desde 1800 hasta 1851
el Restaurador de las leyes
 
 
Poco antes, el 1º de diciembre de 1829, primer aniversario de la revolución vencida, Viamonte ha convocado a la Junta de Representantes disuelta por ella. El día 6, dicha Junta eligió gobernador a Juan Manuel de Rosas por 33 votos contra 1. Y le otorgó “facultades extraordinarias†para llevar adelante su gobierno, que asumió en difíciles condiciones.

El júbilo popular suscitado por la elección de Rosas fue enorme. La multitud desenganchó los caballos uncidos al coche que lo conducía, arrastrándolo a pulso. El presidente de la Junta lo saludó como “Restaurador de las Leyesâ€.

Con Juan Manuel de Rosas llegaba al gobierno un hombre singular, cuya personalidad vigorosa dejaría profunda huella en un lapso prolongado y decisivo de nuestra Historia. Nació en Buenos Aires, el 30 de marzo de 1793. Aunque sólo tenía 14 años, sirvió un cañón durante las invasiones inglesas. Dueño de la estancia “Los Cerrillosâ€, trabajó en el campo, adquiriendo allí todas las habilidades del gaucho, ya que fue jinete consumado, ducho en el empleo de lazo y boleadoras. Buen administrador, estableció en sus propiedades una firme disciplina y una organización precisa. Mantuvo relación amistosa con los indios, que confiaban en su palabra. Escribió un manual de instrucciones para sus mayordomos y un diccionario de la lengua pampa. Durante las guerras de la Independencia, tuvo a su cargo custodiar la frontera sur. Cuando la anarquía del año 20, restableció el orden en Buenos Aires, entrando a la ciudad al frente de “Los Colorados del Monteâ€, milicias a caballo formadas por sus peones, que vestían de rojo, con chiripá, bota de potro y “gorro de mangaâ€. En recuerdo de esa entrada, la calle por la cual llegaron al centro Rosas y los suyos, se llamó por mucho tiempo “del Buen Orden†(actual Bernardo de Irigoyen). Estaba casado con Encarnación Ezcurra. Era corpulento, rubio y de ojos celestes.





El amor al orden era una de las características que distinguían al Restaurador. En virtud de ella había redactado un reglamento minucioso, que regulaba la vida en las estancias que administraba. Entre las prescripciones de ese reglamento figuraba la de no portar cuchillo los días domingo y festivos, falta que sería castigada con pena de azotes.

Un domingo de mañana, Rosas se disponía a salir, llevando el cuchillo a la cintura. Su capataz, respetuosamente, le indicó la contravención. Advertido de su descuido, don Juan Manuel ordenó que se le aplicara el castigo previsto. Y recibió el número de azotes establecido, demostrando así que la ley era pareja y no admitía excepciones.