Los caudillos que defendieron las aspiraciones de sus provincias fueron representantes de los sentimientos y las expectativas de los habitantes de las mismas durante medio siglo. Si bien defendieron intereses locales, demostraron tener un verdadero espÃritu nacional.
Encabezaron movimientos fervorosamente sentidos por el común, tenÃan una popularidad espontánea e irresistible, asentada por la sola fuerza de su prestigio. Un prestigio ganado por la autenticidad y fidelidad con que los caudillos representaban el ánimo de su gente y tales atributos constituÃan la esencia de su legitimidad.
Casi todos habÃan sido héroes de la independencia, descendÃan de familias patricias y habÃan sido educados en los mejores colegios de su ciudad. ComprendÃan perfectamente al hombre común de su provincia, sus necesidades y aspiraciones. Es por ello que pudieron ejercer su autoridad avalados y sostenidos por su gente.
El poder que ejercÃan era inmenso, porque a la jefatura polÃtica unÃan la militar, que ejercÃan como jefes de las montoneras, que no era sino las milicias provinciales; convirtiéndose el caudillo en la institución suprema y más representativa de la provincia y el aglutinante de todos los elementos de la población provincial, ya que sin él se encontrarÃan dispersos.
La forma de gobierno real que resultó del predominio del caudillo fue la única posible dentro de aquellas circunstancias; las provincias que carecieron de un caudillo auténtico carecieron también de representatividad en el conjunto nacional.