Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
Organización
 
 

Tras los últimos ingratos sucesos entraron las reducciones en un período de asentamiento reconstructivo, que les permitió ordenar sin zozobras así la vida de relación como los medios de subsistencia y, principalmente, el fin primordial de las poblaciones: era a saber, la vida espiritual en la fiel y pacífica observancia de la ley santa de Dios. Que fue lo que se dio en llamar muy justamente la edad de oro de las reducciones jesuíticas del Paraguay, que suscitó el afán imitativo de las demás organizaciones similares.



1) Los edificios


Se buscó en ellos la practicidad conforme a la idiosincrasia atávica India, ajena a toda forma de ostentación.


Las casas eran “en algunos pueblos de piedra, en otros de piedra solos los cimientos, y como una vara más en alto, y lo demás en adobes, y todas cubiertas de teja”.


Cada una de ellas formaba un largo bloque o hilera “con siete u ocho aposentos de seis varas y media, o siete en cuadro, con una puerta y ventana. En cada uno de estos aposentos vive una familia, esto es un casado con su mujer e hijos. No pide más la calidad y cortos pensamientos del indio, ni desea más su genio. No tienen altos, ni tampoco los tienen las casas de los españolea, aun donde no hay terremotos”. 27


Las imponentes ruinas que aún hoy se conservan —destinadas, en gran parte, a desaparecer por la apatía de la gente, que sólo ve en ellas material útil de construcción—, muestran el constante uso que se hizo de la piedra en las reducciones.


Cubos de perfecto corte superpuestos, y calzados con cuñas también de piedra, formaban las paredes de iglesias y casas. Las techumbres de tejas no apoyaban, sin embargo, sobre los muros, sino sobre horcones de urunday —el quebracho de la región misionera—, que sostenían las vigas y formaban como el armazón, cubierto casi enteramente por piedras y tejas.


En las ruinas, allá donde no ha llegado todavía la civilización para una mayor campaña destructora, y que la selva ha cubierto con una extensa red preservativa —como en las de Santa María la Mayor, Loreto y Mártires—, se admira el curioso espectáculo de paredes desmoronadas hasta casi desaparecer, y junto a ellas enhiestos los horcones de urunday desafiando la acción corrosivo de los siglos.


Eran las plazas cuadrados perfectos de 125 metros de lado, y las calles, “derechas a cordel, y todas con soportales a una y otra banda, para andar sin mojarse en tiempo de lluvia”.


De alguna distinción gozaban las habitaciones de los padres. El edificio era más alto, aunque también de un piso, como todos los demás, pero con dos espaciosos patios interiores.


Las iglesias constituían la fábrica principal de los pueblos. Eran “todas muy capaces, como catedrales de Europa..., de tres naves, y dos hay de cinco”.


“Tienen por lo común —conforme a una relación de 1754— cinco altares con sus retablos dorados. Y todo está tan resplandeciente, que causa mucha devoción. En muchos pueblos no sólo están dorados los retablos, sino también los pilares de las naves, la bóveda y aun los marcos de las ventanas, entreverado todo esto de pintura.” 28


Ocupaba el cementerio, rodeado de tapia, el lado opuesto al patio de los padres. Había, en fin, casa de recogidas, cárcel pública y “posada de los españoles en seis pueblos adonde suelen llegar a comerciar”. 29


Todo este conjunto de pueblos con sus estancias se mantuvo relativamente aislado del resto civil. Y fue prudente medida para salvaguardar el orden y disciplina de sus habitantes, siempre veleidosos y noveleros. La segregación de las reducciones respondía, por lo demás, al espíritu de la legislación española vigente, según demostró Magnus Mörner en novedoso artículo. 30


No fue, sin embargo, estricto este aislamiento. Los jesuitas, “con mano rígida detuvieron la entrada o expulsaron sin miramientos a los que no eran de buenas costumbres, pero toleraron la presencia de los comerciantes, mercaderes o simples viajeros, cuando era sin perjuicio de los indios”. 31



2) Los doctrinantes


“En cada uno de los treinta pueblos —anota el padre Cardiel— hay dos sacerdotes, cura y compañero; y en algunos, tres. En el pueblo de Candelaria hay un superior de todos los padres de los treinta pueblos, el cual tiene obligación de visitarlos todos cada seis meses... Tiene ocho consultores ordinarios: cuatro de los pueblos cercanos en las orillas del Paraná, y otros cuatro en las del Uruguay... Los provinciales visitan en su trienio dos veces todos los pueblos” 32


La Compañía de Jesús puso sumo cuidado en la selección de este personal fijo. Le iba en ello el honor de la Orden y la perennidad de la obra. La exigua comunidad de dos o tres religiosos, aislados por gran parte del año, necesitaba de reglas especiales y precisas para mantener el buen espíritu y asegurar la fecundidad del apostolado.


Las dio la congregación provincial de 1637 con el título de Ordenaciones comunes a las misiones de la provincia del Paraguay. La segunda parte de ellas se refiere a “lo que han de observar todos los padres misioneros en general”.


Si es verdad, como lo es, que de la fidelidad a la vida interior, prácticas de piedad y observancia religiosa, depende el fruto del apostolado, hallará el lector en lo que aquí viene, no sólo una norma de vida, sino la más acabada explicación de la vitalidad que bajo la Compañía de Jesús mantuvieron por siglo y medio las reducciones del Paraguay.


Las citadas Ordenaciones regulan, como primera exigencia, la santidad personal del misionero:


“Haya mucho cuidado en la observancia de las reglas...; con ninguna ocasión ni por ocupaciones exteriores aflojen un punto en el estudio de la perfección, ni disminuyan o dejen los ejercicios espirituales de oración, lección y exámenes. Y que no se engañen con falso color de la salvación ajena olvidándose de la propia, que no se debe poner a riesgo por todo el mundo.”


Recuerdan luego disposiciones del padre Prepósito, de que los ejercicios piadosos “tengan el primer y mejor lugar, y se antepongan a cualquier ocupación temporal”, y que “sin excusa ninguna hagan [los religiosos] cada año los Ejercicios espirituales”.


La moralidad y el honor de los misioneros es asunto de mucho peso en las Ordenaciones:


“Tengan gran cuidado del buen nombre y olor de edificación con el sumo recato que piden las reglas de los sacerdotes.”


Sobre esta pauta fundamental vienen todas las demás prescripciones. Confesando a mujeres debe exigírseles “que estén a la vista, y si el aposento está oscuro se pondrá luz”. En dichas confesiones los padres han de mostrarse severos más bien que familiares, y despacharse con brevedad. Concluían las disposiciones sobre clausura y trato con estas normas prácticas:


“No entre mujer alguna de la puerta adentro, ni se le dé ni permita besar la mano, y se guarde con exacción la regla que ninguno toque a otro, aunque sea de poca edad, ni castigue por su propia persona ni asista ocularmente a castigo de mujer.” 33



3) Dirección paternal de las reducciones


Elemento entre los más valiosos de la vitalidad de las misiones, fue el acierto con que las gobernaron los padres de la Compañía de Jesús. Aquí e! testimonio nos llega de don Félix de Azara, nada sospechoso de parcialidad, y menos de simpatía por la causa jesuítica.


“Es menester convenir —expone—, en que, aunque los padres mandaban allí en un todo, usaron de su autoridad con una suavidad y moderación que no puedo menos de admirarse. A todos daban su vestuario y alimento abundante. Hacían trabajar a los varones sin hostigarlos poco más de la mitad del día...” Los jesuitas oran “hábiles, moderados, y económicamente miraban a sus pueblos como obra suya y propiedad particular, los amaban y procuraban mejorar”.34


El padre Cardiel saca de su propia experiencia y de sus actividades misioneras una porción de datos conmovedores del gobierno paternal de los pueblos guaraníes. Discurre acerca de “la singular reverencia que tiene [el indio] al sacerdote”. “Cuando nos nombran en sus pláticas y conversaciones, no suelen decir el padre a secas, sino el padre santo, el padre que está en lugar de Dios. Cuando nos encuentran por los caminos, luego se paran a besar la mano; y si están a caballo se suelen apear para venir a besarla. Con esta reverencia juntan un amor bien particular”.


Donde más muestran “su amor es en los peligros y caminos en que frecuentemente andamos. Cuando hay un río, pantano u otro mal paso que pasar, se deshacen por acudir al padre; luego nos quieren llevar en volandas por todo, aunque sea corto el peligro; luego se exponen a todo riesgo para que no le venga ninguno al padre”.


La pena de azotes corría en las reducciones como castigo de las faltas, pero sin que acarrease odiosidad.


“El cura —expone el autor de una Breve relación— es padre, madre, juez eclesiástico, etc. Cuando alguno comete algún delito o cae en algún descuido, los alcaldes lo traen ante el cura a la puerta de su aposento; y nunca lo llevan atado por grande que sea el delito; viene en medio o detrás de los alcaldes como un corderillo sin huirse. Estos representan al cura el delito, y convencido que es delincuente le manda dar su castigo... Luego que le castigaron, va el delincuente y besa la mano al padre diciendo: Aguyebate Cheruba, etc., que quiere decir: Dios te lo pague, padre, porque me has dado entendimiento”.


“Este castigo lo reciben siempre como de mano de su padre, que les desea todo bien; y es tanta la humildad y sumisión con que lo reciben, que varias veces los misioneros no pueden contener las lágrimas. A lo que el padre determina, no ha réplica, ni apelación; y todos quedan satisfechos de la justicia que se ha hecho.” 35


Da el padre Cardiel a estas manifestaciones una explicación que concuerda, en sustancia, con los conceptos arriba enunciados de don Félix de Azara:


“Consiste en que los padres se portan con ellos como con hijos, mostrándoles amor... Consiste en que después del castigo los padres deponen luego todo el enojo, no mostrando ceño, sino amor en palabras y obras, por ver al delincuente humillado. Consiste en que muestran mucha compasión en todos sus trabajos, procurando aliviárselos en cuanto pueden; y en orden a los enfermos es tanto, que a todos los que están de cuidado, les traen la comida en su propia casa con buen aderezo... Consiste en que ven que no les hacen trabajar para su provecho, sino para el provecho de ellos... Consiste principalmente en el grande celo que ven que tienen del bien de sus almas, criándolos en tanto temor de Dios desde niños... Consiste en el recato tan notable que ven en los padres... que es lo que ellos más aprecian. 36


Para gentes de tan cortos alcances como los guaraníes, el lenguaje del corazón fue sin disputa el más convincente y eficaz, más que las leyes escritas, Ininteligibles para ellos y, por lo mismo, superfluas.