la Revolución
Pese a que en España funcionan precariamente una Junta Superior establecida en Cádiz y un Consejo de Regencia, organizado en la Isla de León —próxima a aquella ciudad andaluza—, la falta de información sobre su existencia y los recientes triunfos napoleónicos, producen en Buenos Aires la justificada impresión de que ya no hay autoridad en la península. Lo cual, naturalmente, lleva a poner en tela de juicio la legitimidad de un virrey que no representa al rey —prisionero—, ni a Junta alguna que gobierne en nombre de éste. Madura en la población un sentimiento favorable a cortar los lazos con España. Alimentado en unos por su negativa a depender de los franceses que la han invadido y de los afrancesados, que contemporizan con el invasor; en otros, los criollos, ese sentimiento se nutre en un deseo de mayor autonomía, en el cual late un germen de independencia. Con un agregado aún: que tal estado de ánimo, compartido por unos y otros en virtud de motivos diferentes, también es fomentado desde Inglaterra, ya que la favorece en su lucha contra Napoleón y puede resultar finalmente ventajoso para su comercio.
Dadas todas estas circunstancias, una creciente agitación invadió la ciudad. El desasosiego alcanzaba a los comerciantes prósperos y al paisanaje orillero, a los abogados duchos en latines, a militares, funcionarios y negros esclavos, no siendo el clero ajeno a él. Los puntos de mayor ebullición están en los cafés, en las tertulias y, sobre todo, en los cuarteles que alojaban regimientos y milicias. Lo que se exigía, derechamente, era la destitución del virrey y su reemplazo por una Junta, constituida a la manera de las formadas en España para resistir a Bonaparte.
Ante la inminencia de un grave tumulto, Cisneros cede a la presión y convoca un cabildo abierto para el 22 de mayo de 1810. Son cursadas invitaciones a la “parte principal del vecindario”. Alguna gente acude a la Plaza Mayor, cuyos accesos controlan soldados del regimiento de Patricios, al mando de Saavedra. Y, para distinguir a quienes bregan por la cesantía del virrey, se distribuye una divisa. Luego de un complicado debate y una prolongada votación, que terminó después de medianoche, el cabildo resolvió deponer a Cisneros y designar una Junta para reemplazarlo, tal como deseaba la mayoría de los pobladores. El síndico Leiva quedó facultado para gestionar la composición de esa Junta. Que, después de muchas consultas y trámites, quedó formada por Saavedra, Solá, Castelli e Incháurregui. Pero, en calidad de presidente del flamante cuerpo, se nombró a Cisneros. Cabildo Abierto, óleo de Pedro Subercaseaux Tal como lo han reiterado los textos escolares, la mañana del 25 de mayo amaneció fría y lluviosa. A las 8 se reunieron los capitulares. En un primer momento pretenden mantener la Junta designada, rechazando las renuncias de sus integrantes. Un grupo de criollos, reunido en la plaza, se entera de eso, invade el cabildo y llama a la puerta del salón donde están reunidos los cabildantes, manifestando a gritos que no se aceptará que continúe la Junta. Son citados los comandantes de las fuerzas militares, quienes se pronuncian en el mismo sentido. El síndico Leiva solicita le presenten un petitorio por escrito. Llega éste, con 411 firmas. Al atardecer, queda finalmente constituida la llamada Primera Junta que, en realidad, fue la segunda. Gobernará a nombre de Fernando VII, pero resultó el primer gobierno patrio pues, de hecho, no tuvo ninguna autoridad efectiva por encima de la suya. Se compuso así: PRESIDENTE Teniente coronel Cornelio Saavedra, jefe de Patricios. VOCALES Doctor Juan José Castelli, abogado. Licenciado Manuel Belgrano, abogado. Teniente coronel Miguel de Azcuénaga, militar. Presbítero Manuel Alberti, párroco de San Nicolás. Señor Domingo Matheu, comerciante. Señor Juan Larrea, comerciante. SECRETARIOS Doctor Juan José Paso, abogado. Doctor Mariano Moreno, abogado. A las 8 de la noche, los integrantes de la Junta pasaron al Fuerte para tomar posesión de sus cargos, mientras tronaban sucesivas salvas de artillería. Así, la Patria iba alcanzando su mayoría de edad. En tanto tenía lugar el cabildo del 22 de mayo, se distribuyó una divisa para distinguir a quienes exigían la sustitución del virrey por una Junta de vecinos. Contrariamente a la versión difundida, esa divisa no fue celeste y blanca. Se trató, en cambio, de una cinta enteramente blanca –color correspondiente a la casa de Borbón–, que llevaba una oblea con la efigie de Fernando VII, en cuyo nombre se daría gobierno propio esta parte de América. Otros son los nobles antecedentes de nuestros colores patrios, coincidentes con los de la túnica y manto de
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