desde 1852 hasta 1899
revolución de 1880
 
 

El desenlace de la llamada “cuestión capital” llegó a la rastra de los dramáticos sucesos acecidos en Buenos Aires a mediados de 1880, de los que fue un coletazo postrero. Ocurrió que, al regresar Roca de la Campaña del Desierto, su nombre comenzó a girar como posible sucesor de Avellaneda en la presidencia de la República. Apoyado por una “Liga de Gobernadores” provinciales y por las unidades del ejército de línea, Roca era violentamente resistido en cambio por los porteños, que no se mostraban dispuestos a aceptar otro hombre del interior en la Casa Rosada, que Sarmiento hiciera pintar de ese color.


Puede llamar la atención esa agria hostilidad, cuando Buenos Aires ya había consentido las sucesivas gestiones de Sarmiento y de Avellaneda, sanjuanino el primero y tucumano el segundo, como Roca. Y hay que tener en cuenta varios factores para explicarla: que Sarmiento llegó a la primera magistratura de la mano de Alsina, caudillo porteño; que la asunción de Avellaneda sobrevino después de vencida la revolución encabezada por Mitre, en 1874; que Sarmiento y Avellaneda estaban radicados en Buenos Aires y no “ejercían” su condición de provincianos, de la cual se preciaba Roca; y, finalmente, que existía cierto cansancio respecto a la influencia política de los regimientos de línea, que daba lugar a lo que Mitre llamó “el voto armado”.


La figura que nuclea el localismo bonaerense es la de Carlos Tejedor, un jurista severo y taciturno, a quien los acontecimientos habrían de transformar en líder con arraigo popular, seguramente a pesar suyo.


Sarmiento ha sido nombrado ministro del Interior y se baraja también su nombre como candidato de transacción, destinado a bloquear el ascenso de Roca. Pero las desmesuras que le son propias hacen naufragar su gestión ministerial y su candidatura a presidente. Carlos Pellegrini ocupa la cartera de Guerra, para reemplazar a Roca.


En oposición a las fuerzas regulares del gobierno, Buenos Aires arma milicias que, mal disimuladas a veces como clubs de tiro, maniobran en la ciudad con gran despliegue de fusiles Remington y Schneider; cuentan incluso con varios cañones Krupp. La intercepción por las autoridades nacionales de una partida de armas destinada al gobierno provincial, constituye la chispa que encenderá una inmensa hoguera, en un medio extremadamente combustible.


El 13 de junio de 1880, los Colegios Electorales consagran la fórmula que integran Roca y Francisco B. Madero para presidente y vice de la República. Sólo los electores de Buenos Aires, Corrientes y uno de Jujuy votaron por Carlos Tejedor.


Avellaneda, acosado en la ciudad, se ha trasladado a Belgrano, apacible pueblo suburbano por entonces. Lo acompaña un gabinete reducido y cierto número de legisladores nacionales, insuficiente para sesionar válidamente.


El 21 de junio, se combate por fin. Y se combate encarnizadamente. Las tropas del gobierno y las de Buenos Aires chocan en Puente Alsina, los Corrales Viejos (Parque Patricios), Constitución. Hay más de 3.000 muertos y, a despecho del rudo ataque de aquéllas, la resistencia porteña no cede.


Mientras que por la Nación pelean jefes de la talla de Racedo, Levalle, Manuel Campos y Bosch, por Buenos Aires se baten Arredondo, Arias, Gainza, Julio Campos, Lagos. Pese a su coraje fuera de duda, no todos éstos son modelos de disciplina y, para conjurar diferencias que se suscitan entre ellos, Mitre es nombrado jefe de la defensa. Pese a hallarse en posición excelente, luego de neutralizados los ataques del día anterior, el nuevo jefe opta por negociar. Marcha a Belgrano, con una carta de Tejedor a Avellaneda, mantiene sucesivas entrevistas con los ministros de éste y, luego, se reúne con José María Moreno, vicegobernador de la provincia. Por fin, mediante un “pacto de caballeros”, cesan las hostilidades, renunciando Tejedor el 30 de junio.


Apenas acallado el tronar de las armas, se organiza en la ciudad un “Baile de la Reconciliación”, donde quienes fueran contendientes confraternizan cordialmente. Recién enterrados los muertos –padres, hermanos, tantos de ellos–, manos que huelen a pólvora enlazan el talle de las damas presentes al son de la música o, firme el pulso, alzan sus copas brindando por el futuro de la Nación.