La invasión de Napoleón Bonaparte a España en 1808, había causado gran inquietud en el Río de la Plata, donde comenzaban a preguntarse si correspondía al pueblo americano seguir dependiendo de España estando los reyes prisioneros de Francia y la península gobernada por juntas populares.
Desde los sucesos que habían desatado las invasiones inglesas en 1806 y 1807, en los que habían demostrado su decisión y valor, los criollos se encontraban penetrados de un fuerte sentimiento patriótico que los impulsaba a tomar el timón de los acontecimientos.
Una semana de intrigas
Apenas había amanecido el 14 de mayo de 1810, un navío británico llegó al Río de la Plata con noticias que se temían desde tiempo atrás: la caída de Sevilla, y con ella, de toda España a manos de los franceses. A pesar del cuidado por mantener el secreto, la novedad trascendió y el Virrey se vio obligado a comunicarla oficialmente.
A pesar del cautiverio del rey Fernando VII, en América se reconocía su autoridad, y se respetaban las juntas provisorias creadas en el territorio español. Pero, disuelta la Junta Central, última autoridad legítima española, quizás había llegado el momento para reasumir el poder soberano. Para muchos esta información no significaba demasiado, pero para otros resultaba toda una esperada oportunidad.
“Señores, ahora digo que no sólo es tiempo, sino que no se debe perder una sola hora…” exclamó Cornelio Saavedra, jefe del Regimiento de Patricios, ante un pequeño grupo de criollos, que desde tiempo atrás se reunían secretamente y seguían de cerca los sucesos en España deseosos de constituir un gobierno propio. Ellos eran Nicolás Rodríguez Peña, Juan José Castelli, Mariano Moreno, Manuel Belgrano, entre los más importantes.
De estos encuentros surgió la primera apuesta de la estrategia revolucionaria: convocar a un Cabildo Abierto para tratar la difícil situación creada en el virreinato.
Unos 600 jóvenes acaudillados por French y Beruti se presentaron frente al Cabildo y apoyaron el reclamo. El Virrey cedió ante las presiones y autorizó la convocatoria para el día 22 de mayo; con la indicación que dicha reunión debía realizarse con el objeto de asegurar la corona en la persona de Fernando VII y consolidar la unidad de la monarquía española.
El Cabildo abierto del 22 de mayo
De los 450 invitados solo acudieron 251. A la jornada histórica concurrieron oficiales de las milicias, eclesiásticos, funcionarios de gobierno, abogados, médicos, alcaldes de barrios, comerciantes, etc., es decir, los vecinos más prominentes o acomodados de Buenos Aires. El Cabildo del 22 de mayo tuvo las características de la época, no existía la democracia popular sino un régimen monárquico, y como de costumbre, se había invitado a lo que se llamaba la “parte principal y más sana del vecindario”, aunque lo cierto es que aquella mañana también la población, en nutrida y alborozada reunión se congregó en la plaza, frente al Cabildo, para avalar a los patriotas que allí estaban.
El clima, durante esta asamblea o cabildo abierto, fue naturalmente agitado; se trataba nada menos que de privar de poder a un virrey. Luego del discurso inaugural, los presentes deliberaron sobre la causa por la cual se había pedido la reunión: las noticias que habían llegado desde España dando a conocer la caída de la Junta Central de Sevilla, último representante legítimo del monarca.
Los concurrentes entendieron que la caída de Sevilla dejaba sin sustento la legitimidad de la autoridad del Virrey Cisneros, entonces se preguntaban: ¿Debía seguir gobernando Cisneros? ¿Debía ser reemplazado por otra autoridad que representara legítimamente a Fernando VII? En caso de optar por la caducidad del Virrey, debía expresarse en quien debía recaer esa autoridad?
Muchas opiniones se escucharon en la reunión, pero fueron cuatro las que mostraron con mayor claridad las posiciones contrapuestas en la asamblea.
La primera fue la del Obispo de Buenos Aires, Benito Lué y Riega, quien sostuvo “que mientras existiese en España un pedazo de tierra mandado por españoles, ese pedazo de tierra debía mandar a las Américas; y que mientras existiese un solo español en las América, ese español debía mandar a los americanos (…) por las leyes del reino la soberanía residía en España y era privativa de los españoles fueran pocos o muchos”.
Aquellas palabras, tan terminantes, provocaron la rápida respuesta de los patriotas. En nombre de éstos habló Juan José Castelli, quien afirmó: “España ha caducado y con ella las autoridades que son su emanación. El Pueblo ha reasumido la soberanía del Monarca, y a él toca instituir el nuevo gobierno en representación suya”. éste fue el fundamento jurídico de la Revolución de Mayo, al sostener que América había hecho un pacto de obediencia al Rey y no a la nación española, y al caducar aquél, el pacto concluye y la soberanía vuelve en su legítimo dueño: el Pueblo.
El fiscal de la Audiencia, el fiscal Manuel Villota, respondió a las palabras de Castelli refutando que si bien admitía la caducidad del pacto, la elección de un nuevo gobierno “no podía ser determinado por una sola provincia o municipio, sino por todas las provincias del virreinato, representados por sus diputados reunidos en Congreso”.
La tradición histórica sostiene que el argumento de Villota fue rebatido por el doctor Juan José Paso, quien expresó: “Buenos Aires es la capital del virreinato, la hermana mayor de las provincias (…) los pueblos que las ocupan (las provincias) están poblados por hijos de la tierra y animados naturalmente por un mismo interés (...) y así como los hermanos podían tomar legítimamente el negocio ajeno para beneficiar al ausente, o para salvarle los derechos (…) así una Capital o pueblo, avanzando al peligro común de todos los demás, tenía la innegable facultad y el derecho de tomar por lo pronto la gestión del asunto, sin perjuicio se someterse después a la aprobación de sus condóminos, dando cuenta y razón de lo hecho”.
El Cabildo Abierto terminó cuando era muy avanzada la noche, de modo que se resolvió dejar el escrutinio para el día siguiente.
La votación
El día 23, luego de largas y encendidas discusiones se acordó por mayoría de votos destituir al virrey Cisneros y autorizar al Cabildo para elegir una junta en su reemplazo. Es algo difícil establecer el número exacto de votos que se emitieron, ya que algunos fueron un tanto confusos, sin embargo, las cifras dan una idea de la inclinación que poseía la mayoría: 164 vecinos se pronunciaron por el cese del Virrey y 60 lo hicieron por su continuidad.
Los vecinos de Buenos Aires habían decidido. El acta del Cabildo resumía el resultado de aquella asamblea: “… consultando la salud del pueblo y en atención a las actuales circunstancias, debe subrogarse el mando superior que tenía el Excelentísimo señor Virrey en el Excelentísimo Cabildo de esta capital, ínterin se forma la corporación o Junta que deba ejercerla, cuya formación debe ser del modo y forma que se estime por el Excelentísimo Cabildo y no quede duda que es el pueblo el que confiere la autoridad do mando”.
Contramarcha del 24 de mayo
A la jornada siguiente, el Cabildo, desechando lo decidido el día anterior, designó una junta de gobierno presidida por el virrey depuesto. Se argumentaba a favor de la sorpresiva decisión, que la separación total de aquel funcionario español suscitaría serias resistencias en el resto de las ciudades del virreinato.
La indignación y el disgusto por la noticia no tardaron en manifestarse en las calles, y en el cuartel del cuerpo de Patricios. La conmoción duró todo el día. Finalmente, los dos miembros criollos de la resistida Junta —Saavedra y Castelli— presentaron sus respectivas renuncias al Cabildo y luego lo hicieron los otros miembros, con excepción del Virrey. Sin embargo, el cuerpo capitular se negó expresamente a aceptar las dimisiones.
El 25 de mayo de 1810
El día 25 la tensión crecía afuera del Cabildo, los criollos, que contaban con el apoyo del poder militar del cuerpo de Patricios, estaban dispuestos a servirse de él hasta sus últimas consecuencias y así se lo hicieron saber. En el interior, funcionarios del Cabildo, forzados por las voces y gritos de la muchedumbre, manifestaron que accederían a los reclamos de los criollos solo si se los hacían por escrito. El petitorio no se hizo esperar, se sumaron 411 firmas de vecinos que reclamaban la formación de una Junta que estuviera formada por Cornelio Saavedra como presidente; Mariano Moreno y Juan José Paso en calidad de secretarios y como vocales Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan José Castelli y Juan de Larrea.
El Cabildo, al comprender que no contaba con el apoyo de las milicias, debió ceder ante el reclamo popular, aceptó la renuncia de la cuestionada junta y nombró una nueva según lo peticionado.
Esta Junta resultó ser nuestro primer gobierno patrio pues de hecho no hubo ninguna autoridad por encima de la suya, aunque al asumir el cargo sus miembros hayan jurado “desempeñar legalmente el cargo y conservar íntegra esta parte de América a nuestro Augusto Soberano el Sr. Dn. Fernando VII y sus legítimos sucesores, y guardar puntualmente las leyes del reino”.