Etapas históricas de la educación argentina
Primera Etapa: Evangelización
En la primera etapa del desarrollo de la educación argentina, que abarca la época del descubrimiento y la conquista de América, en la que gobernaron en España los reyes de En esta época de la conquista y la colonización, el modelo del hombre argentino se identificó con las características propias del caballero español, que se distinguió por su fidelidad a la profesión de fe cristiana y su lealtad inconmovible a la corona. De ahí que el objetivo fuera formar, ante todo, un buen cristiano, obediente de las leyes de Dios y de El punto de partida de la política educativa fue el codicilo que la reina Isabel agregó a su testamento en 1504, en el que ordenó a sus sucesores convertir a los indios a la fe católica y enseñarlos y dotarlos de buenas costumbres, sin que recibieran agravio alguno en sus personas ni bienes, y que mandaran “que sean bien y justamente tratados y si algún agravio recibieren lo remedien y provean por manera que no excedan cosa alguna de lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión [de El ratio studiorum En esta etapa fundacional arribaron al continente americano las ideas pedagógicas predominantes en España, de origen estrictamente medieval. En ese sentido debe tenerse presente la identificación existente entre La mayor influencia fue ejercida por El ratio dividía los estudios en cinco cursos: tres de gramática, uno de humanidades y otro de retórica. La gramática inferior o prima, comprendía nociones de latín, que era intensificada en la gramática media, basada en textos de Cicerón y Jubo César. El tercer curso, de gramática superior o suprema, abarcaba la sintaxis y la versificación. En cuanto a las humanidades, comprendían la lectura de obras de Horacio, Virgilio, Salustio y Tito Livio y también de autores griegos, como Platón y Aristóteles. El último curso, de retórica, procuraba que los estudiantes se perfeccionaran en la correcta expresión de sus ideas. Según las investigaciones del padre Guillermo Furlong, “el sistema del ratio studiorum fue el seguido en todas las escuelas que tuvieron los jesuitas en Buenos Aires, Córdoba, Corrientes, Santiago del Estero, La educación de los indígenas En esta etapa, como hemos dicho, la mayor preocupación fue la educación de los indígenas que, de acuerdo con el mandato de la reina Isabel, debían ser convertidos a la fe católica e instruidos por personas “doctas y temerosas de Dios”. Con tal objeto, desde el comienzo de la conquista llegaron a estas tierras clérigos y religiosos, pertenecientes al clero secular y a las diferentes órdenes y congregaciones de Los religiosos, ya sea franciscanos, mercedarios, dominicos, carmelitas, agustinos o jesuitas, tuvieron que afrontar grandes peligros y apelar a todos los recursos a su alcance para realizar su tarea evangelizadora e incorporar a los indios a la civilización cristiana. El primer problema que debieron resolver fue el del idioma. En un principio trataron que los indios hablaran la lengua española, pero bien pronto advirtieron que más efectivo era que ellos aprendieran las lenguas vernáculas. Por ello fue necesario redactar vocabularios y gramáticas. El padre Alonso Barzana, que sabía trece idiomas, escribió el Arte de la lengua toba y el padre Antonio Ruiz de Montoya, el Arte, vocabulario, tesoro y catecismo de la lengua guaraní. No obstante, para facilitar la enseñanza y el aprendizaje, los primeros catecismos fueron pictográficos. La acción educativa se llevaba a cabo en las encomiendas y en las reducciones, por medio de curas doctrineros; o bien en las misiones, a cargo de religiosos, generalmente franciscanos o jesuitas, que fueron los más numerosos en llegar a América. La encomienda era un grupo de familias que se encomendaba a un español o encomendero, quien tenía la obligación de proteger a los indios y asegurarles instrucción religiosa y, a cambio, se beneficiaba con el servicio personal de los encomendados. La encomienda fue una merced real con la que se retribuían los servicios de los conquistadores, aunque en Los indios que no eran repartidos en encomienda fueron reducidos, es decir, obligados a vivir en poblaciones con autonomía administrativa, que se llamaron reducciones, donde también se desempeñaban curas doctrineros. Un conjunto de reducciones constituía un corregimiento, a cargo de un funcionario llamado corregidor, con obligaciones semejantes a las del encomendero. En cuanto a las misiones, eran reducciones que estaban bajo la responsabilidad de las órdenes religiosas, entre las cuales, las más importantes fueron las misiones jesuíticas del Guayrá, amplia región que abarcaba lo que hoy es el Paraguay y parte del Brasil y de nuestro país (actuales provincias de Misiones y Corrientes). La primera misión en establecerse fue la de San Ignacio Guazú en 1610, durante el gobierno de Hernandarias en el Río de Tanto en las encomiendas, como en las reducciones y misiones, se enseñaba la doctrina cristiana y nociones elementales de lectura, escritura y cálculo. Aunque en las misiones, especialmente, la educación no se agotaba con ello, sino que los indios eran instruidos, además, en diversas artes y oficios. De esta manera aprendieron a tallar imágenes, fabricar retablos, púlpitos y confesonarios, construir órganos, interpretar música con varios instrumentos y hasta editar libros en una imprenta construida por ellos mismos en ese lugar con la dirección de los jesuitas Juan Bautista Neumann (alemán) y José Serrano (español). Como apunta Ballesteros: “En cada doctrina hubo bibliotecas, algunas de ellas muy importantes, como la de Candelaria, que contaba con unas 4.000 obras, muchas de ellas de varios volúmenes. Así, en las 30 bibliotecas de las doctrinas de guaraníes se han podido contabilizar cerca de 13.000 obras, entre las que se destacan 49 escritas en lengua guaraní y 17 manuscritos” 3. Y, según el testimonio del padre José Cardiel –incorporado a las misiones en 1730–: “Hay escuelas de leer en su lengua, en español y en latín, y de escribir de letras de mano y de la de molde; escuela de música, y también de danzar de cuenta [...]. Estos [indios] de las escuelas son los que, cuando adultos, gobiernan el pueblo”4. La enseñanza, aunque selectiva, abarcaba a ambos sexos -por separado-, lo cual marcaba una notable diferencia con lo que ocurría por la misma época en otros lugares del mundo, incluso en Europa. La edad de los educandos iba desde los 7 hasta los 17 años en los varones y los 15 en las mujeres, que era, generalmente, la edad en que se casaban. Por otra parte, los indios aprendieron también a labrar la tierra y a cuidar el ganado, en un sistema de economía mixta, en el que coexistieron la propiedad privada y la propiedad colectiva, aunque el objetivo final era educarlos para valorar la función social de la propiedad privada. Escuelas para caciques De acuerdo con lo prescripto por el rey Carlos V en las Ordenanzas de Zaragoza, en 1518, con el objeto de obtener un efecto multiplicador, se crearon, además, escuelas para los hijos de los caciques, aunque no estaba vedado el ingreso para los indios del común. El primero de los establecimientos de esta naturaleza, fue el Colegio de Santiago de Tlatelolco o Colegio Imperial de La educación de los españoles y de sus hijos Además de la educación de los indígenas, debía atenderse la educación de los españoles y de sus hijos. Los negros, zambos y mulatos estaban excluidos. Solamente eran instruidos en la doctrina cristiana. La enseñanza elemental se daba preferentemente en los hogares, por los miembros de la familia o a cargo de maestros particulares, que debían ser “cristianos viejos y de buena vida y costumbres”, que eran autorizados por los cabildos, de acuerdo con reglamentos minuciosos en los que se establecían los contenidos de la enseñanza, los días de asueto, la concurrencia a misa e, incluso, los castigos que debían aplicarse a los niños, propios de aquella época: ponerse de rodillas, el guante, la palmeta y los azotes. Había también escuelas conventuales, que funcionaban en los conventos; parroquiales, en las parroquias, y las llamadas escuelas del rey, que eran sostenidas por los cabildos. En las escuelas conventuales y parroquiales, la enseñanza era gratuita; y en las de los cabildos se becaba a un grupo de alumnos. Los maestros particulares recibían una pequeña retribución pecuniaria. La primera enseñanza o de las primeras letras, comprendía la doctrina cristiana, la lectura, la escritura y las cuatro operaciones fundamentales de la aritmética. La metodología utilizada era la catequística o memorística. La disciplina era rígida e incluía –como mencionamos– los castigos corporales, admitidos entonces universalmente. Las vacaciones de verano eran breves: 20 días a un mes. Finalizaban el miércoles de ceniza. Aunque durante el año había muchos días de fiesta. El nivel secundario se cursaba en los colegios de estudios preparatorios para el ingreso en la universidad, en los que, básicamente, se estudiaba gramática o latinidad, filosofía y teología. Para ejercer la docencia, los maestros debían reunir determinadas condiciones de edad, conducta y linaje de sangre, que fueron reglamentadas por los cabildos y verificadas por un tribunal examinador constituido al efecto. Se requería, además, certificación del ordinario eclesiástico de haber sido examinado y aprobado en la doctrina cristiana y examen sobre la pericia en el arte de leer, escribir y contar. El Colegio de En agosto de 1610 llegaron a la ciudad de Santa Fe de Según relata el entonces provincial de En 1767, debido a la expulsión de los jesuitas, el Colegio dejó de funcionar, durante el rectorado del padre Manuel García. En 1793 los padres mercedarios tomaron posesión del Colegio con la condición de continuar, a su cargo, con las aulas de primeras letras y de gramática. Sin embargo, seis años después todavía no lo habían logrado y el Colegio seguía clausurado por falta de alumnos, aunque los padres de familia sostenían que en realidad era por falta de maestros. Varios intentos realizados posteriormente para reabrir el Colegio fracasaron. Recién en 1860, el presidente de El Colegio de San Ignacio Como lo destaca el padre Furlong: “Los jesuitas fueron los primeros profesores de segunda enseñanza que hubo en Buenos Aires, pero no fueron los primeros maestros de escuela. Antes de ellos habían otros maestros abierto diversas aulas para bien de la niñez porteña”6. Tal el caso, por ejemplo, de Francisco Manzanares, a quien el Cabildo de Buenos Aires, en 1605, le permitió cobrar el salario por haber enseñado la doctrina y a leer y escribir. En 1617 fundaron los jesuitas una escuela de primeras letras en Buenos Aires, y el mismo año un colegio de estudios preparatorios, llamado Colegio de San Ignacio, que perduró hasta la expulsión, en 1767, es decir, exactamente durante un siglo y medio. Era entonces superior de los jesuitas y, por lo tanto, rector del Colegio, el padre Juan Romero, que al poco tiempo fue reemplazado por el padre Francisco del Valle, quien –como dijimos– en 1615 había fundado el Colegio de En un informe sobre el Colegio, del año 1632, se decía: “en este Colegio de Buenos Aires hay cinco sacerdotes ocupados en los ministerios [...] Uno cuida de la enseñanza de los niños [...] Otro es maestro de gramática en todas las clases [...] Ha menester este Colegio para andar en orden y concierto, y poderse acudir a los ministerios, otros cuatro sacerdotes [...] y así se dividieran las clases de gramática”7. La enseñanza era gratuita –como en todos los institutos jesuíticos–, por lo que el Colegio se sostenía con limosnas que llegaban de Chile y con algunos aportes que El primer emplazamiento del Colegio estuvo sobre la actual Plaza de Mayo, pero en 1662, por razones estratégicas, vinculadas con la defensa de Buenos Aires, debió trasladarse a la manzana comprendida entre las actuales calles Bolívar, Moreno, Perú y Alsina, que luego se conoció como “manzana de las luces”, expresión que se atribuye al Pbro. Antonio Sáenz, por haberse concentrado en ella una extraordinaria actividad intelectual y cultural. De acuerdo con las órdenes del padre Andrés de Rada, entre 1666 y 1689 se uniformó toda la enseñanza jesuítica. En 1731 se fundó una cátedra pública de filosofía, que comprendía lógica, psicología y metafísica, y desde 1740 se establecieron tres cátedras de teología. Con estas cinco cátedras, en 1757 se fundó una Academia, que debía ser el fundamento de una nueva Universidad, pero como no otorgaba títulos de grado, sus aulas no fueron muy concurridas. Como complemento existía un convictorio o pensionado estudiantil, gracias a la donación efectuada por el padre Juan Antonio de Alquizalete, proveniente de una herencia recibida. Como dijimos, el Colegio se extinguió con la expulsión de los jesuitas en 1767. Para esa época el edificio del Colegio y el de la iglesia contigua estaban casi concluidos. El último rector fue el padre Ignacio Perera, teólogo y canonista de nota. Durante su estada en Buenos Aires, como también lo señalamos, los jesuitas fundaron otro colegio de primeras letras en los Altos de San Pedro, denominación que aludía a la parroquia de San Pedro González Telmo, más conocida como San Telmo, y también tuvieron a su cargo la dirección del Seminario Conciliar para la formación del clero local. Asimismo, establecieron en El Colegio de Monserrat El Colegio Real Seminario Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat, fue establecido por los jesuitas en Córdoba, debido a la preocupación del doctor Ignacio Duarte Quirós –”sacerdote docto y ejemplar” –, el 19 de agosto de 1687, como preparatorio para los estudios universitarios. Quirós proveyó la suma de dinero necesaria para la fundación, que puso a disposición de En la historia de este instituto se pueden establecer cuatro épocas: 1ª) la de la administración jesuítica, que se extiende desde su fundación hasta la expulsión de los miembros de Las autoridades del Colegio se componían de un rector; un prefecto de disciplina; un pasante, que hacía las veces de director de estudios; y un ministro o administrador. La vida cotidiana de los alumnos estaba regulada por estrictas normas de religiosidad, que incluían las oraciones, la frecuentación de los sacramentos y los retiros espirituales. Semana Santa, el jueves santo los colegiales debían concurrir en compañía del rector y los profesores a la visita de los sagrarios, práctica piadosa que se mantuvo entre nosotros hasta mediados del siglo XX. Cabe señalar que estas prescripciones no fueron suprimidas con la nacionalización del Colegio y están contenidas en el reglamento de 1855, suscripto por el presidente de Desde 1838 hasta 1855, el Colegio fue dirigido por el Pbro. Dr. Eduardo Ramírez de Arellano quien, a la vez, se desempeñó como catedrático de De acuerdo con las investigaciones realizadas por el historiador jesuita Pedro Grenon, desde su fundación hasta 1855, pasaron por sus aulas 1.756 alumnos, procedentes de las provincias que integraban el antiguo territorio del Virreinato del Río de El Colegio de Nuestra Señora de Loreto íntimamente vinculado con el Colegio de Monserrat, estuvo el Colegio Seminario de Nuestra Señora de Loreto, fundado por el obispo Trejo y Sanabria el 17 de diciembre de 1611 en la ciudad de Santiago del Estero, sede de la diócesis del Tucumán, y destinado a la formación del clero. En 1699 este Colegio fue trasladado a Córdoba y en 1752 se aprobaron las reglas directivas y doctrinales que se han de observar en el Colegio Real y Seminario de Nuestra Señora de Loreto y Santo Tomás de Aquino, dictadas por el obispo Pedro Miguel de Argandoña. Para el ingreso en el Colegio se requería que los postulantes debían tener doce años cumplidos, ser hijos legítimos y saber leer y escribir, además, debían demostrar una marcada vocación religiosa. Los que fueran seminaristas tenían que turnarse en el servicio de culto en Además de los estudios regulares de gramática, filosofía y teología, los alumnos recibían lecciones de música y aprendían a ejecutar en el arpa, el órgano y el violín. Según las Reglas, los alumnos teólogos debían predicar los días de Nuestra Señora de Loreto, de Por iniciativa del obispo del Tucumán, fray Fernando de Trejo y Sanabria, el papa Gregorio XV otorgó en 1621 al Colegio Máximo que tenían los jesuitas en la ciudad de Córdoba desde 1610, el privilegio de poder otorgar grados académicos y, por lo tanto, la jerarquía de universidad, la que comenzó a funcionar al año siguiente, de acuerdo con las Constituciones o reglamentos que dictó el padre Pedro de Oñate, reformadas por el padre Andrés de Rada en 1664 y confirmadas en 1680. Sin embargo, sostiene el padre Pedro Grenon, que fue Trejo y Sanabria había nacido en las costas del Brasil en 1550. Era nieto de Diego Sanabria, que debió ser el tercer adelantado del Río de El gobierno de Según refiere el historiador Antonino Salvadores: “Se obtenía el grado de doctor después de la licenciatura y de haber cursado dos años como pasante, durante los cuales se rendían cinco exámenes, de los cuales cuatro, llamados parténicas, estaban dedicados a Por real cédula del 1º de diciembre de 1800, el rey Carlos IV refundó Las Universidades de Charcas y de Santiago Trejo y Sanabria fue también el inspirador de la fundación de |
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