el pronunciamiento de 1943
La revolución del 4 de junio y el consecuente encumbramiento del general Rawson, como presidente de Durante la noche del 3 de junio tuvo lugar una reunión decisiva en Campo de Mayo, concurriendo a ella los jefes de ese acantonamiento –4 pertenecientes al GOU– y el general Rawson. éste daba por descontado su carácter de organizador del pronunciamiento y que la jefatura del mismo le correspondía por consiguiente. La gente del GOU prefirió no formular aclaraciones, pues entre ella escaseaban los generales (el único con que contaba por entonces era Edelmiro J. Farrell). Tercer equívoco. Ramírez llegó a la reunión que se desarrollaba en Campo de Mayo comisionado por Castillo, para ver qué pasaba allí. Con lo cual quedó en claro que no había sido desplazado del ministerio, de modo que tampoco podía encabezar una revolución dirigida contra su comitente. La situación había llegado muy lejos, sin embargo, superando el “punto de no retorno”. Con la aprobación dubitativa de Ramírez, las columnas salieron a las 6 de la mañana, encabezadas por Rawson. Otras se pusieron en marcha desde los cuarteles de Liniers y Ciudadela. El Colegio Militar y la aviación no las detendrán, en cumplimiento de un compromiso previo. La marina acompaña el movimiento, pues se ha adherido al mismo el jefe de No obstante la adhesión naval, sobreviene un enfrentamiento al pasar las tropas revolucionarias ante Superado el grave incidente y luego de hacer alto las tropas a mediodía, Rawson llegó a El presidente Castillo, que en un principio había ordenado la resistencia, al advertir la magnitud del pronunciamiento dejó sin efecto la orden y, en horas de la mañana, se embarcó con su gabinete en el rastreador “Drummond”, que lo aguardaba en el puerto. Algunos ministros siguieron viaje al Uruguay. Castillo prefirió regresar, pues no era hombre de achicarse y, por otra parte, nada tenía que ocultar. Se presenta en el regimiento 7 de La existencia de aquellos equívocos sucesivos, que desencadenan los hechos del 4 de junio, no significa que éstos no hubieran ocurrido de todos modos, en una oportunidad posterior y con algunos protagonistas cumpliendo roles diferentes. Pues los militares veían peligrar la política de neutralidad con el advenimiento de Patrón Costas, que aparecía como inevitable y que Castillo propiciaba. Por otra parte, el mismo significaba la prolongación del “Régimen” –cosa que también les disgustaba– posibilitado por la comisión del fraude que se preparaba, sobre todo en las provincias de Buenos Aires y Córdoba, donde alcanzar el triunfo electoral era inexcusable y que, mediando comicios limpios, hubieran consagrado fórmulas radicales “intransigentes”. Ello determinó que el radicalismo mirara con simpatía la revolución del general Rawson. Y, finalmente, estaba el GOU. Que había montado un mecanismo eficaz, para asegurar su predominio en el Ejército. Tan eficaz, que resultaba harto improbable que se circunscribiera a ese ámbito, sin desbordarlo. Menos de 3 días habría de durar la gestión de Rawson. Por razones distintas y hasta opuestas (continúan los equívocos), no fueron bien recibidos los nombres de algunas personas que llevaría como ministros. Para peor, el presidente anunció que el 8 de junio rompería relaciones con el Eje. En las primeras horas del 7 fue relevado, antes de haber prestado juramento. Y asumió su cargo el general Pedro Pablo Ramírez, sostenido por el GOU. El 4 de junio de 1943, pasado ya el mediodía, la columna revolucionaria estaba estacionada cerca del Correo Central, próxima a Luego de instalarse en el despacho presidencial, Rawson se marcha con intención de organizar su gabinete. Ramírez permanece en Al amanecer del 5, alguien lo despierta tocándole un hombro. Lo primero que advierte Villegas ante sí es un par de botas impecables (“eran unas botas de anca de potro, de ésas que un teniente pobre le envidia al coronel que las calza”). Y el coronel que las calza es Perón. Que, elegante, bien afeitado, peinado a la gomina, requiere ser conducido hasta donde se halla Ramírez. Allí, los presentes lo reciben mal pues, pese a figurar como jefe de operaciones revolucionario, no apareció por Campo de Mayo al iniciarse las acciones, ni tampoco después. Pero Perón, audaz y desenvuelto, hace derroche de simpatía, aduce haber estado enfermo, sonríe, distribuye palmadas cordiales y, aplacados los ánimos, invita a sus camaradas que han soportado el peso de aquellas jornadas para que se retiren a descansar y se den un baño. “Vayan, vayan, yo me hago cargo”, insiste, servicial. Quedó a cargo, en efecto. “Y ya no se fue más”, comentaría el luego general de división Villegas, testigo calificado de los sucesos. |
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