Francisco Pizarro
Cuzco era la ciudad sagrada de los incas. Edificada en las alturas de los Andes, contaba con numerosos templos, casas de piedra, plazas y calles pavimentadas con grandes lajas. Allí entraron los españoles un 15 de noviembre de 1533. A su frente estaba Francisco Pizarro.
Fue Pizarro un soldado cabal. Había nacido en Trujillo, población de Extremadura, hacia 1478. Pobre, cuidó chanchos cuando era chico. Como parece que se le murió alguno de ellos, huyó de su patrón a Sevilla, comenzando una vida de aventuras. Viajó a Indias en 1502, con Nicolás de Ovando; Alonso de Ojeda lo puso al mando del fuerte San Sebastián, primer asentamiento estable español en tierra firme americana; formó parte de la expedición de Balboa que descubriera el Océano Pacífico y participó en la fundación de Panamá, como así también en muchas otras empresas.
Ya era rico cuando, en Panamá, se asoció con Diego de Almagro para marchar a las comarcas del Virú (Perú) que, según se decía, estaban hacia el sur, sobre la costa occidental.
En el primer viaje (1524), llegó hasta el fortín del Cacique de las Piedras, donde recibió siete heridas en un combate con los indios. El segundo (1526), terminó en la Isla del Gallo, desarrollándose allí un incidente que se asemeja a la decisión de Cortés al quemar sus naves.
Muchas penurias ya habían pasado los expedicionarios cuando arribaron a esa isla. De la cual les mandó regresar el gobernador de Panamá. Pizarro, sin embargo, se negó a ello. Sacó la espada y trazó con su punta una raya en la arena, invitando a que se quedaran con él quienes la cruzaran. Sólo 13 hombres atravesaron la línea, dispuestos a continuar la empresa.
Meses después, el piloto Bartolomé Díaz embarcó a los 14 valientes para proseguir la expedición. Así, ya en el continente, hallaron la gran ciudad de Tumbes y arribaron al imperio de los incas, volviendo con muchas muestras de las riquezas que en él había.
Pizarro pasó a España, acordó con la corona las condiciones para emprender la conquista del Perú y retornó en compañía de sus hermanos Hernando, Gonzalo y Juan. A fines de 1530, los buques zarparon con rumbo al sur.
Luego de luchar muchas veces con los indios, Pizarro y su gente llegaron a Tumbes, siguiendo hasta Cajamarca, la ciudad donde se hallaba el Inca Atahualpa.
Atahualpa era en realidad un usurpador que venía de Quito y que había arrebatado el trono a Huáscar, el legítimo Inca. Aquél había instalado su campamento cerca de la ciudad, resultando impresionantes el tamaño y lujo del mismo. Hacia allí partió una embajada, enviada por Pizarro.
Después de hacerse esperar, el Inca apareció vestido espléndidamente y tratando de hacer sentir a los españoles el peso de su poderío. Le transmitieron los enviados una invitación de Pizarro para que lo visitara en Cajamarca, que Atahualpa recibió con altivez.
Al frente de la embajada cabalgaban Hernando Pizarro y Hernando de Soto. Parecían alejarse cuando Soto hizo girar su montado, lanzándolo a toda carrera sobre el Inca. Y ya estaba encima de él al detenerlo bruscamente su jinete, con un demorado tirón de riendas. Aunque Atahualpa nunca había visto antes un caballo y las babas del animal le salpicaron el manto, no retrocedió un paso ni se le movió un músculo, permaneciendo impasible ante la embestida.
Al día siguiente, el Inca se dirigió a Cajamarca, acompañado por numerosos batallones formados por miles de indios. La suerte de Pizarro peligraba. Sin embargo, prevenido, había ocultado en varios edificios sus pocas tropas, incluso la caballería.
Llegado Atahualpa se adelantó un fraile, requiriéndole sumisión a Dios y al rey de España. El Inca se puso furioso y, de pie sobre su riquísima litera, miraba en todas direcciones para descubrir dónde se encontraban Pizarro y sus fuerzas. De pronto resonó una salva de arcabuces, los infantes españoles atacaron y los jinetes se arrojaron sobre el séquito del emperador, aprisionando a quienes lo formaban, mientras el ejército indígena se desbandaba.
Enormes cantidades de oro y plata obtuvieron los expedicionarios en el campamento del Inca. Hernando Pizarro ocupó el santuario de Pachamac y una patrulla de tres hombres reconoció el Cuzco.
Atahualpa negoció su rescate y, como pago, entregó oro suficiente para llenar una habitación grande.
Pero, mientras tanto, mandó asesinar a Huáscar, a fin de prevenir una posible sublevación de sus partidarios. Estos, no obstante, acosaron al ejército de Atahualpa, cuyos soldados resolvieron por fin regresar a Quito, su tierra.
La retirada de esas tropas fue mal interpretada por los españoles, quienes creyeron que se movilizaban contra ellos, responsabilizando al Inca por el ataque que esperaban. Atahualpa fue juzgado y ejecutado el 26 de julio de 1533.
Almagro marchó para conquistar Chile y, a su vuelta, comenzaron las luchas entre “almagristas” y “pizarristas”. No quiso intervenir Francisco en la guerra desatada, que concluyó con la batalla de Las Salinas, triunfando allí su hermano Hernando, el cual dio muerte a Almagro. Desde entonces, Pizarro se mostró huraño y taciturno, recluyéndose en el palacio que se hiciera construir en la Ciudad de los Reyes, actualmente Lima.
El 26 de junio de 1541, una docena de “almagristas” penetró en aquel palacio con intención de vengar la muerte de su caudillo, echándose sobre el ilustre dueño de casa. El viejo soldado peleó como un tigre. Herido varias veces, dibujó finalmente en el suelo una cruz con su propia sangre y, cuando se inclinaba para besarla, fue ultimado por los incursores.
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