expulsión de los jesuitas
En 1766 reinaba Carlos III, cuarto rey borbón, afrancesado e imbuido de las ideas “iluministas”, que estaban de moda por entonces. Ideas éstas que exaltaban las excelencias de la razón humana por encima de todo dogma, veían en la ciencia un camino infalible para lograr el “progreso indefinido” y, siguiendo el pensamiento de Voltaire, abrigaban un fuerte encono contra la Iglesia Católica, a la que tildaban de “retrógrada y oscurantista”. Por otra parte, los borbones eran centralistas y procuraban colocar bajo su control la mayor cantidad posible de actividades políticas, sociales, culturales e, incluso, religiosas que se desarrollaban en sus dominios. Es natural, entonces, que recelaran de los jesuitas, ya que ellos, además de contar en sus filas con figuras de gran relieve intelectual –adversas al modo de pensar en boga–, poseían un apreciable poder temporal. El cual se manifestaba aquí de manera patente, en las numerosas y florecientes reducciones que regían, habiendo conseguido triunfar en la reciente Guerra Guaranítica, durante cuyo transcurso sus milicias se enfrentaron eficazmente a las tropas portuguesas y españolas, hasta hacer fracasar el Tratado de Permuta.
El 27 de febrero de 1767, Carlos III firma un decreto por el que despoja de sus bienes a la Compañía de Jesús. Gobernaba Buenos Aires Francisco de Paula Bucarelli, a quien se encomienda su cumplimiento, que importaba expulsar de estos territorios a los jesuitas. Bucarelli actúa rápidamente y, a lo largo del mes de julio, se apodera de los colegios pertenecientes a la orden, remitiendo a España los religiosos que enseñaban en esos establecimientos y que no se resistieron.
Para ocupar las reducciones, reunió en Buenos Aires a sus caciques y regidores, agasajándolos y procurando ganar su buena disposición. Tampoco resistieron en esta oportunidad los jesuitas y el cuidado de aquellas notables obras suyas fue confiado a otras órdenes religiosas, que fracasaron en la empresa. Al poco tiempo, las un día prósperas reducciones estaban sumidas en la anarquía y fueron cayendo en el mayor de los abandonos. Hoy nos admiramos ante sus ruinas, rescatadas de la selva que terminó por invadirlas, voraz.
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