Cuando los porteños rigieron la Nación, resultó lógico y natural que Buenos Aires fuera su capital, cumpliendo asà la función que históricamente le cupiera a lo largo de siglos. Cuando, en cambio, estuvieron escindidos del paÃs, la capital federal se asentó en otra parte, tal como ocurrió al erigirla Urquiza en Paraná. Las dificultades mayores se presentaban, sin embargo, cada vez que el poder central estuvo en manos de provincianos, no obstante hallarse Buenos Aires en relación más o menos armónica con el resto de la Confederación. Pues, instaladas las autoridades nacionales en la ciudad porteña, quedaba de manifiesto que se hallaban allà como huéspedes. Lo cual resultaba incómodo, tanto para dichos huéspedes como para sus forzados anfitriones. Por otra parte, éstos no estaban dispuestos a perder la ciudad de la que se enorgullecÃan con sobrados motivos, cediéndosela definitivamente a aquéllos. Aunque tampoco concebÃan, con motivos igualmente sobrados, que la Argentina no tuviera por capital a Buenos Aires. En tiempos de Avellaneda, convivÃan en ella el gobierno nacional y el provincial, separadas a veces las dependencias de uno y otro por el ancho de una calle. De modo que el presidente, vencida la revolución y próximo a concluir su mandato, resolvió poner fin al problema, facilitando de tal modo la gestión de quien lo sucediera.
En septiembre de 1880, el Congreso Nacional aprueba los proyectos de leyes enviados por el Poder Ejecutivo, para transformar la ciudad de Buenos Aires en capital federal de la República. En octubre, la legislatura bonaerense cede a la Nación, con ese fin, el municipio porteño. Por lo tanto, al asumir Roca la presidencia del paÃs en Buenos Aires, lo hará como dueño de casa. Tiempo después, a la cesión inicial se agregarÃan las comunas de Belgrano y Flores.