¿Pueblo para una constitución o constitución para un pueblo?
Vieja disyuntiva y calidades de una comunidad
 
 
Incumbe que ante los hechos y reflexiones precedentes, nos interroguemos relativamente a lo que fue el dilema de tantos argentinos preocupados por el fenómeno de la inestabilidad política nacional causada, sin duda, entre otros factores, por esa falta de correspondencia entre la concreta vida política y los preceptos jurídicos fundamentales del derecho público adoptado, entre los imperativos nacionales y la Constitución Nacional.

Esa alternativa puede expresarse así: ¿es éste un pueblo inepto para practicar una forma culta de convivencia política, o es la forma de convivencia que se le discerniera sin atender en considerable tasa a su tradición e índole la culpable de esa antítesis entre instituciones y realidad?

Nuestra comunidad fue capaz sin la ayuda de nadie de lograr su emancipación, y décadas después de derrotar a las dos más poderosas potencias del orbe; el tono moral imperante asombraba a los extranjeros (75); abrazamos la república y desdeñamos la monarquía cuando aquélla era todavía una novedad; repudiamos el sufragio calificado por razones de posición económica (76) en época en que las llamadas primeras democracias lo practicaban; siempre tuvimos un concepto de la igualdad humana que nos llevó a rechazar la esclavitud en las primeras horas de la vida independiente, medida que sólo arbitraron otras naciones de papel preponderante muy avanzado el siglo pasado.

Sin pretender agotar este análisis que podría hacerse más ampliamente comparativo con esas naciones, lo dicho basta para mostrar la nobleza de una progenie que no ha sido promotora de guerras injustas ni de usurpaciones territoriales o colonialismo económico. Debemos admitir que la altivez característica del rioplatense, de recio cuño hispánico, acicateada por la buena dosis de enciclopedismo que se le inyectara, ha contribuido a que la tarea de gobernar a nuestros compatriotas sea compleja. Esa arrogancia fue causa importante de la desgraciada guerra civil de siete décadas del siglo pasado. Sin embargo, entiendo que la casi absoluta falta de grandes conductores políticos, suplidos por mediocridades notorias, por una parte, y las propias dificultades de un pueblo adolescente que comienza a abrirse paso en el concierto internacional con las lógicas ¡imitaciones de su edad, son los factores más decisivos de muchos de los fracasos nacionales.

En materia constitucional, si esas mediocridades no fueron, salvo excepciones, sino capaces de plagio, despreciando o ignorando toda una tradición secular de considerable riqueza, debemos convenir que Argentina está todavía en los comienzos del proceso de elaboración de su cultura política, y que ha hecho toda una experiencia que puede ser aleccionadora en lo atingente al derecho público.

Debemos abandonar el ditirambo torpe e interesado por una actitud de crítica sabia; discerniendo, según enseña Ernesto Palacio, entre lo que fue victoria o derrota nacional, éxito o malogro nacional. Podremos así contribuir, sine ira et studio, con paciencia y prudencia, a iniciar la tarea, en lo específicamente institucional, de introducir a la República en el proceso que la llevará lentamente pero con autenticidad, a la obtención de herramientas de gobierno adecuadas a nuestro genio y situación. Esos instrumentos, que habrán de irse perfeccionando con el correr del tiempo, contribuirán sin duda a producir el clima de estabilidad política necesaria para convertirnos en una empresa nacional destacada que busque asimismo su adecuación más perfecta al orden natural.