desde 1800 hasta 1851
expedición al desierto
 
 
Uno de los grandes problemas que aquejaron al país, desde sus orígenes, fue la lucha contra los indios. Se inició la misma con el arribo de Solís, se prolongaba durante el reciente gobierno de Rosas y no concluiría hasta la campaña que, mucho después, realizaría el general Roca. Incluso, en el Chaco, habrían de producirse ataques por parte de los indígenas ya entrado el siglo XX.

La multiplicación de los baguales, descendientes de aquellos yeguarizos que trajera al Río de la Plata don Pedro de Mendoza, le suministró a los salvajes movilidad para sus desplazamientos, permitiéndoles realizar viajes extensos, ya que se transformaron en eximios jinetes que combatían admirablemente de a caballo, utilizando lanzas y boleadoras. Organizaban “malones” para depredar pueblos y estancias, lanceando a los hombres, llevándose cautivas a las mujeres, degollando a los chicos y robando las haciendas. Estos malones partían desde las profundidades del desierto y, frecuentemente, desde Chile, donde se vendían después los animales robados. La aproximación de un malón sembraba el pánico en las poblaciones y entre la gente del campo, resultando habitualmente insuficientes los medios de defensa, que consistían en las guarniciones escasas de los pocos fortines situados en la frontera y en las peonadas, mal armadas y sin instrucción militar, con que contaban los estancieros.

Rosas, como sabemos, mantuvo en general buenas relaciones con los indios, establecidos en la provincia de Buenos Aires y sus proximidades. Pero no sucedía lo mismo con aquellos que llegaban de lejos, por el llamado “camino de los chilenos”, cuya traza se perdía hacia el sur, endurecida por el golpe repetido de infinitos cascos y pezuñas. Los cuatro hermanos Pincheira, chilenos realistas que mandaban muchos lanceros arauca nos y algunos desertores blancos, extendían sus dominios desde el pie de la cordillera hasta donde se extingue el curso del Chadí Leufú, en la Pampa Central; el cacique Chocory tenía sus toldos en la isla de Choele Choel; y todos ellos reunían malones, que asolaban los campos situados más allá del río Salado, el cual atravesaban a veces en sus correrías.

Al concluir su gestión, a fines de 1832, Rosas resolvió llevar a cabo una amplia ofensiva, para castigar a los incursores en sus guaridas. La misma es conocida como “Expedición al Desierto”.

Las fuerzas se dividieron en 3 columnas. La derecha estuvo al mando del fraile Aldao y partió desde Mendoza; la del centro, a las órdenes de Ruiz Huidobro, inició la marcha en San Luis; la izquierda, a cargo del propio Rosas, salió de la provincia de Buenos Aires. El general Quiroga comandaba en jefe la operación, iniciada en marzo de 1833.

Aldao llegó hasta Limay Mahuída. Ruiz Huidobro, luego de vencer al cacique Yanquetruz en Las Acollaradas, alcanzó Leubucó. Rosas avanzó hasta el río Colorado. Allí instaló su cuartel general, dispuso se reconocieran las márgenes del río Negro y se levantaran mapas de la zona, envió efectivos para batir el terreno río arriba, estableció un sistema de postas para comunicarse con Buenos Aires, creó nuevas guarniciones y reforzó las de Bahía Blanca y Carmen de Patagones, obteniendo así el control del “camino de los chilenos” a lo largo de todo su recorrido. Chocory huyó ante la aproximación de las tropas.

Aunque Aldao y Ruiz Huidobro no cumplieron íntegramente su cometido, bastó que cumpliera el suyo la columna izquierda para asegurar el éxito de la empresa. El 28 de enero de 1834, Rosas emprendió el regreso. Su victoriosa campaña aumentó el prestigio con que ya contaba y constituyó un título relevante para asegurar los derechos argentinos sobre la Patagonia. A raíz de ella, el Restaurador fue honrado también con el título de “Héroe del Desierto”.