ó 20 días, que serán sin duda los precisos a terminar la pacificación de esta Provincia, estarán ya desocupadas las tropas de línea pertenecientes al Ejército, siendo necesarios solamente 100 hombres para el objeto de mantener el orden interior, aun en el caso de que el Ejército tenga que alejarse más de esta Provincia. Finalmente habiendo quedado con la guerra las fortunas particulares casi arruinadas y de consiguiente obstruidos los ingresos del erario público, le ha sido preciso al Gobernador de Santiago invertir los pocos fondos que por un empréstito al comercio se había recolectado, destinados a llevar el contingente en numerario designado a esta Provincia, en la gratificación de las fuerzas auxiliares y gastos de guerra” 14.


Con el patético acento de quienes se sienten en tierra enemiga, se descubre entrelineas, la intimidad en que debatíase el régimen unitario en el interior. El temor a las deserciones era concluyente. Y como siempre, ante una realidad adversa, se recurría a la denigración popular, achacando al gobierno del “caudillo arbitrario”, esas “ideas odiosas” que no eran otras que las de su autonomía.


El litoral, había sido escenario, en ese ínterin, de un fortalecimiento federal que anunciaba un hecho extraordinario para la suerte del país. El 4 de Enero de 1831, representantes de los gobiernos de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, suscribieron el Pacto Federal. Documento constitutivo de la unidad nacional, punto de partida de la Confederación definitiva, e instrumento fundamental entre los “preexistentes” que reconoce el Preámbulo de 1853. El mismo establecía una Comisión Representativa, que invitaría a las demás provincias a adherir al sistema creado enviando un representante. Las provincias confederadas, reunidas en un Congreso, procederían a la organización de la República. Nuevamente quedaba abierta la gran esperanza que Santiago venía anticipando con tenacidad.


No obstante las súplicas legislativas y de sus adherentes, las fuerzas unitarias debieron abandonar Santiago, donde el gobierno sólo existía a la sombra de las armas de Deheza. Se había producido la ofensiva federal, dirigida por Estanislao López, invadiendo Córdoba y contribuyendo Ibarra con tropas santiagueñas, a pesar de las persecuciones de Deheza. Debió este último, abandonar Santiago, dejando como sustituto al Coronel Francisco Gama.


En cuanto ello ocurrió, las montoneras federales se lanzaron al asedio y la toma de la ciudad. En ese período confuso del mes de Abril de 1881, fuerzas gauchas de los Capitanes Simón Luna, José Santos Coronel, Juan José Díaz y Juan F. Herrera, sobrellevaron exitosamente distintos encuentros en la campaña, hasta hacer su entrada en la capital desierta. Debido al desorden que estos cambios ocasionaban, los comandantes federales impusieron severas sanciones, evitando los desbordes populares. Se prohibió el expendio de bebidas alcohólicas a los soldados, se castigó el robo, la reventa de caballos, armas o vestuarios del ejército, etc. También se impusieron forzadas contribuciones a los unitarios, con las cuales se mantuvo a la tropa, se la alimentó y vistió decorosamente 15.


¿No había sido la misma la conducta de Deheza, de Acha, de López, de todos cuantos llegaron trayendo la libertad en sus fusiles? Sin embargo, la calumnia histórica se levantó para acusar la “barbarie” de aquellos montoneros. Y hasta hubo quien urdiera la leyenda denigrante, que esos capitanes canjearon el gobierno por tabaco y dinero. De tales especies, se nutrió una visión facciosa del pasado, repetida sin dar lugar a comprobaciones.


La documentación histórica prueba lo contrario. Porque apenas entradas las montoneras a la ciudad, garantizaron la realización de un plebiscito para elegir Gobernador, ante la acefalía que hallaron. El 19 de Abril de 1831, eligióse a don Santiago de Palacio, quien no obstante declinarlo, fue reiteradamente solicitado a retomar el gobierno 16.


Una pacífica reconstrucción, distaba de lograrse. El Gobernador Frías de Tucumán y el de Salta, General Alvarado, seguían presionando sobre Santiago para retenerla en la Liga Unitaria. Palacio se vio obligado a llamar a Ibarra, ocupado en repeler partidas enemigas. El Caudillo contestó dignamente al saber “que éstos demandan nada menos que un cambio absoluto de principios de la administración de Santiago” 17. Exigía, que Tucumán y Salta se abstuviesen de interferir en la política autónoma de Santiago.


Como la oposición siguiera, Juan Felipe desde su Campamento resolvió intimar a los personajes unitarios de la ciudad, una contribución económica para el mantenimiento de su ejército. El 18 de Julio de 1831 dirigió un severo ultimátum al Comisario de guerra, nombrado por el Gobernador, don Manuel Ibarra, donde al par de señalarle las contribuciones a exigir, aclaraba que lo hacía por ser éste, “el medio más oportuno que sugiere la prudencia y la justicia para hacer que esta pensión gravite únicamente sobre personas, que espontáneamente se prestaban a no omitir sacrificio alguno a fin de sostener la anterior administración; cuyo manejo abolía la justicia social y destruía la especie humana” 18. Era dentro de la modalidad de su época, que quienes tanto alardearan en su decisión de sostener al régimen unitario, cargasen con los gastos que esa lucha ocasionara. Pero lo más extraordinario sin duda, es aquella calificación al unitarismo, de haber abolido la “justicia social”. Esta expresión asoma por primera vez en un documento oficial, usada por el Caudillo más denigrado, caracterizando con ella a un sistema fundado en la negación aristocrática de la igualdad social. No podrá negarse la exactitud de lenguaje en los hombres del interior. Y que Ibarra, se anticipaba en sus definiciones al juicio histórico moderno, planteando la lucha entre unitarios y federales en avanzadas concepciones sociales.


Con la caída del Gral. Paz en Mayo, y su prisión, quedó destruida la Liga Unitaria mediterránea. Salvo la persistencia de las situaciones de Tucumán y Salta, el interior volvía a integrarse con sus gobernantes populares. Esta situación, acabará en forma definitiva, con la derrota de La Madrid, en La Ciudadela, el mes de Noviembre, a manos del ejército de Quiroga apoyado por Ibarra y los santiagueños.


La recuperación de los pueblos, era un hecho que se imponía al menor empuje de sus masas montoneras. La Legislatura tuvo que volver a llamar a Ibarra, y elegirlo Gobernador, en la sesión del 19 de Julio de 1831. El Caudillo seguía fiel a la causa federal: no aceptaba hasta no ser autorizado por el General en Jefe de la Liga Litoral don Estanislao López, de quien dependía en esos momentos. Allí estaba en juego su perspicacia política; sabía que la voluntad y el instinto de su pueblo, necesitaban del Caudillo de guerra y haciendas. Los diputados al fin, se lo suplicaron con estos términos gráficos y reveladores: “Se digne pasar a recibirse (del gobierno) así por la proximidad del Ejército enemigo, como por que estos Provincianos se electrizaban notablemente con sólo tenerlo de su Jefe”. Así reza el acta de la reunión celebrada el 27 de Julio 19. Ninguna literatura describiría con mayor acierto, la realidad del momento y los sentimientos de un pueblo que necesitaba a su Jefe, para electrizarse de entusiasmo.


Don Santiago de Palacio, guardaba en su interinato el poder, que en forma efectiva correspondía a Ibarra. No obstante, la insinuación y el consejo llegado del campamento militar ante cada problema, dictaba el verdadero sentido del mando. El 20 de Agosto de 1831, el Gobernador Palacio comunicaba al Gobernador Rosas que la Provincia de Santiago adhería al Pacto Federal 20. Con este paso, se incorporaba al concierto nacional organizativo de los federales. El mismo Palacio con angustia, reiteraba las súplicas a Ibarra para que aceptara el gobierno, “por que de lo contrario caeremos en un cisma político o verdadera anarquía”; decíale el 21 de Enero de 1832 21. Aunque ya había pasado el fugaz auge unitario, el Caudillo por táctica o cálculo, seguía haciendo esperar su retorno.


Finalmente el 16 de Febrero de 1832, volvió Ibarra al poder. Ese día con el ceremonial de estilo se recibió del mando, y juró ante la Cámara de Representantes como Gobernador de Santiago 22. “Un victoreo y repique general de campanas”, dio testimonio del júbilo popular, seguido de una noche de grandes celebraciones. El cuerpo, al reconocerlo benemérito días después, otorga a Ibarra, los despachos de Brigadier General de la Provincia. El nuevo mandatario, se abocó a considerar la incorporación efectiva de la Provincia a la Liga Litoral y las disposiciones del Pacto Federal. La decisión del ex-gobernador Palacio, el año anterior, era una adhesión al Tratado por vía indirecta y no ante la Comisión Representativa. Porque el gobierno de Santiago entraba al sistema federal comunicándose con Buenos Aires, y como parte de una sanción legal, entre cuyos dispositivos estaba el transferir a Rosas la representación de las relaciones exteriores. Ahora, por ley del 8 de Marzo de 1832, la legislatura ibarrista sancionaba la incorporación definitiva de la Provincia al Pacto del 4 de Enero de 1831. Se nombraba como Diputado ante la Comisión Representativa a don Urbano de Iriondo, con quien intimara Ibarra en su ostracismo santafecino. Elegíase un Suplente: don José Elias Galisteo, quien no tuvo ocasión de actuar, pues Iriondo se desempeñó todo el tiempo 23.


Fracasada violentamente la penetración económica que se iniciara durante el régimen unitario en Buenos Aires, le cupo en aquellos días a Santiago, anticipar otra vez, las normas de preservación de nuestra soberanía. Estaba fresco el carácter agresivo de las reclamaciones francesas, preludiando el declarado intento imperialista de más tarde. La prepotencia extranjera, dictó muchos capítulos de la intimidad histórica nacional, pero ahora halló infranqueable muro de contención en Ibarra. Al producirse un incidente diplomático entre su gobierno y un súbdito inglés, escribió Ibarra palabras cuya extraordinaria vigencia definen toda una conducta independiente.


Buenos Aires recibió una reclamación del Ministro plenipotenciario inglés por agravios que habríase inferido en Santiago, al ciudadano británico Percy S. Lewis. El gobernador delegado Dr. Manuel V. Maza, dio traslado de la protesta al Gobernador Ibarra en nota del 27 de Noviembre de 1832, donde solicitaba: “Practicadas las investigaciones correspondientes se determine sobre la indemnización de perjuicios y satisfacción por agravios personales que reclama dicho súbdito” 24.


La presunta víctima, había tenido alguna participación en las luchas civiles al producirse la invasión de La Madrid a Tucumán. Un hermano, el médico Guillermo Lewis, se hallaba también emparentado con los Frías y ejerció su profesión en el ejército unitario tucumano. La reacción de Ibarra estaba dentro de los usos de la guerra: mandó confiscar parte de los bienes del médico y detener en el fuerte de Abipones, al otro hermano 25.


¿Qué futuro habría esperado a la protesta británica, de ser otro el destinatario? Poco cuesta imaginarlo. Pero el defensor hierático de la dignidad y los fueros de su pueblo, bien sabía la condigna respuesta. El trámite de los reclames, no bastarían para cubrir el motivo de una exigencia extranjera. E Ibarra, supo deslindar la cuestión en sus verdaderos términos. Al contestar al gobierno de Buenos Aires, decía el 22 de Diciembre de 1832: “Sería muy fácil desvanecer el grosero tejido de imposturas con que ese atrevido extranjero no ha tenido reparo en abusar de la bondad de S. E.”. Y dilucidaba las medidas de fuerza tomadas contra el denunciante, al actuar éste, en “una guerra desoladora contra esta Provincia” 26


Por encima de ello, enderezaba al fondo sustancial de la cuestión, respondiendo con magnífica contundencia: “Sólo resta añadir a S. E. el Señor Delegado, que haga entender al Exmo. Señor Ministro Plenipotenciario de S. M. Británica, que el Gobierno de Santiago siempre dispensó las debidas consideraciones a los súbditos británicos, no sólo en fuerza de los Tratados existentes, sino en conformidad al derecho común de las naciones que le es muy conocido; pero que al mismo tiempo estuvo dispuesto (y lo estará en todo caso) a reprimir y castigar a cualesquiera extranjero que, contra el mayor de sus deberes, tratasen de ingerirse en las cuestiones domésticas del país que los abriga” 27. Esta nota refleja a las claras el carácter del federalismo local que interpretaba Ibarra. Y enseña que las normas del derecho de gentes, deben ser correspondidas con la no intervención del inmigrante adventicio, en los problemas políticos reservados a los hijos del país. Desde Santiago, se exponían las grandes ideas nacionales en la hora de su realización organizativa federal.