Cañada Rica, paz y prosperidad
En este pequeño
y tranquilo pueblo
del sur santafesino
no existe la
desocupación
A punto de
cumplir cien años de
vida, la bonanza del
campo lo dotó de
una nueva impronta
Cañada Rica.— Es casi el mediodÃa y en el sector del pueblo que está “del otro lado de la vÃa†podrÃa decirse que el silencio se escucha. Sólo un par de vecinos cruzan en bicicleta por la ex estación ferroviaria, mientras el rumor del viento acariciando el verdor de los cercanos sembradÃos de soja asemeja un verdadero paraÃso para el visitante, que casi no puede creer tanta paz y tranquilidad.
El estridente sonido del motor de un cuatriciclo conducido por una adolescente rompe el encanto y devuelve una realidad pueblerina que, indudablemente, ha cambiado en los últimos tiempos.
El motor de la soja. Es que la bonanza que atraviesa el campo se nota a cada paso en esta localidad de poco más de 700 habitantes, donde se adivina a la soja como uno de los motores fundamentales de un incipiente crecimiento que, entre otras cosas, provoca que no haya desocupados y que conseguir mano de obra local para algunas tareas se torne casi imposible.
“Aquà no trabaja el que no quiereâ€, asevera casi naturalmente el presidente comunal Angel Bellesi, y describe: “Entre el campo y las 30 personas que emplea un corralón de materiales y fábrica de columnas de hormigón, la desocupación es ceroâ€.
El análisis. En la calle del centro, paralela a las vÃas y frente a la ex estación ferroviaria, ahora devenida en Centro Cultural, dos hombres bajan garrafas de gas de un camión; tres o cuatro camionetas están estacionadas y se nota un mayor movimiento de gente. Sin dudas, es el centro neurálgico del pueblo: el supermercado de los Orecchia, una familia que lleva tres generaciones al frente del comercio más tradicional de Cañada Rica.
A pocos pasos de allÃ, la creciente estructura de un imponente chalet va tomando forma y otra vez la imagen de la soja se asocia a la prosperidad local. Y las construcciones —algunas importantes— se repiten en varias calles del pueblo, donde camionetas flamantes se cruzan con maquinaria agrÃcola de gigantescas ruedas que se adivinan recién estrenadas.
Pronto a cumplir 100 años —para el próximo octubre está programada la gran fiesta del centenario—, el pueblo se ha recuperado de aquella sangrÃa de los años 60, cuando “mucha gente emigró para trabajar en las fábricas metalúrgicas de Villa Constitución o San Nicolásâ€. “Hoy tenemos trabajo en el pueblo, hay tres médicos estables y hasta dentista. No nos podemos quejar; es un pueblo tranquilo, lindo, y estamos orgullosos de vivir aquÃâ€, dice Juan Carlos.
Sus 18 cuadras pavimentadas, otras 30 con escoria y sólo 5 ó 6 de tierra alejan a Cañada Rica de la difÃcil realidad de otras épocas, igualmente su gente rememora con nostalgia. Porque fueron entonces los corsos y bailes que “eran famosos en toda la zonaâ€, o los clásicos futboleros “a muerte†con el eterno rival, el vecino Sargento Cabral.
A la hora de estudiar se complica un poco. Es que el pueblo sólo tiene una escuela primaria, y el secundario obliga a los chicos a viajar a Sargento Cabral o a General Gelly, en ambos casos separados por más de 10 kilómetros.
El tiempo libre de los cañadenses tampoco ofrece muchas opciones: un pub, un bar y el Foot Ball Club Cañada Rica son los puntos de encuentro para chicos y grandes.
Muy atrás quedaron los años en que los motores de la usina de Idelfonso Arias daban luz al pueblo sólo hasta la medianoche. O cuando en el Real Cine se proyectaban dos pelÃculas que durante el intervalo se intercambiaban con el vecino pueblo de General Gelly, en una posta que debió haber sido histórica.
Un oratorio ubicado en medio de la soja
Frente a la casa de MarÃa Leale —una recopiladora de la historia y el presente de Cañada Rica—, unos 50 metros hacia el interior del sojal que se toca con la última calle del pueblo, se alza la construcción de la que por muchÃsimos años fue la parroquia local, ahora devenida en oratorio consagrado a la Virgen del Rosario de San Nicolás. Generaciones de cañadenses tomaron su comunión o se casaron en esa pequeña capilla que, curiosamente, da la espalda al pueblo.
“Este templo fue construido en 1924 y lo mandaron a hacer los dueños de la estancia Guevara, una familia tradicional de Cañada Rica. Por eso el frente de la capilla está orientado hacia la estancia que ellos poseÃan, y no hacia el puebloâ€, explica MarÃa, que junto a Juan Simonovich y Susana Raigal protagonizan un programa semanal en una FM regional, donde desgranan la historia y el presente del pueblo.
“Durante muchos años esta fue la única parroquia, consagrada a San Antonio de Padua. Después se construyó otro templo en el interior del pueblo y, una noche, la pequeña capilla fue saqueada y permaneció cerrada por mucho tiempoâ€, recuerda.
“Ahora, con el permiso de la familia Guevara, fue reacondicionada y quedó como un oratorio consagrado a la Virgen del Rosario de San Nicolás. De estas caracterÃsticas dicen que hay sólo dos o tres en todo el paÃsâ€, completa la historiadora.
Osvaldo Flores l La Capital l Miércoles 26 de marzo de 2008