desde 1492 hasta 1800
el río de Solís
 
 

Desde que Balboa descubriera el “Mar del Sur”, se planteó la conveniencia de hallar una vía que comunicara los océanos Atlántico y Pacífico.

De modo que el rey Fernando acordó con Juan Díaz de Solís –Piloto Mayor del Reino– que éste realizara una expedición con tal fin.

El 8 de octubre de 1515, zarpó Solís del puerto de Lepe, al mando de tres carabelas.

Y fue el primer día de 1516 cuando entró en una bahía de extraordinaria belleza, descubierta en 1502 por el navegante portugués Goçalvez Coelho quien, habiendo llegado a ella también durante el mes de enero y, creyendo se trataba de la desembocadura de un río, la bautizó Río de Enero (Janeiro).

Renovada la provisión de agua, cargadas las naves con frutas deliciosas, Solís continuó su viaje.

Veinte días después, advirtió un cabo pronunciado y que las olas iban cambiando de color, pasando del azul verdoso al tono sepia, arcilloso, “color de león” –según luego diría el poeta– o entre zaino y alazán, como lo definiría un conocedor de pelajes.

Viró Solís con sus barcos hacia la derecha, corriente arriba. Y, pronto, comprobó que el agua, además de alazana, era dulce. Supo así que aquello era un río pero, como sólo podía observar una orilla del mismo, situada a estribor, llegó a la conclusión de que ese río era grande como un mar. Y lo llamó “Mar Dulce”.

Desembarcó, tomando posesión del lugar en nombre del rey de España. Y siguió adelante, siempre a contracorriente, próximo a la costa que hoy denominaríamos uruguaya.

Llegó entonces a las proximidades de otra isla, donde desembarcaron para dar sepultura a un cocinero de a bordo que había fallecido. Martín García se llamaba el difunto y así se llamó esa isla. Luego, atraídos por las señas amistosas que les hacían los indios desde unos toldos que se veían en la otra ribera, cruzaron el canal, pusieron pie en la playa y, desprevenidos, se internaron entre el monte natural, cuya sombra resultaría apetecible en aquel día de febrero, seguramente caluroso.

De pronto los indios, que se habían retirado a la espesura, atacaron por sorpresa a Solís y su gente, atravesándolos a flechazos. Hay quien dice que los atacantes se comieron a sus víctimas, lo cual llama la atención, pues los charrúas –que charrúas serían esos indios– nunca fueron caníbales.

Ante tal desgracia, algunos de los expedicionarios se volvieron a España. Otros quedaron en Santa Catalina, donde formaron una pequeña colonia. Entre ellos Alejo García, que realizaría una notable incursión en 1521, llegando hasta el pie de los Andes; regresaba de allí cargado de riquezas cuando también fue muerto por la indiada, en el Chaco.

La lamentable empresa de Solís dejó no obstante frutos positivos. Pues, con motivo de ella, había quedado descubierto el “Mar Dulce” o “Río de Solís”. Que, más tarde, conoceríamos como Río de la Plata, ya que se supuso que sus fuentes estaban en ciertas montañas, ricas en ese metal precioso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

              Juan Díaz de Solís

 

 

 

       firma de Juan Díaz de Solís