Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
La doble campaña del ejercito hispano-portugués
 
 

Llamóse inadecuadamente esta doble campaña la guerra guaraní; que en rigor no fue tal, dado que no hubo verdaderos encuentros ni acciones guerreras. Ambos ejércitos avanzaron, infructuosamente la primera vez por el rigor de los fríos, y libres de obstáculos sensibles la segunda, hasta desbaratar sin esfuerzo la frágil resistencia de las tropas indias y ocupar los pueblos. 232



1) Primera expedición


El gobernador don José Antonio de Andonaegui, brigadier de loa reales ejércitos, era hombre de edad provecta cuando hubo de abrir campaña contra los indios tapes. Ello no obstante, exponía al marqués de la Ensenada que se habría sacrificado gustoso por el cumplimiento de su obligación. 233


Como hombre de disciplina y fiel vasallo figura en papeles. Aun el Cabildo secular envió de él encendido elogio al Monarca por febrero de 1747. Lo complicado de la época le enredó la actuación, que no fue brillante; pero sin que asomaran en su conducta las tortuosidades que tanto afearon el proceder de Valdelirios en la ejecución del tratado.


Le faltó, eso sí, la intuición con que, después de él, desbarató Cevallos los planes de las sectas.


Aceleró los preparativos el asalto de 350 indios a la guarnición portuguesa de Río Pardo, el 2 de febrero de 1754, con muerte de 30 asaltantes y 16 de la guarnición.


En la conferencia de Martín García, de 24 de marzo de 1754, establecieron el plan de batalla Valdelirios y Andonaegui por la parte española, y Gómez Freiré de Andrade por la portuguesa. El ejército lusitano, partiendo de Río Grande, atacaría el pueblo de Santo ángel; al paso de Andonaegui, costeando el Uruguay, entraría por San Borja. 234


Partió este el 2 de mayo. La tropa española avanzó; pero con ella avanzó también el invierno, excesivamente crudo aquel año. Las continuas heladas habían abrasado hasta los pastizales de la región.


Estando el ejército a 25 leguas de los pueblos y a 50 del Ibicuy, había ya perdido, por escasez de pastos, 6.000 cabezas de ganado caballar, bovino y mular. Hubo, pues, que dar la vuelta al cuartel general de Río Negro.


No le había ido mejor al General portugués, detenido por más de 2.000 indios junto al Yacuy.


En la retirada del ejército español se dio el único encuentro con los indios. Fue junto al río Daimán el 4 de octubre de 1754. Doscientos treinta indios muertos quedaron en el campo.



2) Segunda expedición


Intervino en ella con Andonaegui el gobernador de Montevideo don Joaquín José de Viana, que había estado concordando la marcha con el General portugués en Río Grande.


Las tropas españolas de 1.700 hombres y 20 piezas de artillería iniciaron la marcha el 4 de diciembre de 1755. Al mes preciso llegaban a las puntas del arroyo Cordobés; y, el 16 de enero del siguiente año, en la isla llamada Sarandí, inmediata a las vertientes del río Negro, se les unían los 1.200 portugueses que, con diez piezas, capitaneaba Gómez Freiré de Andrade.


Dióse el primer choque el 7 de febrero, con unos 70 indios, en Bacacay, donde pereció el jefe indio Sepe.


Más sangriento fue el encontronazo del 10 de febrero en el cerro de Caybaté, ocupado por 2.000 indios, sobre poco más o menos, a las órdenes de Nicolás ñeenguirú.


Por los despojos recogidos se conocen las armas que aquellos miserables oponían a los casi 3.000 hombres bien pertrechados del ejercito unido. Trae la referencia el capitán de dragones don Francisco Graell, allí presente:


“Los trofeos de guerra que se han conseguido consisten en seis banderas, dos con la cruz de Borgoña, y las demás con otras cifras; ocho cañones de tacuara aforrados en cuero; varias cajas de instrumentos, muchas lanzas e infinitas flechas, con algunas armas de fuego.” 235


Los españoles, en cambio, dispararon en Caybaté “contra los indios seis piezas de campaña cargadas con bala menuda”. 236


Lo que aquí sucedió, y que la historia consigna con vergüenza, tiene un cronista de fuste: don Pedro de Cevallos, sucesor de Andonaegui. El documento o relación va dirigido al bailío don Julián de Arriaga, ministro de Marina e Indias. Es una nota oficial.


Los portugueses —representa Cevallos—, “con el especioso pretexto de auxiliarnos, lograron el hacer una cruel carnicería, ayudados de los nuestros, en la celebrada victoria de Caybaté; en que, aseguro a Vuestra Excelencia, que según las noticias constantes que tengo, se obró con tanta inhumanidad, que, metidos en una zanja gran parte de los indios, la tropa iba dando vuelta sobre ellos, dándoles sus descargas, hasta acabar con todos cuantos en ella se habían acogido creyéndose por su estupidez muy seguros; al mismo tiempo que otros que quisieron huir por los campos, eran alcanzados y muertos de los nuestros, sin resistencia, y sin que se hubiese perdonado la vida a los que huyendo del rigor se subían a los árboles; de donde los derribaban a fusilazos, y, lo que es más, ni a los que, puestos de rodillas y plegadas las manos, pedían misericordia.”237


El hecho, con sus toques de ensañamiento brutal, es indiscutible, como que viene corroborado por los mismos oficiales del ejército unido.


Uno de estos, don Juan Francisco Sobrecasas, trae sumariamente las mismas noticias de Cevallos:


Los más de ellos se recogieron a una barranca, los que fueron muertos sin resistencia, y aun pidiendo misericordia. Los de a caballo dieron a correr; pero dieron los blandengues tras ellos, matando a unos; y a otros, haciéndolos prisioneros.238


Pasma y deja atónitos la frialdad con que el capitán de dragones don Francisco Graell narra el sacrificio inhumano que hicieron de los indios en el bochornoso encuentro de Caybaté:


Y, disparando primero la artillería, se desordenaron los enemigos, y avanzó el ejército con tal valor y ardimiento, que la infantería pretendía igualar en ligereza a la caballería; la cual, por derecha e izquierda, hizo de los enemigos un formidable destrozo; y, llegando la infantería en la eminencia, se arrojó con arrogancia sobre dos profundas zanjas, con unas cuevas y pequeño monte, en donde se habían refugiado como 400 Indios, los cuales todos fueron víctimas del valor de una y otra tropa, sirviéndoles de sepultura su propia trinchera.” 239


Acaso Andonaegui no tuvo autoridad bastante para impedir estos actos de barbarie, que Cevallos —según se dijo más arriba— atribuyó singularmente a las tropas portuguesas. Al menos —conforme refirió el capitán de dragones don José Martínez y consignó Nusdorffer en su relación—, “el mismo Gobernador con lágrimas en los ojos mandó que se les acometiese, por no poder hacer otra cosa, previendo en su modo bárbaro la grande mortandad que había de suceder”. 240


Por su parte, agrega Martínez como justificándose, que a los que se escondieron en la zanja “ahí les pedimos rindiesen las armas; [aunque] tampoco hubo modo; [y] con esto allí mismo quedaron muertos”. 241


Una hora y cuarto había durado la hecatombe, con un total de 1.511 Indios muertos, entre los que pudieron contarse, y 154 prisioneros. Los españoles tuvieron 3 soldados muertos y 10 heridos, Andonaegui entre ellos; los portugueses, sólo sufrieron una baja con 30 heridos. 242


El tercer encuentro de esta campaña fue el del arroyo Chunieví, el 10 de mayo; donde tampoco hicieron papel airoso los indios.


En todo esto consistió la guerra guaraní conforme a las declaraciones de los contemporáneos y protagonistas. La ocupación de los pueblos sublevados fue su complemento.