desde 1852 hasta 1899
Revolución del Parque
 
 

El sábado 26 de julio de 1890, a la madrugada, estalla el esperado movimiento revolucionario. Sobrevenía con alguna demora respecto a los planes iniciales pues, a través de una denuncia, el gobierno había sabido de su existencia, arrestando a quienes debían encabezarlo: el general Manuel Campos y el coronel Julio Figueroa. No obstante ello, Campos y Figueroa abandonan los cuarteles donde estaban detenidos y se ponen al frente de los sublevados. Que se concentran en el Parque de Artillería, –ubicado en el lugar que ocupa actualmente el palacio de Tribunales–, motivo por el cual aquel alzamiento es conocido como “Revolución del Parque”. Varios regimientos se encuentran allí, amén de numerosos civiles. Las bandas tocan el Himno Nacional. Reina un gran fervor y a la vez un gran desorden. Acompaña a los jefes militares una Junta de Guerra, conformada por Alem, Del Valle, Demaría, Lucio López y otros.


Las tropas leales al gobierno están en los cuarteles de Retiro, donde también llegan el presidente Juárez y algunos de sus ministros. La policía, al mando del coronel Capdevila, responde a las autoridades y rodea el Parque con “cantones” (reductos de hombres armados, que se improvisan en bocacalles, zaguanes, balcones y azoteas). También hay cantones revolucionarios en varios puntos de la ciudad. La escuadra, que cuenta con pocos buques, se une a la revolución.


Parte de los efectivos gubernistas avanza hasta la Plaza Libertad, haciéndose fuerte allí. Mientras Capdevila organiza esa posición, una bala lo derriba de su caballo negro, dejándolo fuera de combate. Levalle (leal), sigue su avance por Libertad. Y, sin saberlo, prácticamente se cruza con una columna que, al mando de Espina (revolucionario), avanza por Talcahuano en sentido contrario. La lucha es intensa y, cerca del mediodía de ese domingo 27 de julio, comienzan a caer los obuses de la artillería naval sobre algunos sectores de la ciudad.


Poco antes de las 11 de la mañana, Alem y Pellegrini conciertan una tregua, que se prolongará hasta el martes 29. Durante su transcurso, sucédense las gestiones de paz. Y, aunque el balance de fuerzas resulta claramente desfavorable a los revolucionarios, varios de éstos no admiten capitular. Pese a ello se alcanza un acuerdo, en virtud del cual los rebeldes depondrán las armas pero serán amnistiados.


Al día siguiente, el senador Pizarro pronuncia una frase que sería célebre, pues define con exactitud el estado de cosas que se vive: “la revolución está vencida pero el gobierno ha muerto”.







En la mañana del 26 de julio de 1890, el joven ángel Gallardo –enterado de que la revolución ha estallado finalmente– salió de su casa, compró un revólver y balas en una armería, encaminándose hacia el norte, por la calle Florida, para plegarse a ella. Al alcanzar la esquina de Cuyo (hoy Sarmiento) ve venir un coche de caballos, dentro del cual reconoce al ministro de Hacienda Juan Agustín García. Como precaución, advirtiendo la proximidad de un vigilante, García le grita a éste que lo escolte. Corre el policía respondiendo al llamado, sable en mano. Pero Gallardo lo ataja, apuntándole con su revólver. El vigilante se aleja en busca de refuerzos. García baja del coche, refugiándose en una rotisería próxima. Intentaba salir de ella cuando Gallardo lo encañona, advirtiéndole: “no se mueva porque voy a tirar”. Un periodista, de apellido Mendía, completa la obra, precipitándose sobre el ministro e introduciéndolo nuevamente en el negocio, desde donde sería llevado prisionero al Parque por un grupo de “cívicos”. También se dirigió allí Gallardo, permaneciendo en el bastión revolucionario hasta que Marcelo T. de Alvear lo hace salir, junto con otros civiles, a los que informa que acaba de firmar la capitulación.