el real de Mendoza
Corre la primavera de 1534. Estamos en el Alcázar de Toledo, palacio del emperador Carlos V que, muchĂsimos años despuĂ©s, serĂa defendido heroicamente por el coronel MoscardĂł, durante la Guerra Civil librada en España entre 1936 y 1939. Aquel lejano dĂa del siglo XVI –un 21 de mayo, para ser preciso– el emperador firma un contrato (“capitulaciĂłn”) con don Pedro de Mendoza, un noble andaluz, muy rico, que se ha distinguido al servicio de Su Majestad en el asalto a la ciudad de Roma y en cuyo escudo luce un lema piadoso: “Ave Maria, Gratia Plena”. Mediante esa capitulaciĂłn, se otorga a Mendoza el tĂtulo de “Adelantado” del RĂo de la Plata y se convienen las condiciones de la empresa que acometerá en Indias. En virtud de lo acordado, algo más de un año despuĂ©s –el 24 de agosto de 1535– zarpa de SanlĂşcar de Barrameda una flota, imponente para la Ă©poca. La componen 11 navĂos, que llevan a bordo unos 1.200 tripulantes. La nave capitana se llama “Magdalena” y desplaza 200 toneladas. En ella viaja el Adelantado, enfermo y tendido en cama. Pues, en efecto, se supone que el principal motivo que impulsĂł a Mendoza hacia estas tierras fue la bĂşsqueda del “árbol de la Salud”, al que se atribuĂan cualidades capaces de curar sus males, contraĂdos en conquistas de otra naturaleza. Lo acompañan un hermano suyo, Diego, y tres sobrinos, Gonzalo de Mendoza, Pedro y Luis BenavĂdez; su mĂ©dico Hernando de Zamora; Rodrigo de Cepeda, que es hermano de Santa Teresa de JesĂşs, y varios frailes mercedarios. Llevan con ellos caballos y yeguas. La mala fortuna acompañó el emprendimiento de don Pedro. Mala fortuna que se considerĂł el castigo de una injusticia, cometida por el Adelantado cuando ordenĂł apuñalar al Maestre de Campo Juan de Osorio, acusado de intentar amotinar a los soldados, sin que ese cargo fuera jamás probado. Luego de recalar en RĂo de Janeiro, los buques alcanzan el Plata a principios de 1536. Y, hacia comienzos de febrero, entran al Riachuelo de los NavĂos, un curso de agua –limpia por entonces– que desemboca en aquĂ©l entre pajonales, ceibos, coronillos y montes de talas. La intenciĂłn es reparar los barcos, afectados sus cascos por la carcoma, y construir algĂşn bergantĂn para remontar el rĂo. Mendoza dispone erigir allĂ un “real” –o sea apenas algo más que un campamento–, ignorándose el dĂa preciso en que el mismo empezĂł a alzarse, si bien cabe establecerlo entre el 2 y el 5 de febrero de 1536. Tampoco se sabe el sitio preciso de su emplazamiento, suponiĂ©ndose que estaba en lo alto de la barranca del actual Parque Lezama. De modo que, aunque don Pedro de Mendoza no se hubiera propuesto fundar realmente una ciudad, en ese “real” precario, levantado cerca del Riachuelo, tuvo su origen Buenos Aires. El caserĂo fue llamado Santa MarĂa del Buen Ayre, en homenaje a una advocaciĂłn de MarĂa SantĂsima –la “Madonna di Bonaria”– cuya imagen era venerada en Cerdeña, hallándose su devociĂłn extendida entre los marineros del Mediterráneo, que acostumbraban pedirle vientos favorables para sus navegaciones. Formaba el asentamiento un conjunto de ranchos, con techos de totora y paredes de barro, defendido por una empalizada en la cual se emplazaron varios cañoncitos. Dentro del perĂmetro habĂa una plaza de armas, depĂłsitos, talleres y alguna casa donde se erigiera un altar, oficiando asĂ de iglesia. La planta del poblado medĂa una cuadra por lado. Ulrico Schmidel era un soldado alemán, que formó parte de la expedición comandada por don Pedro de Mendoza, participando en varias andanzas conquistadoras. Vuelto a Europa, escribió una crónica de sus veinte años de correrías, publicada con el título de Viaje al Río de El otro historiador de aquellas épocas heroicas en nuestra tierra fue Ruy Díaz de Guzmán, nieto de Irala y nacido en Asunción. A él se debe el primer libro dedicado específicamente a En |
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