Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
La nueva situación
Pareció que debía ser alentadora, a no haber asumido La Colonia debía volver a los portugueses, con el compromiso de parte de los paulistas, de restituir los indios capturados y excusar en lo porvenir nuevas malocas. Por febrero de 1683 llegaba al puerto de Buenos Aires Duarte Tejeda Chaves, gobernador de Río de Janeiro, para las ceremonias de la devolución que efectuó el gobernador Joseph de Herrera y Sotomayor con las formalidades de estilo. 128 1) Antecedentes La muerte de Carlos II, el 1° de noviembre de 1700, y el advenimiento de Felipe V, segundo nieto de Luis XIV de Francia, al trono de España, desencadenaron la guerra de sucesión contra el emperador de Austria. Felipe V se recibía con la ayuda de Francia, el 18 de febrero de 1701. Y Portugal, aliado de ambos países, firmaba el 18 de junio siguiente, el tratado de Alfonza, cuyo artículo 14 confirmaba “el dominio de la dicha Colonia y uso del campo, a La real cédula de Madrid, de 2 de agosto de 1701, comunicaba al virrey de Lima y al gobernador del Río de Pero vino el contrarresto. Los informes de fuente jesuita, discordantes con la postura de la metrópoli enfrente de Portugal, fueron llegando a Madrid. Decisivo debió de ser el memorial remitido por los padres Juan Bautista Zea y Mateo Sánchez, desde Río del Uruguay, en 6 de mayo de 1702, acerca del “evidente riesgo y peligro” en que se hallaban las reducciones, “con la cercanía de la ciudadela y Colonia del Sacramento que los portugueses tienen vecina y contigua”; y el riesgo y peligro que asimismo corrían “de los indios infieles y malhechores que median y están rancheados entre los 29 pueblos de Vuestra Majestad y dicha ciudadela...”131 Así las cosas, el 16 de mayo de 1703 Portugal se separaba de España, para echarse en brazos de Inglaterra. Este hecho trajo automáticamente la anulación del tratado de Alfonza, y, con ella, la real cédula de 9 de noviembre, por la que se revocaban todas las cédulas anteriores favorables a los portugueses, y se disponía que el gobernador de Buenos Aires procediese a! inmediato desalojo de la Colonia. 2) El sitio En 7 de julio de 1704 el gobernador don Alonso Juan de Valdés e Inclán recibía la real cédula de 9 de noviembre de 1703, con otra de igual fecha dirigida al provincial de Dadas las órdenes pertinentes, “siendo la esencial” conseguir 4.000 indios de las reducciones, acompañó Valdés oficios al padre José Mazó, procurador general de la Compañía, y al provincial Lauro Núñez, así como a los superiores de los pueblos del Paraná y Uruguay. Con lo que tanta maña se dieron los doctrinantes, que ya el 8 de septiembre partían juntas y equipadas las tropas en tres grupos. Acompañaban los cuatro capellanes y tres coadjutores, con el padre Mazó, superior de todos. Los indios debían converger en Santo Domingo Soriano, y marchar en escuadrones a la Colonia, según hicieron. El armamento era desigual, por no disponer de otro mejor. Llegaban 600 indios con bocas de fuego, 1.300 con lanzas, 150 con flechas, piedras y macanas. Completaban el aderezo 6.000 caballos, 2.000 muías y 40 balsas remeras. Don Baltasar García Ros, sargento mayor de la provincia del Río de la Plata y presidio de Buenos Aires, recibió nombramiento de cabo principal y gobernador de los 650 españoles y 4.000 indios auxiliares que formaban la entera tropa, enfrente de los 700 hombres que guarnecían la Colonia. El 2 de octubre de 1704 marchaban las compañías de Buenos Aires, y el 18 establecían el sitio, completado días después por las tropas misioneras. Mucho bien dijo de ellas el Gobernador: “Durante el sitio de la Colonia se mantuvieron los indios con toda constancia, siendo muy contrario a su naturaleza; y trabajaron en lo que se les ordenó, de gastadores, haciendo guardias, como también cortando y trayendo fajina, estacas, y leña...; a lo cual le excitaban los padres con especial ardor y celo.” Para el rancho de la tropa arrearon hasta 30.000 vacas de la vecindad. Los trincherones fueron obra también de los indios, así como “el movimiento de la artillería y sus adherentes”, y todo lo pesado y duro. 133 3) Saqueo y destrucción de la plaza El sitio se fue por días estrechando, merced en mucho a los indios, que conducían las vituallas “con gran fatiga hasta la cabeza del ataque”, Sin reparar en el “riesgo, allanaban las dificultades de tirar a brazos la artillería..., y llevar con ellas todos los pertrechos, municiones, cestones, sacos, herramientas y demás instrumentos de gastadores”.134 El 1° de febrero los cañones abrían el fuego, y amenazaban los navíos un desembarco. Intimada la rendición, apelaron los de dentro a negociaciones, prolongadas hasta el 7 por la noche; en que, perdida toda esperanza de avenimiento, se ordenó el asalto. Al cañoneo de los sitiadores respondieron una y otra vez las baterías de la estacada, con un total de 130 indios muertos y 200 heridos. Se temió que reanimasen la plaza cuatro navíos surgidos en aguas de la fortaleza. Pero fue sólo para embarcar la gente días después, “con tal aceleración y desorden” —escribió Valdés al virrey, conde de la Monclova—, que más pareció “fuga que retirada”. Una compañía de granaderos enviada por el Gobernador, halló los bastiones desiertos, y “la mayor parte de la artillería montada y muchos pertrechos y trastos caseros, derramados en particular en el embarcadero”, que los indios desmantelaron después, sin que fuese posible sujetarlos. Con lo que hubo que acelerarles el tornaviaje, que fue el 17 de febrero y los dos siguientes días, “llevando todo lo que habían sacado de Meses después la carta del 15 de octubre del gobernador Valdés cubría con piadoso disimulo estos desmanes, para estimular la real magnificencia en beneficio de todos. Los indios —según Valdés— habían trabajado y luchado con denuedo, y mantenido “toda la campaña a su costa, sin haber pedido sueldo alguno; por lo que eran dignos de recompensa.136 La plaza de la Colonia debía desaparecer por orden superior. Y el 3 de abril ya estaba completamente demolida y arrasada. El Cabildo secular de Buenos Aires, por su parte, acordó “dar a Su Divina Majestad las debidas gracias, y al santo patrono de esta dicha ciudad San Martín, por el medio de una misa cantada, la solemnidad debida en la santa iglesia catedral”. 137 |
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