conquista del desierto
Un militar joven y capaz, cuya astucia le valdrÃa el apelativo de “El Zorroâ€, ocupó la cartera de Guerra en el gabinete de Avellaneda: Julio Argentino Roca. Tucumano de nacimiento, recibió las palmas de general después de vencer a Arredondo en Santa Rosa. Alsina, su antecesor en el cargo, habÃa muerto poco antes, al comer alimentos en mal estado mientras inspeccionaba un campamento en Puan. De modo que Roca hereda su puesto y su ilusión más cara: incorporar para siempre a La lucha contra el indio, sostenida desde los precarios fortines que, a manera de avanzada, se alzaban en la soledad de la llanura o cerca de las poblaciones incipientes, constituyó una epopeya que los argentinos no conocemos suficientemente. Fueron sus protagonistas sufridos “milicos†criollos, que combatieron en condiciones durÃsimas, dejando tantos de ellos sus huesos en la pampa interminable. Soldados rasos, cuyos nombres nadie conservó, oscuros suboficiales y esforzados oficiales, entre los cuales cabe mencionar a Conrado Villegas, Nicolás Levalle, Lorenzo Wintter, Eduardo Racedo, Olascoaga, SolÃs, Daza o el comandante Prado. Este último escribió un libro, que todos deberÃamos leer: En 1872, mientras aún era presidente Sarmiento, se libró la gran batalla de San Carlos, en las proximidades de la actual BolÃvar, provincia de Buenos Aires. Allà se enfentaron Calfucurá –que tenÃa más de 100 años– y las fuerzas al mando del general Rivas, entre las que se contaban dos caciques con sus lanceros. Las acciones fueron terribles y Calfucurá resultó derrotado, perdiendo el arreo de hacienda que habÃa robado en su incursión y que alcanzaba a 76.000 vacunos y 16.000 yeguarizos. Desconsolado por su fracaso, Calfucurá murió al año siguiente, sucediéndolo Namuncurá en la jefatura de las tribus, reunidas por su padre bajo un mando supremo. Entre 1875 y 1876, Namuncurá dirigió una invasión que sembró muerte y desolación en los campos próximos a Tandil, Azul, Tapalqué y General Alvear, alzándose con más de 200.000 vacunos y varios miles de yeguarizos. Luego de vencer los indios en los encuentros de Blanca Grande y Fuerte Lavalle, el comandante Maldonado se impuso en Horquetas del Sauce y, unidas sus tropas a las de Levalle, volvieron a triunfar en Paragüil, poniendo fin a la incursión araucana. Ese año 76, Alsina –ministro a la sazón– dispuso que se cavara una enorme zanja para contener futuras invasiones. TendrÃa casi Roca, que nunca compartió el plan defensivo de Alsina, prefirió reemplazarlo por una ofensiva general. El 29 de abril de 1879, junto con su Estado Mayor, rompió la marcha en Carhué –al suroeste de la provincia de Buenos Aires– dando comienzo a Un total de 5 divisiones compone la fuerza que se ha puesto en movimiento. La 1ª está al mando del propio Roca, secundado por Conrado Villegas; la 2ª, a cargo de Levalle, parte también de Carhué; la 3ª, mandada por Racedo, sale desde la frontera de Córdoba y San Luis; la 4ª, que tendrá a su frente al coronel Napoleón Uriburu, ha de venir desde Mendoza; y la 5ª, que se divide en dos columnas: una a las órdenes de Hilario Nicandro Lagos, con punto de partida en Trenque Lauquen; la otra, dirigida por Enrique Godoy, que deja su asiento en GuaminÃ. Cuenta la expedición con apoyo naval, pues el comandante de marina MartÃn Guerrico, a bordo del vapor “Triunfoâ€, navegará el RÃo Negro para encontrarse con Roca en Choele Choel. Junto con los soldados marchan misioneros, cientÃficos, periodistas y fotógrafos. La operación es un éxito y la convergencia de las divisiones se lleva a cabo de manera impecable. Sólo enfrentó dificultades Napoleón Uriburu, el cual tuvo que combatir varias veces durante su avance por los faldeos de la cordillera. El 23 de junio, Roca telegrafÃa a Buenos Aires, informando que la misión se ha cumplido Ãntegramente. Un magnÃfico cuadro, del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes, muestra al general rodeado por sus oficiales, cerca de la orilla del RÃo Negro, perpetuando la evocación de aquella notable empresa. Conrado Villegas comandaba el 3 de caballería, conocido como “El tres de fierro”. Y esa unidad se distinguía por un detalle peculiar: todos los caballos que montaban sus hombres eran tordillos. Así, en la frontera, fueron famosos “los blancos de Villegas”, orgullo del “Toro”, apelativo éste del famoso jefe oriental del Ejército de Línea. Pero ocurrió que cierta mañana, al despertar, los soldados de “El tres de fierro” advirtieron que los indios, en un audaz golpe de mano, los habían dejado a pie. Durante la noche, burlando a los centinelas, se habían llevado “los blancos” consigo. Enterado Villegas, no aplicó castigo alguno a los responsables de cuidar la caballada: sólo les ordenó que salieran a buscarla y no regresaran sin ella. Nada fácil era la misión encomendada a los negligentes guardianes. Sin embargo, antes que pasara mucho tiempo, volvieron triunfantes al campamento de Trenque Lauquen, arreando una tropilla formada por la totalidad de “los blancos”, sin que faltara ninguno: con un golpe de mano idéntico al practicado por los salvajes, se las habían arreglado para recuperar los míticos tordillos. |
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