Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
La trasmigración de los indios dispersos
Fue otra de las grandes preocupaciones de Cevallos. El nuevo Gobernador debía completar la obra de Andonaegui con la entrega de los pueblos, libres de indios, al general portugués Gómez Freiré de Andrade, e Instalar a los trasmigrantes en su nuevo terruño. 1) La rebusca de los indios amontados Comenzó Cevallos por Imponer severa disciplina a la tropa. Las disposiciones que tenían los comandantes eran rígidas sin paliativos. Debían combatir la inmoralidad con inflexible celo y atraer con el mayor agasajo a los indios. Los jesuitas fueron los mejores auxiliares del Gobernador en esta faena complementaria. Cevallos halló, principalmente, en el padre José Cardiel a un colaborador entre los más activos. Enviado al pueblo de San Miguel, junto con la tropa del comandante don Nicolás de Elorduy, halló Cardiel 237 indios en lamentable estado por las consecuencias de la guerra. Y escribió acerca de ellos al Gobernador el 15 de junio de 1757: “Un año ha que toda esta pobre gente... está sin sacramentos, ni ministros de ellos, excepto los pocos que están con los padres. Ninguno de estos 237, que aquí tenemos, ha cumplido con la Iglesia en el precepto de la confesión y comunión anual.” No era “por falta de diligencia y celo de los padres”, quienes se habían esmerado “en este punto todo este año; sino por su inútil y vana timidez, junto con su pobre, dejada y cuitada índole”. 265 El trabajo de juntar dispersos seguía sin interrupción. Hoy llegaron “cosa de cien personas de todas edades y sexos; todas, naturales de este pueblo —escribía Cardiel a Su Excelencia desde San Miguel el 27 de julio—; y no lejos se descubren humos, que dicen son de otro mayor número que este, que llegaron dentro de dos días; y afirman que más atrás viene con el corregidor del pueblo otra tropa mayor”. Pensaba Cardiel junta presto “cerca de mil personas; pues las que hay actualmente llegan a cuatrocientas”. Pero acudían a sus reclamos en estado deplorable: “Las que hoy han llegado vienen harto necesitadas de vestuario, más que las antecedentes. Ni unos ni otros traen vacas...; noticia que nos da no poco pesar, porque sin esto difícilmente se podrá mantener aquí esta pobre gente.”266 La segunda parte de la operación ya pudo comenzar por agosto de aquel año de 1757. En los primeros días de dicho mes daba Cevallos las normas a los comandantes de los pueblos de San Miguel, San Luis y Santo ángel. El 15 de agosto, los indios congregados para la celebración litúrgica debían partir a la otra banda del Uruguay y dejar libres los siete pueblos, según la orden del Rey. Caminaron, en efecto, protegidos por la respectiva tropa, según notificaba Elorduy: El 15 salí de San Miguel, “a las dos de la tarde de dicho día: y, caminando con jornadas arregladas a la posibilidad y fuerzas de [las] familias, y haciendo alto los días en que llovió, y han sido tres, 'legué con ellas al paso del dicho río el día 29”. Describió luego el trasbordo. Y en testimonio de buen servicio cerraba así la misiva: “Yo, Señor, todos los oficiales y la tropa que me han acompañado hemos cumplido con el mandato de Vuestra Excelencia, tratando a ¡os indios de modo que sólo llevan el sentimiento de apartarse de nosotros, habiendo los más manifestándolo con los ojos.” La recolección de otras familias y su trasbordo siguieron sin intervalos, con buen éxito por lo general, gracias sobre todo a la firmeza del Gobernador en exigir “trato dulce y benigno [a] los indios”. 267 Encareció asimismo Cevallos la ayuda de los doctrineros: En los arbitrios para está trasmigración los padres obraron “con una sinceridad tal en el modo de insinuarlos, que me acabo de confirmar en la primera esperanza que había concebido, de conseguir por Su medio el cumplimiento de las órdenes de Su Majestad”. Los cuales, antes de su llegada, sin la asistencia de la tropa, ya habían conducido a la otra banda 14.284 personas, y seguido luego en la rebusca de los dispersos y en las continuas mudanzas de grupos y familias. 268 2) La nueva situación No fue nada cómoda a las reducciones que se habían mantenido más o menos ajenas a! conflicto, por la gente agregada, mientras se disponía crear las nuevas poblaciones. Los artífices del tratado creyeron desde Madrid empresa fácil así el traslado como las fundaciones. También aquí la falta de consulta vino a provocar gravísimos problemas que pusieron a las demás doctrinas en trance de perecer; como que, a la postre, los indios trasmigrados debieron refundirse en las de la otra banda, y depender enteramente de los ya limitados recursos de todas estas. Las noticias que el Superior de las doctrinas envió, en 26 de diciembre de 1756, llenaron de impotente congoja el corazón del Provincial. Dicho Superior quiere enterar a Su Paternidad “de lo que pasa con estos infelices, y el trabajo y aflixión en que nos hallamos, ya por socorrer a tan desvalida y pobre gente, que viene menesterosa de un todo, sin un bocado que comer, y muchos sin un trapo que vestir, ya también porque los españoles [de la tropa de ocupación], sin hacerse cargo del aprieto en que nos vemos, nos abruman con sus peticiones inconsideradas”. Tocante a los indios que llegan de la otra banda, “todo hasta ahora, por los altos juicios de Dios, es trabajo y desconsuelo..., pues no hay fuerzas para mantenerlos de vacas, sin las cuales no puede vivir el Indio”. Los demás pueblos debieron sacrificarse a fondo en tan apurada situación. “A los de San Juan es forzoso mantenerlos de un todo en estos pueblos del Paraná, donde los tengo divididos, siendo así que están cargados de almas, pues los más de ellos tienen al pie de tres mil y quinientas y más; pero en el aprieto en que nos hallamos es preciso que todo el mundo cargue con su cruz y ayude a socorrer a estos pobres desvalidos, quienes harto tienen que llorar su desventura, viéndose privados de su tierra, casa, vestido y sustento, y varios hasta de sus hijos y mujeres, sin saber por donde andan. Lo que nos sirve de duplicado desconsuelo y trabajo, pues es necesario hacer toda diligencia para hallarlos.” Y el Superior se preguntaba al fin: “¿Cómo se han de mantener los que de la otra banda van llegando, si la poca comida que para estos hay se la lleva el real de los españoles?”. El padre Juan de Escanden, que reproduce íntegra esta carta en su Relación, le hace, de remate, un certero comentario: “Así se lamentaba al padre Provincial el padre Superior a fines del año de 1756, cuando aún no habían acabado de pasar los 14.000 y tantos huéspedes que ya se contaban al principio del año siguiente, y mucho menos los 19.000 y tantos que, por fin, se juntaron ya a principios de 1758 por las buenas y eficaces diligencias que hizo el excelentísimo señor Cevallos.”269 Y aquí anotaba el Gobernador lo que despreocupadamente Valdelirios y el padre Altamirano habían juzgado pretexto de los padres: “El asunto de formar nuevos pueblos a los indios trasmigrados requiere tiempo, para prevenir los materiales que, por la mayor parte han de traer de montes muy distantes de los parajes en donde pueden situarse, y medios con que costear los gastos que son indispensables para formarlos, y no alcanzo, por más que lo he considerado muchas veces, de dónde se han de sacar.” Tampoco llegaba a persuadirse nuestro hombre de que “la clemencia de Su Majestad” exigiese “que los pueblos (especialmente todos los del Paraná, que han sido siempre fieles a Su Majestad)”, se vieran “oprimidos con un peso Insoportable, cual sería el de contribuir a formar los nuevos pueblos, exponiendo todos a perecer”; tanto más porque las susodichas poblaciones “han tenido y tienen el crecido gravamen de mantener, como lo han hecho, desde que se empezó la trasmigración, muchos millares de familias de estos siete que están evacuados”. 270 |
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