Etapas históricas de la educación argentina
Cuarta etapa: Reforma y restauración
 
 

En esta etapa, que coincide con la época del apogeo del federalismo y la construcción de la unidad nacional (1820-1852), también turbulenta por el desarrollo de las luchas civiles y las intervenciones extranjeras, hubo, sin embargo, una intensa acción educativa, de la cual fueron propulsores los gobernadores de las distintas provincias confederadas. En Buenos Aires, durante el gobierno de Martín Rodríguez, por empeño del Pbro. Dr. Antonio Sáenz se fundó la Universidad de Buenos Aires y, por inspiración de Rivadavia, se estableció el Colegio de Ciencias Morales; luego, por iniciativa de Juan Manuel de Rosas, se reabrió el Colegio de los jesuitas, que más tarde se transformó en el Colegio Republicano Federal. En Entre Ríos descolló primero la acción de Pascual Echagüe y luego la de Justo José de Urquiza, que fundó el Colegio del Uruguay. En Santa Fe, Estanislao López dio existencia al Gimnasio Santafesino y al Instituto Literario de San Jerónimo. En Catamarca se estableció el Colegio Patriótico Federal Nuestra Señora de la Merced y en Salta, el Colegio de la Independencia.


Con la crisis de 1820 y el posterior advenimiento del gobierno de Rodríguez en la Provincia de Buenos Aires quien, a partir de agosto de 1821, nombró a Rivadavia como ministro de Gobierno, tuvo lugar un intento más profundo de transformación del modelo tradicional del hombre argentino, acompañado de una reforma eclesiástica lesiva de los derechos de la Iglesia, que provocó la reacción de los católicos argentinos. Entre los principales opositores a la reforma, descuella el nombre del padre Francisco de Paula Castañeda, a quien un escritor moderno, Arturo Capdevila, llamó por ello “aquél de la santa furia”. El nuevo modelo implicaba el estímulo de los conocimientos científicos que fascinaban a los hombres de la época, hasta poner en duda la existencia misma de Dios, como en el caso del profesor de la Universidad de Buenos Aires, Miguel Fernández de Agüero. Posteriormente, durante el dilatado gobierno de Rosas, se restauró el modelo tradicional del hombre argentino, tal como surge del decreto de 1844, que exigía profesión de fe católica en los docentes y de los objetivos del Colegio Republicano Federal formulados por su director, el padre Francisco Majesté, en 1845: “Patriotismo federal, religión católica, ilustración sólida, han sido y serán siempre la base de educación de este establecimiento argentino”.



El aporte del padre Castañeda a la educación


Francisco de Paula Castañeda nació en Buenos Aires en 1776. Estudió primeramente en el Real Colegio de San Carlos y en 1793 se incorporó a la orden franciscana. A principios de 1798 viajó a Córdoba y allí se ordenó sacerdote dos años después. De regreso en Buenos Aires ocupó una cátedra de teología y se desempeñó como capellán militar durante las invasiones inglesas al Río de la Plata, de 1806 y 1807. En su convento de la Recoleta dictó clases gratuitas de primeras letras a los niños del lugar. A fines de 1814 añadió una Academia de Dibujo, la que en agosto del año siguiente trasladó al edificio del Consulado de la ciudad, donde se incorporaron dos profesores españoles, José Ledesma y Vicente Muñoz. Las clases se inauguraron el 10 de agosto de 1815, con un acto solemne en el que habló el padre Castañeda. En 1817 se sumó el pintor y escultor francés José Guth como director La Academia fue clausurada en 1820 por falta de recursos, pero Castañeda logró que fuera reabierta el 25 de octubre del mismo año, con la dirección del grabador francés José Rousseau, aunque sólo perduró hasta la erección de la Universidad de Buenos Aires, en agosto de 1821. Al propio tiempo que se instalaba la Academia de Dibujo, el padre Castañeda fundó la Sociedad Filantrópica de Amantes de la Educación, en agosto de 1815, primera de este carácter entre nosotros, que fue inaugurada en el mes de diciembre siguiente y cuyo objeto era promover la educación como sustento imprescindible de la prosperidad pública.


El padre Castañeda fue un decidido opositor a la reforma eclesiástica rivadaviana y llegó a fundar hasta once periódicos para expresar sus ideas contrarias al gobierno. Rivadavia, que no pudo soportar esta oposición sistemática, cerró sucesivamente los periódicos publicados y terminó por desterrar a Castañeda de la Provincia, por cuatro años. No obstante, éste no se silenció y continuó su prédica, primero desde Montevideo y luego desde Santa Fe. En esta última provincia, con el apoyo del gobernador Estanislao López, pudo proseguir también su obra educativa y en 1823 fundó una escuela en San José del Rincón, donde, además de las primeras letras, se enseñaban artes y oficios, como carpintería, herrería y relojería, y funcionaba, asimismo, una escuela de pintura. Más tarde añadió un aula de gramática, correspondiente entonces al nivel secundario o de estudios preparatorios, en la que también se enseñaba geografía, dibujo y música. A este establecimiento no sólo concurrieron alumnos de Santa Fe, sino también de Entre Ríos y hasta de Buenos Aires. En 1827 pasó Castañeda a Entre Ríos, donde estableció una escuela de primeras letras en San Miguel de la Bajada del Paraná y otra en San José Feliciano, que funcionó de acuerdo con el sistema lancasteriano, y un aula de gramática.


Castañeda dejó de existir el 11 de marzo de 1832, en la ciudad de Paraná. Por expreso pedido de Rosas, entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires, sus restos fueron trasladados a la ciudad porteña, donde fueron depositados en el panteón del Convento de San Francisco, el 28 de julio del mismo año. En ocasión de sus exequias, su hermano en religión, el franciscano fray Nicolás Aldazor dijo de él: “detestó las falsas doctrinas tan opuestas al bien de los pueblos y terminó sus alientos confesando el amor a la religión en que había nacido y a la patria, que habían sido siempre el objeto de sus tareas” 1.



La Sociedad de Beneficencia


Como vimos, una vez superada la crisis de 1820, que provocó la caída del Directorio, durante el gobierno de Rodríguez en la Provincia de Buenos Aires, al hacerse cargo Rivadavia del Ministerio de Gobierno, en agosto de 1821, se llevó a cabo una reforma eclesiástica de vastas proyecciones, que lesionó seriamente la situación de la Iglesia católica en el país y repercutió sobre la educación, a la que aquélla estaba íntimamente ligada. Entre las medidas de mayor trascendencia que se tomaron, vinculadas con la educación, se encuentra la introducción del sistema lancasteriano, a la que ya nos hemos referido, y la secularización de la Hermandad de la Caridad. En lugar de esta última, cuyos bienes fueron confiscados, se creó la Sociedad de Beneficencia, el 12 de abril de 1823, a quien se le encomendó la atención del antiguo Colegio de Niñas Huérfanas y de las escuelas de mujeres de la capital. La nueva institución fue gobernada por una comisión de damas presidida por Mercedes Lasala de Riglos y llevó a cabo una meritoria labor, que se extendió por más de un siglo. El 20 de agosto de ese mismo año, la Sociedad de Beneficencia instaló su primera escuela en la parroquia de las Catalinas. En 1835 la Sociedad administraba 17 escuelas, de las cuales 10 correspondían a la ciudad y el resto a la campaña. Para la enseñanza se adoptó el sistema lancasteriano y como libro de texto se utilizó el Manual para las escuelas elementales de niñas o resumen de enseñanza mutua aplicada a la lectura, escritura, cálculos y costura, de madame Guignon, traducido del francés por Isabel Casamayor de Luca.


Sin embargo, los hechos más importantes en el campo de la educación fueron la fundación de la Universidad de Buenos Aires, en 1821, debido al empeño del Pbro. Dr Antonio Sáenz; y la transformación del


Colegio de la Unión del Sud en Colegio de Ciencias Morales, a instancias del propio Rivadavia, en 1823.



La Universidad de Buenos Aires


El origen de la fundación de la Universidad de Buenos Aires se encuentra como ya hemos dicho en una iniciativa del Cabildo de la ciudad, de 1767, que propuso dirigirse al rey para que cediera el antiguo edificio del Colegio Grande de los jesuitas expulsos, con el objeto de instalar en él una Universidad pública y convictorio de estudios. Tal iniciativa fue muy bien acogida posteriormente por el virrey Vértiz quien, a partir de 1778, se convirtió en su gestor, aunque no llegó a concretar la fundación.


Varias décadas después, el director Juan Martín de Pueyrredón retomó la idea y solicitó al Congreso Nacional, reunido entonces en Buenos Aires, las más amplias facultades para proceder a la fundación, tarea que quedó a cargo del Pbro. Sáenz, quien luego fue ratificado por el nuevo director José Rondeau y, posteriormente, por el gobernador Rodríguez y su primer ministro de Gobierno Juan Manuel de Luca, otorgándole “todas las facultades para que proceda inmediatamente a fundarla en clase de encargado o comisionado especial del Gobierno” 2. Sáenz había nacido en Buenos Aires el 6 de junio de 1780. Luego de cursar las primeras letras ingresó en el Real Colegio de San Carlos y en 1800 viajó a Charcas, en cuya Universidad obtuvo el título de doctor en leyes cuatro años después. De regreso en su ciudad natal, fue ordenado sacerdote en 1806. Más tarde formó parte de la Real Audiencia, en la que se desempeñó en calidad de defensor de pobres. Se incorporó luego al movimiento de Mayo de 1810 y participó en la Sociedad Patriótica y en la Logia Lautaro. En 1815 integró la Junta de Observación que dictó el Estatuto Provisional y convocó al Congreso de Tucumán. Designado representante por Buenos Aires, tuvo una destacada actuación en sus deliberaciones. Cuando el Congreso se trasladó a Buenos Aires, le fueron encomendados los trabajos para la fundación de la Universidad.


El 9 de agosto de 1821, Rodríguez firmó el edicto ereccional de la Universidad, refrendado por su nuevo ministro Rivadavia, recién llegado de Europa e incorporado al gabinete como ministro de Gobierno. Tres días después se llevó a cabo la solemne ceremonia de inauguración en el templo de San Ignacio. En esa ocasión, el Gobierno tomó juramento al rector, cargo que recayó en el Pbro. Sáenz.


La Universidad se organizó en seis departamentos o facultades: el de Primeras Letras, con la dirección inmediata del rector, que comprendía las escuelas de la ciudad, los suburbios y la campaña, con una Escuela Normal, que comenzó a funcionar en 1826, en la que se enseñaba con el sistema lancasteriano; el de Estudios Preparatorios, constituido en un principio por el Colegio de la Unión del Sud; el de Ciencias Exactas, formado por las cátedras de dibujo, geometría descriptiva, cálculo y mecánica y física experimental y astronomía; el de Medicina, integrado por las cátedras de instituciones médicas, instituciones quirúrgicas y clínica médica y quirúrgica; el de Jurisprudencia, compuesto por las cátedras de derecho natural y de gentes y de derecho civil; y el de Ciencias Sagradas, con las cátedras de escritura, dogma y cánones, que se establecieron a partir de 1825. Como se ve, la organización era centralizada, de acuerdo con la concepción de la universidad imperial aplicada por Napoleón Bonaparte en Francia, en 1806.


El Pbro. Sáenz tuvo una especial preocupación por la atención de las escuelas de primeras letras, que se mantuvieron en la órbita de la Universidad hasta 1828. En 1825, el español Pablo Baladia fue designado director general de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. En tal carácter dirigió la escuela lancasteriana de la Universidad.


Además de ejercer el rectorado de la nueva casa de estudios y de hacerse cargo directamente de la conducción del Departamento de Primeras Letras, Sáenz dictó en el Departamento de Jurisprudencia la cátedra de derecho natural y de gentes. Como fruto de esta última labor, escribió una obra en dos tomos, titulada Instituciones elementales sobre el derecho natural y de gentes formadas para el estudio y enseñanza de los alumnos de la Universidad de Buenos Aires. El Pbro. Sáenz falleció a temprana edad, el 25 de julio de 1825. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de la Recoleta, de la ciudad de Buenos Aires.



Reorganización de la Universidad


Entre 1826 y 1827, el nuevo rector, Pbro. José Valentín Gómez, llevó a cabo una serie de reformas que modificaron parcialmente la organización anterior. Concentró en el rectorado el gobierno universitario que hasta entonces era compartido por el rector con el Tribunal Literario (académico) y la Sala de Doctores. Se creó, además, el cargo de vicerrector, en el que se nombró a Antonio Ezquerrenea. En el orden académico, los estudios universitarios se dividieron en generales y especiales; los generales se subdividieron, a su vez, en preparatorios y de ciencias fundamentales; y los especiales comprendieron a los departamentos de Ciencias Exactas, Medicina, Jurisprudencia y Ciencias Sagradas.


A Gómez le sucedió en el rectorado, en 1830, el Pbro. Dr. Santiago Figueredo, quien al poco tiempo se vio obligado a renunciar por razones de salud. Fue reemplazado por el Pbro. Dr. Paulino Gari. En 1833, durante el rectorado de Gari, tuvo lugar una nueva reorganización de la Universidad, que perduró hasta 1852. Según la reforma, contenida en el Manual o Colección de los decretos orgánicos de la Universidad, los estudios universitarios comprendían un ciclo preparatorio de ciencias y letras y una etapa superior que debía efectuarse en las facultades mayores. Los estudios preparatorios se cursaban en seis años; los de ciencias sagradas y los de jurisprudencia en tres; los de medicina y cirugía en cinco y los de ciencias exactas en dos. El cargo de vicerrector fue suprimido y se creó el de secretario de la Universidad. Al año siguiente dejó de funcionar el Departamento de Ciencias Exactas.


La Universidad desarrolló normalmente sus actividades hasta el año 1838, en que, debido al grave conflicto a que se vio sometido el país por la arbitraria intervención francesa, unido a la guerra pendiente con la Confederación Perú-Boliviana, iniciada el año anterior, determinaron la adopción de serias medidas que perturbaron su funcionamiento, pero sin que por ello tuviese que cerrar sus puertas un solo día. Entre esas medidas estuvo la suspensión, por decreto del 27 de abril, de las partidas de presupuesto destinadas a la Universidad. A partir de entonces, privada de suficiente apoyo económico solamente recibió pequeñas partidas para su sostenimiento, los alumnos debieron abonar una cuota mensual, aunque los que fueran notoriamente pobres podían concurrir libremente, sin cargo.


El Gobierno dispuso que los catedráticos de la Universidad debían ser adictos a la Causa Nacional de la Federación. Además se impuso la divisa punzó como distintivo obligatorio y más tarde se estableció que a la fórmula de juramento de los egresados se agregara el compromiso de ser “constantemente adicto y fiel a la Causa Nacional de la Federación”. Estos requisitos no impidieron que los profesores dictasen normalmente sus clases y que se graduasen gran número de estudiantes. Desde 1831 a 1852 egresaron 178 doctores en jurisprudencia, 207 en medicina, 9 en derecho canónico, 17 en teología y 6 en cirugía.


A la muerte de Gari, producida en 1849, le sucedió en el rectorado el Pbro. Dr. Miguel García, quien conservó el cargo hasta la caída de Rosas. García actuó, además, como presidente de la Junta de Representantes y como deán de la catedral y vicario capitular de la diócesis de Buenos Aires, después del fallecimiento del obispo Mariano Medrano ocurrido en 1851.


Contrariamente a lo que podría suponerse, la enseñanza que se impartía en la Universidad durante la época de Rosas no fue absolutamente ortodoxa desde el punto de vista religioso, pues se continuaron difundiendo las teorías racionalistas y utilitaristas de la época rivadaviana. Entre los profesores, quien mayor influencia ejerció sobre sus discípulos, fue el catedrático de filosofía Diego Alcorta, de orientación racionalista, que llegó a desempeñar el cargo de vicerrector.


En la época posterior a Caseros, por decreto del 27 de febrero de 1852 se dispuso que el sostenimiento de la Universidad quedara a cargo del tesoro público. Sobresalió el rectorado de Juan María Gutiérrez, quien le dio una nueva orientación a los estudios humanísticos y recreó el Departamento de Ciencias Exactas con la participación de profesores europeos como Emilio Rosetti, Bernardi Speluzzi y Pellegrino Strobel. Además, elaboró un nuevo reglamento por el cual se creó el Consejo de Catedráticos, a cuyo cargo estuvo el gobierno universitario. Con la federalización de la ciudad de Buenos Aires, en 1880, la Universidad pasó a la jurisdicción nacional.



La enseñanza de las primeras letras


Según hemos dicho, en 1821, con la fundación de la Universidad de Buenos Aires, las escuelas elementales pasaron a depender del Departamento de Primeras Letras de la misma, situación que se prolongó hasta 1828 en que el gobernador Dorrego, por pedido del rector, las separó de la Universidad y designó al padre Segurola inspector general de Escuelas, quien, de inmediato restableció la vigencia de los Reglamentos de 1818 y procedió a reorganizar la enseñanza. En 1829 dictó un nuevo Reglamento general, en el que recogió la mayoría de las disposiciones contenidas en los anteriores. Además, reimplantó la lectura obligatoria del Tratado de las obligaciones del hombre, de Escoiquiz, y mandó reimprimir el Catecismo del padre Gaspar Astete y las Lecciones de moral cristiana, que debieron ser utilizados como libros de texto. Segurola permaneció en el cargo durante la época de Rosas, desde el cual reaccionó contra la penetración protestante y la aplicación del sistema lancasteriano.


Además del cumplimiento de las funciones propias de su ministerio sacerdotal y de su intensa actividad docente, el padre Segurola fue un gran propagador de la vacuna antivariólica, a tal punto que en sus sermones exhortaba a los padres para que vacunaran a sus hijos.


Este eminente sacerdote y apóstol de Buenos Aires, falleció en esa ciudad el 23 de abril de 1854. En una nota necrológica publicada en el periódico El Nacional, Bartolomé Mitre dijo de él: “Hombres de su temple no se encuentran entre nosotros; hombres de tan alta virtud, poseídos por un amor tan puro por el bien de sus semejantes y de un desinterés tan grande, son raros, rarísimos entre nosotros”.



La primera Escuela Normal


Como ya hemos adelantado, con dependencia del Departamento de Primeras Letras de la Universidad de Buenos Aires, se proyectó la creación de una Escuela Normal, que debía funcionar de acuerdo con el sistema lancasteriano, monitorial o de enseñanza mutua, que fue fundada por decreto del 3 de diciembre de 1825, suscripto por el gobernador, general Juan Gregorio de las Heras y refrendado por su ministro de Gobierno Manuel José García. En dicho decreto se dispuso que la Escuela Normal estaría a cargo de un director general de Escuelas, cuyas obligaciones serían: dirigir la Escuela Normal; representar al prefecto del Departamento de Primeras Letras “para uniformar en todas las escuelas dotadas por el Erario, el sistema de enseñanza mutua”; inspeccionar el servicio de dichas escuelas; formar un plantel de preceptores para las demás escuelas públicas; establecer en los cuarteles escuelas para la instrucción de la tropa y presentar a la aprobación del gobierno un reglamento para el régimen de las escuelas. Pocos días después, el 15 de diciembre, el prefecto del Departamento de Primeras Letras, Antonio de Ezquerrenea, propuso el nombramiento del salteño Mariano Cabezón en el carácter de segundo director de la Escuela Normal. éste era hijo del educador español José León Cabezón, radicado primero en Salta y llamado luego a Buenos Aires en 1817, por su prestigio como docente, donde permaneció sólo dos años.


Según hemos dicho, como director general de Escuelas se desempeñaba el español Pablo Baladia, que fue quien dictó las normas para el funcionamiento de la Escuela Normal. Los maestros de la ciudad fueron obligados a asistir a esta Escuela, acompañados de ocho alumnos, para ser formados como monitores y los de campaña debieron hacerlo en vacaciones. La inscripción estaba abierta a los preceptores particulares y a cualquier otra persona que deseara aprender el sistema.


A Baladia también se le debe la redacción del Reglamento de enseñanza mutua. En diciembre de 1826, Baladia fundó, además, una escuela privada con el nombre de Gimnasio Argentino, que funcionó durante el año 1827, pero al año siguiente, el maestro español José Andrés García, enviado por la Sociedad Lancasteriana de Londres, fundó otra escuela, que gozó del respaldo de la colectividad inglesa.


Según los términos de un informe sobre la marcha de la Escuela Normal, fechado en noviembre de 1826, los progresos alcanzados con la aplicación del método de enseñanza mutua, eran notorios. La existencia de esta Escuela se prolongó por el lapso de seis años, hasta el fin del primer gobierno de Rosas.



El Colegio de Ciencias Morales


Rivadavia, que se inspiraba en el pensamiento de los filósofos europeos Benjamín Constant, Jeremías Bentham y Destut de Tracy, que reaccionaron contra los excesos del racionalismo, se propuso reorganizar los estudios preparatorios, mediante la fundación de dos establecimientos paralelos: el Colegio de Ciencias Morales, de concepción clásica humanística, que sucedió al Colegio de la Unión del Sud; y el Colegio de Ciencias Naturales, dedicado a la formación científica, que no llegó a funcionar.


El Colegio de Ciencias Morales, instalado en Buenos Aires el 23 de abril de 1823, tenía, como su antecesor, el Colegio de la Unión del Sud, el carácter de estudios preparatorios para el ingreso en la Universidad. Su primer rector fue Miguel Belgrano, vicerrector el Pbro. Martín Boneo y prefecto de estudios Luis José de la Peña.


El sistema vigente de becas costeadas por los funcionarios y empleados de la administración pública y de las distintas corporaciones, fue reemplazado por otro que comprendía sólo doce becas para hijos de “ciudadanos beneméritos”, lo que dio lugar a que se beneficiaran los hijos de las familias más distinguidas; y veinte para hijos de oficiales del Ejército; que serían pagadas por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Además, se concedían seis becas a cada provincia del interior, dos para estudios eclesiásticos y cuatro para los de ciencias físicas y morales.


Los jóvenes que desearan inscribirse en el Colegio debían tener diez años de edad mínima y haber recibido la enseñanza elemental completa, es decir, saber leer y escribir, manejar las cuatro operaciones de la aritmética, tener nociones de gramática y conocer la doctrina cristiana. En 1826 el Colegio contaba con 132 alumnos, de los cuales 93 eran becados, por lo cual, dos años después la situación financiera era ya insostenible, lo que obligó al gobernador Manuel Dorrego a suspender la provisión de becas. El Colegio era administrado por el Ministerio de Hacienda, aunque en la práctica dependía del Ministerio de Gobierno, que se reservaba el derecho de otorgar las becas y admitir los colegiales, sea cual fuere su procedencia.


Como en los casos de los colegios anteriores, el Reglamento era estricto y minucioso: Los colegiales debían levantarse a las 6 y media de la mañana en invierno y a las 5 y media en verano. Luego de asearse hacían las preces en comunidad. Desde entonces alternaban el estudio en sus aposentos con la concurrencia a las aulas. Durante la comida se leían en voz alta los periódicos que se publicaban en la ciudad. Cada noche, una hora antes de cenar, debían asistir a conferencias literarias, por turno. Antes de dormir correspondían las oraciones. Los castigos estaban reducidos a tres modalidades: privaciones, prisión y expulsión del Colegio. Según el testimonio de Juan María Gutiérrez: “La educación científica la recibían en las clases públicas de la Universidad con arreglo a los programas dictados para régimen de esta institución. La gimnástica, la música, el baile, se ejercitaban en el interior del Colegio, bajo la dirección de maestros especiales. Todas las noches tenían los alumnos conferencias, por clases, presididas por el prefecto de estudios, a cuya dirección estaba también confiada la conducta de los jóvenes en las horas de juego y recreo” 3.


A partir de 1824, los alumnos sobresalientes pudieron desempeñarse como profesores adjuntos o suplentes, lo que les daba derecho a pensión y sueldo. Al año siguiente falleció el rector, que fue reemplazado por Miguel de Irigoyen; y poco después renunció Boneo, por lo cual De la Peña se hizo cargo de la vicerrectoría. Por entonces se incorporó al claustro un profesor francés, Amadeo Brodart, recién llegado al país, quien tuvo a su cargo un curso de su idioma y otro de materias de comercio, semejante al que había dictado en París. Fue por esta época, el 2 de febrero de 1825, que se firmó el Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación con Gran Bretaña, que dio lugar al aumento del intercambio comercial y, consiguientemente, a la instalación de colegios y academias privadas en las que se enseñaban idiomas y materias vinculados con la actividad mercantil.



Academias privadas


El desarrollo notable de la enseñanza privada determinó la incorporación de numerosos profesores extranjeros, la mayoría de origen anglosajón. El 20 de noviembre de 1827 se fundó la Buenos Ayrean British School Society, con la presidencia del reverendo John Amstrong, de la que dependieron varias escuelas de primeras letras, que funcionaron de acuerdo con el sistema lancasteriano. A su vez, la Presbiterian Congregation, estableció una escuela dominical de instrucción religiosa, denominada Buenos Ayrean Sunday School. El mismo año comenzó a funcionar una Academia Literaria y Comercial, que luego cambió su nombre por el de Academia Clásica Comercial y, finalmente, por el de Academia Comercial Inglesa con la dirección del profesor de inglés Enrique Tomás Bradish, en la que inicialmente se enseñaba latín, francés, inglés, geografía, aritmética y caligrafía; materias a las que luego se agregaron: gramática, álgebra, correspondencia y teneduría de libros. También del mismo año, pródigo en fundaciones escolares, datan el Colegio Argentino, para niñas, dirigido por Melanie Dayet de De Angelis y Fanny de Mora y una Academia Argentina, establecida por dos ingleses: Gilbert Ramsay y Hull, en la que se impartían conocimientos análogos. Luego Hull se separó, para fundar la Academia de las Provincias Unidas, en la que, además de las materias prácticas, se enseñaba doctrina cristiana.


Como se puede apreciar, el auge de este tipo de establecimientos fue notable en esta etapa. En 1828, el polígrafo italiano Pedro de Angelis, de fecunda actuación entre nosotros, fundó también una Escuela Lancasteriana y el Ateneo, conjuntamente con José Joaquín de Mora y Francisco Curel, que poco después se separaron. El plan de estudios era de carácter humanístico y se complementaba con materias prácticas, como teneduría de libros, nociones de derecho y economía política. Por la misma época, los arquitectos Carlos Zucchi y Pablo Caccianiga, establecieron una Academia de Arquitectura, en la que se enseñaba arquitectura civil.



La Academia Jujeña


En julio de 1829, siendo gobernador de Salta José Ignacio de Gorriti egresado como abogado de la Universidad de Charcas, cuando todavía la provincia de Jujuy no se había separado de su jurisdicción, se fundó una escuela lancasteriana en la ciudad de San Salvador de Jujuy, cuya dirección se encomendó al francés Carlos M. Deluze, que había estudiado en la Academia de París. En este instituto, al que se llamó Academia Jujeña, se brindaba un nivel de enseñanza que superaba al de las de primeras letras. No obstante, la Academia debió cerrar sus puertas al año siguiente por el alejamiento de Deluze, a quien no se le había pagado la renta que se le había prometido. En 1831, María Josefa Hernández intentó la fundación de otra escuela lancasteriana para señoritas, en la misma ciudad, pero no se tiene noticia de que haya llegado a funcionar.



El Colegio de la Provincia de Buenos Aires


Entre tanto, en Buenos Aires, con la caída de Rivadavia y el apogeo del federalismo, durante el breve gobierno del general Juan José Viamonte, el Colegio de Ciencias Morales, reunido en uno con el Colegio de Estudios Eclesiásticos, pasó a ser el Colegio de la Provincia de Buenos Aires, que fue establecido oficialmente por decreto del 23 de setiembre de 1829 y, debido a las serias dificultades económicas que tuvo que afrontar, fue suprimido un año después, el 28 de setiembre de 1830, por decreto del gobernador interino general Juan Ramón Balcarce, que debía efectivizarse a partir del 31 de diciembre de ese año. En ese momento había 55 alumnos becados y su presupuesto era mayor que el de la Universidad.


Posteriormente, en 1835, al comenzar Rosas su segundo gobierno en la Provincia de Buenos Aires, se preocupó por lograr el retorno de los jesuitas al Río de la Plata para que se hicieran cargo de este Colegio.



El Colegio de Buenos Aires


Efectivamente, en agosto de 1836 llegaron de regreso al país, los miembros de la Compañía de Jesús expulsados en 1767, quienes abrieron nuevamente el Colegio de Buenos Aires, que comenzó a funcionar regularmente a partir del curso escolar de 1837.


La enseñanza se ajustó al ratio studiorum, sistema pedagógico que, según hemos dicho, era propio de los jesuitas, y se abrieron aulas de primeras letras y de gramática o secundaria. El principal objeto del Colegio fue “formar el corazón de los jóvenes sobre las máximas de una moral pura y una religión ilustrada”. El cargo de rector fue ocupado por el padre Mariano Berdugo que, a la vez, se desempeñaba como superior general de los jesuitas; vicerrector fue el padre Bernardo Pares y prefecto general de estudios el padre Francisco Majesté, de prominente actuación posterior entre nosotros. Nacido en Valladolid, España, el 8 de enero de 1807, luego de cursar sus primeros estudios ingresó en la Compañía de Jesús en 1819 y a los 22 años de edad ya predicaba en las iglesias de Madrid. Los disturbios de 1834 hicieron que pasara a Sevilla, y dos años después al Río de la Plata, donde permaneció hasta su muerte.


Durante su estada en Buenos Aires, los jesuitas procuraron ubicarse en una posición equidistante entre unitarios y federales, lo que disgustó al Gobierno que los había traído y provocó el deterioro de las relaciones, que se fue agudizando hasta 1841, en que la situación hizo crisis. El Colegio debió cerrar sus puertas y los jesuitas fueron nuevamente expulsados, por un decreto de Rosas, de fecha 22 de marzo de 1843, salvo los padres Majesté e Ildefonso García, que pasaron al clero secular.



El Colegio Republicano Federal de Buenos Aires


Inmediatamente después del alejamiento de los jesuitas, Rosas promovió la reapertura del Colegio, con la dirección del padre Majesté, que tuvo lugar el 18 de abril de 1843. El nuevo establecimiento siguió funcionando inicialmente con el nombre de Colegio de Buenos Aires, pero al año siguiente cambió su denominación, llamándose Colegio Republicano Federal de Buenos Aires.


Los objetivos de este nuevo Colegio, según los deseos de Rosas, fueron: “formar una juventud sumisa a sus mayores, decidida por la sagrada Causa Nacional de la Federación, enemiga de la impiedad, y de sus viles secuaces los salvajes unitarios”. Lo que quedaba sintetizado en el tríptico: “Patriotismo federal, Religión católica. Ilustración sólida”4.


El sistema educativo respondía entonces, como ha ocurrido en todas las épocas, a los fines superiores del Estado, empeñado como estaba en sostener la tradición católica y en derrotar al agresor extranjero y a sus aliados nativos, en un esfuerzo supremo por consolidar la unidad nacional La enseñanza comprendía, además de la doctrina cristiana, el latín, francés, inglés, filosofía, historia, matemática y física experimental. Paralelamente, podían seguirse estudios de aritmética mercantil, teneduría de libros, arquitectura, agricultura y taquigrafía.


Hasta 1843, las escuelas privadas que se instalaron en Buenos Aires debieron ajustarse a lo dispuesto por el decreto del 8 de febrero de 1831, por el que se otorgaba al inspector general de Escuelas la facultad de autorizar el funcionamiento de estos establecimientos. Al año siguiente el gobierno dictó el decreto del 26 de mayo, por el cual en lo sucesivo no podrían abrir colegios ni escuelas, ni ser directores, preceptores, maestros o ayudantes de enseñanza pública, sea a cargo del Estado o de los particulares, los individuos que no obtuviesen previamente permiso del gobierno "y acreditaren ante él su virtud, moralidad ejemplar, profesión de Fe Católica Apostólica Romana, adhesión firme a la causa nacional de la Confederación Argentina, capacidad e instrucción suficientes".Este permiso debía ser renovado anualmente, sin lo cual no podrían continuar abiertos los establecimientos de enseñanza pública, ni en ejercicio sus directores, preceptores, maestros y ayudantes.


El Reglamento, redactado por Marcos Sastre, que se desempeñaba como subdirector del Colegio, establecía que los alumnos debían levantarse a las cinco y media de la mañana y luego de lavarse, peinarse y arreglar los cuartos, debían concurrir a la sala de estudios donde rezarían las oraciones y se pondrían a estudiar. Más tarde asistían a sus respectivas clases y después de comer, luego de dos horas de descanso, volvían a la sala de estudios. Después del estudio de la tarde tenían asueto en el jardín hasta ponerse el sol. A esa hora rezaban en la capilla el Santo Rosario y pasaban a la sala de estudio hasta las nueve de la noche. De allí volvían a la capilla, donde tenían un cuarto de hora de lectura y oración y luego debían retirarse a sus dormitorios. A las diez de la noche se tocaba a silencio. Cada mes los alumnos estaban obligados a confesar y comulgar. Se prohibía la introducción y el uso de vinos y licores y de naipes. Los juegos de damas, dominó y ajedrez necesitaban permiso especial del director Fuera de los libros indispensables para los estudios, los colegiales no podían leer ningún otro sin permiso del director. Los castigos o penitencias eran: privación de recreo, de visitas y de salidas, recargo de tareas, reprensiones privadas y públicas, último asiento, arresto si fuese grave el delito y, finalmente, expulsión.


Marcos Sastre había nacido en Montevideo el 2 de octubre de 1808, y en 1817 se trasladó con su familia a Concepción del Uruguay y luego a Santa Fe. Posteriormente realizó estudios en el Colegio de Monserrat y en la Universidad de Córdoba. En 1824 se hizo acreedor de una beca para seguir estudios de pintura en Buenos Aires, donde permaneció un año aproximadamente. Luego volvió a Córdoba, donde comenzó su actividad docente en una escuela de primeras letras que estuvo a su cargo y cursó paralelamente sus estudios universitarios. En 1830 regresó a Buenos Aires y poco después pasó a su ciudad natal. Al año siguiente se trasladó nuevamente a Buenos Aires, donde prosiguió su carrera universitaria, que finalmente no concluyó, e instaló una librería, a la que concurrían estudiantes y profesores de la Universidad. En 1837 abrió el famoso Salón Literario en la trastienda de su librería, en el que reunió a los jóvenes intelectuales de la época. El Salón fue disuelto al año siguiente por el Gobierno, por lo cual Sastre se estableció en la localidad de San Fernando. En 1844 fue nombrado subdirector del Colegio Republicano Federal y en ese mismo año escribió una obra titulada Discurso sobre la educación pública. En 1846 se alejó del Colegio, debido al ingreso de Alberto Larroque, y se estableció nuevamente en su residencia de San Fernando, donde instaló una escuela primaria. En 1849 se trasladó a Santa Fe, a instancias del gobernador Pascual Echagüe, para dirigir el Instituto Literario de San Jerónimo. Allí compuso un Himno Patriótico para el Instituto y publicó su célebre Cartilla Americana o Anagnosia. Verdadero método para enseñar y aprender a leer con facilidad, inspirando a los niños a la lectura y amor a la virtud y al trabajo. Método que fue utilizado por muchos años como texto de aprendizaje de la lectura en la escuela primaria en la Argentina y en el Uruguay. Luego pasó a Entre Ríos, llamado por Urquiza, donde fue designado inspector general de las Escuelas Primarias de la Provincia. En 1852 proyectó el Reglamento General de Escuelas de la Provincia. Después de la caída de Rosas regresó a Buenos Aires, donde se desempeñó, sucesivamente, como director de la Biblioteca Nacional, regente de la Escuela Normal e inspector general de Escuelas. En 1864 fue nombrado jefe del Departamento General del mismo ramo y en 1882, vocal del Consejo Nacional de Educación. Falleció en Buenos Aires el 15 de febrero de 1887.


Los certificados de estudios que otorgaba el Colegio Republicano Federal habilitaban para el ingreso en la Universidad de Buenos Aires. El Colegio, aunque era de carácter privado, gozó siempre de la decidida protección oficial, que se manifestó, no sólo a través de un apoyo moral, sino también por medio de una subvención pecuniaria anual.


En 1846 el Colegio Republicano Federal se fusionó con el Colegio del Plata, que dirigía el educador francés Alberto Larroque. En consecuencia, éste pasó a desempeñarse como codirector y el sacerdote irlandés Miguel Gannon, que enseñaba en el Colegio de San Martín, como subdirector, en reemplazo de Sastre, que se retiró en desacuerdo. En ese mismo año se dictó un importante decreto por el cual se instituyó una Comisión Inspectora de los programas de enseñanza y de los libros de texto, presidida por el canónigo Miguel García e integrada por Nicolás Anchorena, Lorenzo Torres, José Arenales y Miguel Rivera.



El Colegio y Seminario Eclesiástico


El Colegio Republicano Federal permaneció abierto hasta junio de 1851, en que, a raíz del pronunciamiento del gobernador de Entre Ríos, general Justo José de Urquiza, contra Rosas, fue ocupado por 300 soldados de la división de Palermo, instalándose, además, un depósito de pólvora, por lo cual Majesté presentó su renuncia y emigró al Uruguay. Consiguientemente, las clases se interrumpieron, sobrevino luego la caída de Rosas, el 3 de febrero de 1852, y el 20 de marzo las tropas se retiraron del Colegio, aunque recién el 3 de enero de 1854 el establecimiento fue reabierto por el gobernador Pastor Obligado, con el nombre de Colegio y Seminario Eclesiástico, que fue instituto de estudios generales y seminario a la vez, con la dirección del canónigo Eusebio Agüero, quien procuró recuperar las características del extinguido Colegio de Ciencias Morales.


En cuanto a Majesté, después de Caseros volvió a Buenos Aires donde trabó relación con Urquiza y en ocasión de la reunión de gobernadores celebrada en San Nicolás, el 25 de mayo de 1852 pronunció una oración patriótica en el templo de aquella localidad. Luego pasó a Santa Fe, donde, desde enero a abril de 1853, publicó el semanario La Voz de la Nación Argentina, dedicado a efectuar la crónica del Congreso Constituyente. Además, presidió la Comisión de Instrucción Primaria de esa provincia, creada por el gobernador Domingo Crespo, que fue el primer organismo permanente de educación en ella. Más tarde se dirigió nuevamente a Montevideo, donde desempeñó la secretaría del Vicariato Apostólico desde 1854 a 1856, año en que fue distinguido con el nombramiento de rector de la Universidad Mayor de la República, que ejerció hasta 1858, desempeñando al mismo tiempo varias cátedras. En 1859 fue nombrado fiscal eclesiástico y en 1862 catedrático de derecho canónico. Falleció en Montevideo el 24 de diciembre de 1864. El historiador uruguayo Silvestre Pérez considera que el padre Majesté “es uno de los hombres que más obra de espiritualización ha hecho en el Río de la Plata5.



El Colegio Filantrópico Bonaerense


El Colegio Filantrópico Bonaerense fue instalado en Buenos Aires también en 1843, con la dirección de Mariano Martínez quien, de acuerdo con la opinión de Rafael Hernández, fue el “principal educacionista de su época”6. No obstante, no existen referencias concretas sobre sus antecedentes, ni sobre su actuación en ese entonces. Sólo se sabe que después del fracaso del sitio de Buenos Aires por el general Hilario Lagos en diciembre de 1852, emigró de Buenos Aires. En 1860 actuó en Corrientes y dos años después en Entre Ríos, donde llegó a desempeñarse como secretario privado de Urquiza. Más tarde, en 1870, participó en la revolución de Ricardo López Jordán. Durante esa época también ejerció la profesión de periodista.


En el Colegio Filantrópico Bonaerense, que también gozó de la protección oficial, se enseñaba latinidad, retórica, filosofía, matemática, dibujo, pintura y música; materias que satisfacían el currículo de la educación media en aquella época. En 1847 se publicó en la Gaceta Mercantil la nómina de todas las asignaturas que se cursaban, con motivo del examen general y público de ese año. Allí también consta que en el Colegio se usaba como libro de texto la obra: Rasgos de la vida pública de S.E. el Sr. Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas, publicada por la Legislatura de Buenos Aires en 1842.



El Colegio del Plata


El Colegio del Plata comenzó a funcionar en Buenos Aires el 10 de mayo de 1844, con la conducción de Alberto Larroque. Como dijimos, dos años después se fusionó con el Colegio Republicano Federal, pero en noviembre de 1849 volvió a separarse, siempre con la dirección de Larroque. Este Colegio, como el Filantrópico Bonaerense y el Republicano Federal, también brindó enseñanza de gramática, retórica y latinidad propia de los estudios preparatorios, y fue considerado como uno de los de mayor prestigio de la época.


Nacido en Bayona, Francia, en 1819, Larroque había llegado al Río de la Plata en 1841. En Montevideo publicó un periódico titulado Le Moniteur y luego pasó a Buenos Aires, donde fue primero profesor del establecimiento de Juan Bautista Percy y luego abrió el Colegio del Plata. Cinco años después se graduó en Jurisprudencia en el Departamento correspondiente de la Universidad de Buenos Aires. También incursionó en la actividad teatral, colaborando en la adaptación y traducción de algunas obras extranjeras y en la confección de obras originales. En 1850 fue recomendado para ejercer el rectorado del Colegio del Uruguay, fundado el año anterior por Urquiza. A la caída de Rosas, identificado como estaba con el régimen federal, emigró a Montevideo y en 1854 pasó a Concepción del Uruguay, donde primero fue nombrado profesor de derecho civil y posteriormente designado rector de dicho Colegio. En 1864 regresó a Buenos Aires, disgustado por la nacionalización del Colegio y se dedicó al ejercicio de la abogacía. Posteriormente fue miembro del Consejo Nacional de Educación. Falleció el 9 de julio de 1881. Sus restos fueron despedidos por Miguel Navarro Viola, que había sido su alumno en el Colegio Republicano Federal, con estas elocuentes palabras: “sus discípulos sabían; he aquí su mejor elogio”.



El Colegio Argentino de San Martín


Este Colegio, fundado en Buenos Aires el 1º de abril de 1845, funcionó con la dirección del sacerdote irlandés Pbro. Dr. Miguel Gannon, graduado en el Real Colegio de San Patricio, y del educador francés Carlos Clarmont quien, según testimonio del diplomático de la misma nacionalidad Alfredo de Brossard, que cumplió una misión en nuestro país en aquella época, era egresado de la Escuela Politécnica de París; y de acuerdo con lo expresado por su exalumno Lucio V Mansilla, de la Escuela Normal de esa ciudad.


Según las referencias de Mansilla, registradas en sus Memorias, acompañaban a Clarmont en la actividad docente: el padre Gannon, que enseñaba inglés, y Juan Francisco Seguí, ex-alumno del Colegio Republicano Federal, que tenía a su cargo la gramática castellana y el latín. Por lo tanto, la enseñanza que se brindaba en este Colegio comprendía gramática castellana y latín, inglés e historia, esta última a cargo del propio Clarmont, que realizaba los comentarios en francés. Además, se trataban temas literarios y se recitaban poemas clásicos. A estar con lo relatado por Brossard: “Los estudios pasan por ser más difíciles en el San Martín que en el Colegio Republicano Federal” 7. Asimismo, Brossard sostiene que en 1847 al Colegio de San Martín concurrían entre 120 y 150 alumnos, en tanto que al Republicano Federal lo hacían 300. Desde 1852 hasta 1860 el Colegio fue dirigido por Roberto Hempel, prusiano de religión católica, que reemplazó a Clarmont. Hempel también fue profesor en la Universidad de Buenos Aires e inspector de escuelas en la Provincia de Buenos Aires.



La Escuela Escocesa San Andrés


Además de los mencionados, durante la época de Rosas se fundaron varios establecimientos educativos estrechamente vinculados con las colectividades extranjeras que se iban radicando en nuestro país. Uno de ellos fue la Scotch National School (Escuela Nacional Escocesa), fundada en 1838 por inspiración del reverendo William Brown, ministro de la comunidad escocesa. La idea original fue la creación de una escuela mixta pero, como las instalaciones eran insuficientes, el 1º de septiembre de ese año se abrió en la sacristía de la iglesia presbiteriana que había sido inaugurada en 1835, una escuela para niñas exclusivamente. Las clases se iniciaron con 8 alumnas, pero durante el curso del año llegaron a 50. A partir del año siguiente se inscribieron alumnos varones, con lo que se cumplió el propósito inicial. En 1841 se publicó el primer informe anual de las actividades desarrolladas por la Escuela, en el que se expresaba la necesidad de la enseñanza del idioma español. En 1844 el Gobierno prohibió a las familias católicas enviar a sus hijos a establecimientos educativos de otra religión, lo que redujo sensiblemente la matrícula. En un acta de 1851 se destaca que “muchos hijos de nativos y británicos católicos han solicitado su admisión a la escuela, pero a consecuencia de las restricciones establecidas por el Gobierno han sido invariablemente rechazados” 8. Para esta época se alejó el Rev. Brown, que regresó a su patria, donde fue nombrado profesor de teología en Saint Andrew's University (Universidad de San Andrés), y fue reemplazado interinamente por Gilbert Ramsay, miembro del comité de la Escuela y a la vez director del periódico British Packet, que se publicaba por entonces en Buenos Aires.


Después de la caída de Rosas la Escuela siguió prosperando, con una matrícula en pleno crecimiento. Desde 1860, además del inglés y el español, se enseñaban el latín y el francés. Por entonces se presentó un valioso informe en el que se afirmaba que: “Durante los veintitrés años de existencia de la Escuela, el nivel de la educación se ha elevado y los métodos de enseñanza han progresado; pero lo que había sido considerado suficiente para entonces, ahora lo consideramos insatisfactorio. Los residentes escoceses y británicos han aumentado en número, en poder económico e influencia. Este progreso de la comunidad le permite mantener un establecimiento mejor y crear la necesidad de una educación más liberal que la que antes era considerada satisfactoria”9. No obstante, no se produjeron cambios sustanciales y la Escuela fue declinando; en 1881 sólo contaba con 26 alumnos, de los cuales, sólo 6 pagaban sus aranceles. Ese mismo año se aprobó un nuevo Reglamento y con él comenzó una nueva etapa de la Escuela. Se contrató un headmaster en Escocia, Mr. Alexander Watson Hutton, graduado en Edimburgo y maestro en el Colegio George Watson de esa ciudad; y también una lady teacher, Miss Budge. Con esta nueva conducción se operó una transformación del establecimiento, que cambió su nombre por el actual de St. Andrew 's Scotch School (Escuela Escocesa San Andrés). En 1883 había 129 alumnos, más 11 becados. Desde entonces hasta la actualidad la Escuela ha mantenido su prestigio e incorporado nuevos niveles de enseñanza, hasta llegar en 1985 a la inauguración de una Universidad que compite con las más representativas del país.



El Gimnasio Santafesino


También el general Estanislao López, gobernador de la Provincia de Santa Fe, llevó a cabo en su jurisdicción una labor memorable en materia de educación. En 1831 fundó el Gimnasio Santafesino, que puso bajo la dirección de Antonio Ruiz de Guzmán y en el que se brindó una enseñanza elemental. El Reglamento, que constaba de 19 artículos, establecía las normas de comportamiento de los alumnos, dentro y fuera del establecimiento. Como lo ha hecho notar el profesor Manuel H. Solari: “El reglamento de esta escuela tuvo un curioso artículo que, adelantándose visiblemente a la época, establecía el sistema disciplinario del self-government (gobierno propio) al determinar que cualquier acto de indisciplina merecedor de una sanción grave sería ‘ventilado ante el juri, cuyo juzgado lo compondrá, un educando de cada clase y dos de la superior, con el ayudante que lo presidirá’. El fallo del jurado disciplinario debía ser aprobado por el director del Gimnasio” 10. Este Reglamento se aplicó luego durante los gobiernos de Juan Pablo López y Pascual Echagüe. A fines de 1832, el Gimnasio tenía 13 niños pagos, 10 gratuitos y 21 a cargo del Estado.



El Instituto Literario de San Jerónimo


Al año siguiente, 1832, López creó, por decreto del 16 de julio, el Instituto Literario de San Jerónimo, de estudios preparatorios, en el que se podía cursar gramática, latinidad y filosofía, que estuvieron a cargo de Manuel Cabrera y Francisco Solano Cabrera, respectivamente. Este Instituto, cuyo rector fue el padre José Amenábar y secretario José Gelabert, estuvo en funcionamiento en el antiguo convento de La Merced, hasta 1838 en que, debido sil fallecimiento de López, fue cerrado por el nuevo gobierno de su hermano Juan Pablo.



El Colegio de Latinidad


Paralelamente a la acción de Rosas en Buenos Aires y de López en Santa Fe, el general Pascual Echagüe, en la Provincia de Entre Ríos primero (1832-1841) y en la de Santa Fe, después (1842-1851), llevó a cabo una acción educativa de relevancia para la época. Echagüe, antes que militar y político, era graduado universitario, doctorado en ambos derechos civil y canónico en Córdoba, por lo cual poseía las condiciones personales necesarias para implementar una política educativa coherente. Consecuentemente, en 1834, la Legislatura de Entre Ríos sancionó una ley por la que dispuso la fundación de un colegio complementario de la enseñanza primaria, en el que se creaban una cátedra de filosofía, otra de teología y se restablecía una tercera de latinidad, que había sido establecida dos años antes. El 25 de mayo se inauguraron los cursos de este instituto, que se conoció como Colegio de Latinidad.


Posteriormente, instalado Echagüe a partir de 1842 en el Gobierno de Santa Fe, se preocupó por la reorganización del Gimnasio Santafesino y dispuso que se aplicara para el aprendizaje el sistema lancasteriano y se enseñara la doctrina cristiana, lectura, escritura, aritmética y gramática castellana. En los fundamentos del decreto, del 1º de julio de 1843, afirmaba que la educación es “el primer paso que abre el camino a la civilización, prosperidad y engrandecimiento de los pueblos”. En reemplazo del rector Ruiz de Guzmán, que falleció al año siguiente, fue nombrado Manuel Ignacio Pujato.


También ordenó Echagüe en 1845, el restablecimiento del Instituto Literario de San Jerónimo. El día 28 de octubre en que tuvo lugar la solemne ceremonia de reapertura, en el convento de San Francisco, Echagüe dictó la primera clase de filosofía. Como sostiene el profesor Carlos Uzin: “el pensamiento educacional de Pascual Echagüe representó el genuino espíritu de la tradición pedagógica hispánica” 11.


Como complemento del Instituto, por decreto del 16 de junio de 1849, creó la Biblioteca Pública, que fue dotada de los libros pertenecientes al antiguo Colegio de la Inmaculada y a la comunidad de los mercedarios. El rector del Instituto sería, a la vez, el director de la Biblioteca. Ese mismo año fue nombrado el prestigioso educador Marcos Sastre para ocupar ese cargo. En el Instituto se utilizaron sus difundidos textos: Anagnosia y Consejos de Oro.



El Colegio de la Independencia


En 1847, el padre Agustín Bailón, jesuita español secularizado en oportunidad de los sucesos de 1841 en Buenos Aires, fundó en la ciudad de Salta, adonde se había dirigido por prescripción médica, el Colegio de la Independencia, que comenzó a funcionar con 28 alumnos el 9 de juño de ese año, en el edificio del convento que había pertenecido a los mercedarios, cedido por el gobernador de la provincia, José Manuel Saravia, razón por la cual se lo conoció también como Colegio de la Merced.


Con la colaboración de Robustiano Patrón, que fue primero alumno y luego se desempeñó como secretario general del establecimiento, el padre Bailón organizó cursos de gramática y latinidad a los que concurrieron estudiantes no sólo de Salta, sino también de las provincias vecinas de Jujuy, Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero. En el Colegio también se dictaban clases de geografía, historia universal, inglés, francés y música. En 1850 se agregaron cursos de filosofía y matemática.


Según referencias del historiador salteño Atilio Cornejo 12, cooperó también en la empresa educativa el canónigo de la catedral de Salta, José Domingo de la Riostra. El 31 de enero de 1850 el gobernador nombró una comisión integrada por el padre Bailón, Facundo Zuviría y Ladislao Velazco, para redactar el Estatuto del Colegio.


Del Colegio de la Independencia egresaron renombrados latinistas, como Bernardo Fábregas Mollinedo, graduado luego en el Colegio Pío Latinoamericano de Roma. Otros alumnos destacados fueron el mencionado Patrón; Napoleón Latorre, luego profesor del Colegio; Benjamín Zorrilla; Joaquín Díaz de Bedoya; Cleto Aguirre y Federico Ibarguren, más tarde juez federal, senador nacional y ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.


El Colegio tomó en 1860 el nombre de San José y, posteriormente, se transformó en el Colegio Nacional de Salta, que se inauguró el 5 de marzo de 1865 con la dirección del Pbro. Dr. Juan Francisco Castro y funcionó en el mismo edificio hasta 1945 en que se trasladó a su nuevo emplazamiento en la avenida general Güemes. En el primitivo solar tiene su sede actualmente la escuela primaria Benjamín Zorrilla.


En cuanto al padre Bailón, que dirigió el Colegio con eficacia en su primera etapa, se destacó como latinista y poeta. En Buenos Aires había dictado un curso de teología moral en el Colegio Argentino, establecimiento de primeras letras que todavía funcionaba en 1846. Falleció en Salta en 1872.



El Colegio del Uruguay


El 28 de julio de 1849, por decisión del gobernador de la Provincia de Entre Ríos, general Urquiza, inició sus actividades en Concepción del Uruguay un Colegio de estudios preparatorios que por muchos años habría de ser modelo de establecimiento educativo. En su primera etapa de conducido por el joven educador español Lorenzo Jordana, quien hasta entonces había sostenido un colegio particular en sociedad con el oro. Juan Casas, que se desempeñó como vicedirector. Los estudios se dividían en cuatro secciones: 1ª sección: gramática castellana. 2ª sección: clase ínfima de latinidad. 3ª sección: geografía universal. 4ª sección: región. Los exámenes eran públicos, dados ante la Comisión de Instrucción Pública de la Provincia.


No obstante su formal instalación, este Colegio tuvo carácter provisional, hasta que, dos años después, el 11 de marzo de 1851, con el nombramiento del Pbro. Manuel María Erausquin como director, se lo dotó de un nuevo edificio y se le dio su organización definitiva. Desde entonces hasta 1854, se enseñó latinidad, filosofía, matemática, francés, inglés, teneduría de libros, jurisprudencia y música. El Pbro. Erausquin había sido rector del Colegio del Paraná, fundado el 22 de noviembre de 1848, y que dejó de funcionar en agosto de 1850; los alumnos de este establecimiento pasaron al Colegio del Uruguay. En 1852 el número de inscriptos alcanzaba a 300. En cuanto a Jordana, pasó a Buenos Aires, donde fundó el Colegio de la América del Sur. Fue autor de varios libros de texto para la enseñanza. En 1861 apareció su Curso Elemental de Historia Argentina. Falleció en la ciudad porteña en 1882.


Con la dirección de Erausquin, el horario de actividades del Colegio se distribuía de la siguiente manera: los alumnos se levantaban a las cinco de la mañana y después de higienizarse iban a la capilla para oír misa. Luego pasaban a la sala de estudios hasta la hora de desayunar. Posteriormente se dictaban las clases de latín, filosofía, francés e inglés, hasta el mediodía. Después de comer se pasaba a recreo hasta las dos de la tarde, en que comenzaban las clases de idioma nacional y aritmética. A las cuatro había otro recreo, hasta las cinco y media. Desde entonces hasta las ocho se dirigían a la sala de estudios.


En 1854 el Pbro. Erausquin fue reemplazado en la dirección del Colegio por Alberto Larroque que, como hemos dicho, había sido director del Colegio del Plata y del Colegio Republicano Federal de Buenos Aires y cuya colaboración se venía gestionando desde 1850. Según la opinión de la historiadora entrerriana Beatriz Bosch: “Por sus antecedentes en la docencia y por sus brillantes aptitudes intelectuales [Larroque] estará en condiciones de dar a la casa su sello definitivo. Renueva los planes de estudio hasta lograr un sistema de educación integral; da un reglamento minucioso, que contempla todos los aspectos de la vida del internado; atrae a la cátedra a los más competentes profesores; establece una disciplina rigurosa y asocia el espíritu del Colegio a la obra del creador de la Constitución13. En efecto, ya en el curso de 1854 se incorporaron nuevas disciplinas al plan de estudios, como teodicea, derecho internacional, derecho canónico y derecho civil. Con posterioridad, entre 1855 y 1856, se inauguraron cursos elementales para el ingreso en los estudios preparatorios. Además, en 1857, a propuesta del teniente coronel Nicolás Martínez Fontes, se incorporaron estudios de carácter militar, que duraban dos años, cuyo objeto era servir de fundamento a un instituto politécnico.


En 1858 se añadieron clases de agricultura, mineralogía y taquigrafía. Posteriormente se creó el cargo de capellán y se nombró vicerrector al Pbro. Domingo Ereño. En la resolución pertinente se decía que: “Un sistema de educación que no tiene por base la enseñanza religiosa, lejos de favorecer nuestra sociedad, no podía menos de traerle futuras consecuencias”. Para esta época el prestigio del Colegio iba creciendo, a tal punto que en 1860 el número de alumnos llegó a 403. El rectorado de Larroque se extendió hasta 1863, salvo un breve lapso de 1861 a 1862en que fue reemplazado interinamente por Jorge Eduardo Clark. En ese año se retiró, debido a que el gobierno nacional destacó al inspector Juan Domingo Vico para que informara sobre los planes de estudios del Colegio, lo que fue considerado por Larroque como una intromisión. A partir de 1864, el instituto debió seguir los planes del Colegio Nacional de Buenos Aires, recientemente creado. Vico continuó como rector-interventor hasta 1867.


El 19 de julio de 1869 se estableció un curso de preceptores o maestros, anexo al Colegio y se creó una Escuela Normal para señoritas. Años más tarde se unificaron ambos institutos para formar la Escuela Normal Nacional Mixta. La revolución de Ricardo López Jordán, de 1870, que se inició trágicamente con la muerte de Urquiza, obligó a cerrar el Colegio hasta que se restableció el orden en la provincia. Entonces se nombró rector a Agustín M. Alió.


En este Colegio se formaron brillantes personalidades, de destacada actuación en la vida política, económica y cultural de nuestro país, entre las cuales cabe citar a Julio A. Roca, Eduardo Wilde, Onésimo Leguizamón y Olegario Víctor Andrade, entre otros.



El Colegio Patriótico Federal de la Merced


El 5 de septiembre de 1849, el gobernador de Catamarca, Manuel Navarro, en inteligencia con las autoridades eclesiásticas, fundó el Colegio Seminario Patriótico Federal de Nuestra Señora de la Merced. El 18 de diciembre siguiente, la Legislatura aprobó la creación y el 21 de abril de 1850 abrió solemnemente sus puertas en una ceremonia a la que asistió el propio gobernador y habló a los concurrentes. En la ocasión tuvo lugar una procesión hasta la iglesia matriz, donde el Pbro. Luis Gabriel Segura celebró una misa cantada, en honor de la Virgen.


Como lo destaca el padre Cayetano Bruno, el gobernador Navarro destinó para el sostenimiento de este Colegio el producido de “la venta de las capellanías tanto laicales como eclesiásticas, calificadas por vacantes e incongruas [...] lo mismo que de los legados píos cuyas pensiones nada o mal se cumplen y cuyos fondos van en deterioro” 14. También se le destinaron parte de las multas impuestas a los juegos de azar.


El instituto, en el que se cursaban estudios de latinidad y filosofía, funcionó en el edificio del antiguo hospicio de los padres mercedarios, que ya había sido usado con los mismos fines por los jesuitas, desde 1845 a 1848. En este Colegio, cuyo rector fue el padre José Domingo Molina y vicerrector el Pbro. José Facundo Segura, enseñaron distinguidos profesores, entre los cuales sobresalió fray Mamerto Esquiú, novel sacerdote franciscano, ordenado en 1848, que se desempeñó como lector de filosofía.


El nuevo gobernador, Pedro Segura, designó en 1852 una comisión integrada por los presbíteros Luis Gabriel Segura y Joaquín Acuña y los padres Esquiú y José Eulogio Pozado, encargada de redactar un reglamento para dicha casa de estudios. Varios años después, en 1861, otro gobernador, Samuel Molina, constituyó una nueva comisión formada por el propio Molina, algunos sacerdotes del convento de San Francisco y los ciudadanos Vicente Bascoy, Fidel Mardoqueo Castro y José Angelini Caraffa, con el objeto de reestructurar el plan de estudios. Una vez elaborado, fue aprobado por decreto del 16 de setiembre de 1861. Tres años después, el gobernador Víctor Maubecin destacaba en su mensaje anual a la Legislatura el “estado floreciente” del Colegio.


De este Colegio egresaron distinguidas figuras del quehacer provincial, como el mencionado Castro, el futuro gobernador Maubecin, Marcos A. Figueroa y el Pbro. José León Zenteno, de lucida actuación en el Congreso Nacional Constituyente de Santa Fe, de 1852-53, en el que defendió la recta doctrina.


El Colegio Patriótico Federal subsistió hasta 1868, en que cerró sus puertas por la falta de recursos. A partir de esa fecha el edificio fue ocupado por el Colegio Nacional de Catamarca, fundado en 1865 por iniciativa del presidente Mitre, con la dirección de Fidel Mardoqueo Castro.



La prédica educativa de los emigrados


Durante la época de Rosas, varios jóvenes intelectuales, disidentes con su gobierno, emigraron a los países vecinos, desde donde, además de conspirar para el derrocamiento del régimen político imperante en su patria, desarrollaron sus ideas en diversos aspectos, inclusive sobre educación. Entre ellos sobresalieron Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento. Estos jóvenes consideraban a la Revolución de Mayo como una ruptura con las ideas del pasado hispánico y católico. Al respecto, opinaba Echeverría a su regreso de un viaje a Europa, donde se había puesto en contacto con el romanticismo que: “El gran pensamiento de la Revolución no se ha realizado. Somos independientes, pero no libres. Los brazos de España no nos oprimen; pero sus tradiciones nos abruman”15. Por ello creía necesaria una reforma que debía lograrse por medio de la educación. En 1844, exiliado en Montevideo, publicó un Manual de enseñanza moral para las escuelas de primeras letras de la Banda Oriental, en el que propugnaba el desarrollo de la educación popular para ampliar el ejercicio del voto con el cual el individuo realiza la soberanía. Ese mismo año dio a conocer un trabajo sobre Mayo y la educación popular en el Plata, donde planteaba: “¿Por qué la Democracia, hija primogénita de Mayo, no ha logrado convertirse en incontrastable y reguladora institución, y peleamos aún por asegurar su imperio? Porque la tierra donde Mayo desparramó sus principios se contestaba estaba inculta, porque el pueblo no la comprendía y no supo apreciar los derechos y obligaciones de su nuevo rango social; y porque nuestros gobiernos [...] descuidaron iniciarlo en ese conocimiento, proporcionándole la educación necesaria”16. El pedagogo Juan Mantovani considera al respecto que: “Se puede decir que la doctrina de la educación popular argentina se elaboró en el destierro y a Echeverría tuvo como a uno de sus decisivos voceros y alentadores”17. Echeverría había nacido en Buenos Aires en 1815 y falleció en Montevideo en 1851. Fue alumno del Colegio de Ciencias Morales.


En cuanto a Sarmiento, nacido en San Juan en 1811, se enroló en las filas del partido unitario y en 1831 decidió emigrar a Chile, donde desempeñó las funciones de maestro, primero en Santa Rosa de los Andes y posteriormente en Pocuro. Más tarde, en 1833, se dirigió a Copiapó, donde trabajó como minero. Debido a que enfermó de gravedad, a fines de 1835 regresó a San Juan, con la autorización del gobernador, general Nazario Benavídez. Asociado con otros jóvenes de la época fundó dos colegios, uno de varones y otro de mujeres, que no prosperaron. También escribió el periódico El Zonda, desde cuyas páginas fustigó al gobierno. Más tarde fue arrestado, pero logró escapar y pasó nuevamente a Chile en 1840. Radicado en el país vecino, dirigió una escuela normal, fundó un liceo, publicó textos escolares, entre ellos un Método gradual de lectura, y se dedicó al periodismo. Entre 1845 y 1848, comisionado por el gobierno de Chile, realizó varios viajes por países europeos y americanos, con el objeto de estudiar métodos educativos. En Estados Unidos conoció a Horacio Mann, que ya era famoso por sus ideas pedagógicas. A su regreso a Chile presentó un informe al gobierno de ese país, que fue publicado en 1849 con el título de Educación popular.


Estos jóvenes integraron la llamada generación de 1837 que, en opinión de Diego E. Pró, pretendían “formar la conciencia nacional mediante una fuerte voluntad política” y para ello “rompen con la tradición y el pasado histórico, desde las instituciones y las costumbres hasta la misma lengua”. Creían que el Estado debía crear la conciencia nacional y modelar el alma del pueblo “mediante la legislación, las nuevas instigaciones y la educación” 18.


Entre los emigrados también debe mencionarse al canónigo Juan Ignacio de Gorriti, establecido en Bolivia, donde dirigió un colegio y escribió un libro titulado Reflexiones sobre las causas morales de las convulsiones interiores de nuestros estados americanos y examen de los medios eficaces para reprimirlas, publicado en Valparaíso, Chile, en 1836, en el que le atribuye a la educación popular un papel decisivo en la lucha contra la ignorancia y la corrupción, que perturbaban el buen funcionamiento de las instituciones republicanas. Este trabajo constituye el primer ensayo de pedagogía social entre nosotros, aparecido doce años antes que la obra citada de Sarmiento. Gorriti había nacido en Jujuy en 1766 y en 1790 egresó de la Universidad de Córdoba con el grado de doctor en teología. En 1810 formó parte de la Junta Grande y en 1824 representó a Salta en el Congreso General Constituyente reunido en Buenos Aires. De regreso en su provincia, fue elegido gobernador para el período 1829-1831. Exiliado por razones políticas, falleció en Charcas en 1842.