desde 1900 hasta 1992
presidencia de Sáenz Peña
 
 

El nuevo presidente lo formó así: Indalecio Gómez (Interior), Ernesto Bosch (Relaciones Exteriores), José María Rosa (Hacienda), Juan M. Garro (Justicia e Instrucción Pública), Ezequiel Ramos Mejía (Obras Públicas), Eleodoro Lobos (Agricultura), general Gregorio Vélez (Guerra) y vicealmirante Juan Pablo Sáenz Valiente (Marina).


Rápidamente, impulsada con vigor la decisión por el ministro Indalecio Gómez, se prepararon y enviaron al Congreso las leyes en que habría de apoyarse la reforma electoral, destinada a arrancar al radicalismo de su abstención. La primera de ellas –sancionada en julio de 1911–, consistió en disponer el enrolamiento de los ciudadanos y la confección de un padrón, en base a los datos obtenidos. Por la segunda, propiamente electoral, se estableció el voto secreto y obligatorio para los argentinos varones mayores de 18 años, como así también la llamada “lista incompletaâ€, es decir una modalidad encaminada a permitirle participar a la primera minoría que, de ese modo, vendría a completar la provisión de los cargos en disputa. Aprobada la reforma por la Cámara de Diputados, en diciembre del 11, el Senado la transforma en ley Nº 8871, durante el mes de febrero del 12.


La primera elección realizada conforme a la Ley Sáenz Peña tuvo lugar en Santa Fe, con alcances provinciales, el 31 de marzo de 1912, imponiéndose en ella el radicalismo que, poco antes, había abandonado la “abstención revolucionariaâ€. Vuelve a triunfar en la elección de diputados y senador, que se lleva a cabo al mes siguiente en la Capital Federal. No sucede lo mismo a fines de año, ya que los conservadores se imponen en Salta, Córdoba y Tucumán, aparentemente con fraude en las dos primeras.


Hay comicios complementarios en la ciudad de Buenos Aires, cuando corre marzo de 1913. Están en juego una banca de senador y dos de diputado. Ante el asombro de todos y el sobresalto de muchos, ganan los candidatos socialistas. Enrique del Valle Iberlucea es senador; Nicolás Repetto y Mario Bravo, diputados. La protesta social toma estado parlamentario.


Con motivo de un cambio de gabinete, Sáenz Peña confía la cartera de Justicia e Instrucción Pública al doctor Carlos Ibarguren, que ya ha sido subsecretario de Hacienda y después de Agricultura, durante las presidencias de Roca y de Quintana.


Pero Sáenz Peña está enfermo, como sabemos. Se le conceden dos licencias por razones de salud, a partir del mes de octubre de 1913. En febrero del 14, la prórroga se le otorga sin término. El 9 de agosto, fallece.


Pocos días antes de morir Sáenz Peña –exactamente el 1º de agosto de 1914–, comenzó la Primera Guerra Mundial. Se trató de una tragedia sin precedentes que desgarró Europa, involucró a Rusia y Japón, alcanzando a los Estados Unidos y difundiéndose sus efectos por todo el planeta. Tuvo por causa inmediata el asesinato del archiduque Francisco Fernando –heredero del emperador austrohúngaro Francisco José– y de su mujer, a manos de un agente serbio, en la localidad de Sarajevo que, así, ingresó dramáticamente en los anales de la Historia.


El crimen, no obstante, fue sólo la chispa que encendió un polvorín, cuya explosión cabía anticipar desde tiempo antes. Las grandes naciones europeas abrigaban ambiciones, alentaban recelos y clamaban por revanchas que conspiraban cada vez en mayor medida contra su convivencia armónica. Alemania, orgullosa del estupendo aparato militar con que contaba, buscó cauce para su expansión económica creciente, entrando por ello en colisión inevitable con el imperio británico, al cual disputaba el predominio colonial. Tambien Italia pugnaba por desbordar sus fronteras, incapaces ya de dar cabida a una población numerosa, que emigraba en procura de posibilidades que su tierra no parecía en condiciones de brindarle.


Francia se desvelaba por vengar la derrota de 1870 y recobrar los territorios de Alsacia y Lorena, perdidos entonces a manos teutonas. La Rusia zarista avanzaba sobre los Balcanes, proponiéndose alcanzar Constantinopla. Como agravante, debajo de aquella compleja trama hervía el descontento social, canalizado por diversas expresiones de la izquierda, que abarcaban desde las líricas declamaciones del socialismo utópico hasta las bombas confeccionadas en los sótanos anarquistas, pasando por un comunismo que aun desconocía a Lenín. Y sería este sustrato amenazador el que alcanzaría la superficie, al concluir las terribles matanzas de la Gran Guerra, haciendo saltar en pedazos un orden de cosas que estaba a punto de desaparecer, sin que sus protagonistas tuvieran conciencia de ello. En cuanto a los Estados Unidos, fueron arrastrados por el desarrollo de los sucesos, viniendo a topar, casi a pesar suyo, con un papel protagónico en la conducción del mundo, al que eran impulsados por su poderío cada vez mayor. Tal era el marco internacional que rodeó la asunción formal de Victorino de la Plaza como presidente de la República Argentina, cargo que ya venía ejerciendo interinamente desde que se otorgara licencia a Sáenz Peña.







Roque Sáenz Peña era un cumplido caballero, que demostró su coraje personal combatiendo en la Guerra del Pacífico y su valor civil implantando la reforma electoral, mediante la cual él, un aristócrata, franqueó las puertas del poder político a las masas populares, incrementadas ya por los hijos de inmigrantes.


Al promulgar la ley respectiva –en cuya preparación y gestión tuvo papel decisivo Indalecio Gómez, su ministro del Interior–, Sáenz Peña difundió un mensaje que terminaba diciendo: “Quiera mi país escuchar la palabra y el consejo de su presidente. Quiera votar”.