¿Pueblo para una constitución o constitución para un pueblo?
La experiencia tronchada
También hacia 1850 un clima de paz y de prosperidad acentuadas hacia prever llegada la hora de serenidad anhelada para perfilar mejor esa consuetudo, ese “derecho político no escrito que equivalía a un sistema de leyes constitucionales” (47). Asegurada la libertad nacional, esto es, su soberanía, se hacía posible incluso mejorar el nivel de libertades individuales. La vuelta a la Confederación de numerosos emigrados (48) que venían a acogerse a la prosperidad, paz interior, orden y honor restablecidos de que hablaba San Martín en su carta a Rosas del 6 de mayo de 1850, así lo hacía atisbar. Sólo un nubarrón se avizoraba en el horizonte de la República: Brasil. Insidiosamente nos había venido hostilizando en esos años como siempre, y ahora, a punto de caer Montevideo, se movía para evitarlo pues temía que le llegara la hora de rendir cuentas de tanto golpe bajo y territorio birlado. Lamentablemente pudo hacer pie en el caudillo entrerriano, la primera espada de la Confederación, ambicioso de poder y de gloria y de acrecentar su ya notable fortuna hecha en buena medida merced al comercio ilícito con la plaza enemiga de Montevideo que Rosas había cortado. Y así, en vez de un nuevo Ituzaingó, para el que poseíamos tropa bizarra y fogueada en medio siglo de luchas, conducida por jefes brillantes, tuvimos un Caseros logrado por la habilidad diplomática fluminense, trabajando sobre un hombre apurado, desprevenido, de visión aldeana. Los cincuenta mil hombres que debían darnos ese nuevo y decisivo Ituzaingó a lograrse en territorio ocupado por Brasil, pelearon entre sí a escasos kilómetros de Buenos Aires en los campos de Morón, mientras miles de soldados imperiales habían ocupado sin disparar un solo tiro la Banda Oriental y desde Colonia vigilaban los resultados logrados por su ducho servicio exterior. Se perdió Paraguay definitivamente, las Misiones Orientales, la navegación nacional exclusiva de nuestros ríos interiores, una fortuna en patacones constantes y sonantes, la posibilidad del reintegro oriental, el control del área piálense, y por sobre todo, la plena rectoría de nuestra política internacional. ¿Al menos continuó la gestación del proyecto de organización empírica encarado? La renuncia al destino de grandeza que Caseros significó, era lógico que produjera la consecuente abdicación al logro de instituciones fruto del genio nacional, obra de legisladores atentos a los caracteres del ser argentino y a los intereses de la comunidad rioplatense. |
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