Quizá Raúl AlfonsÃn haya sido el primer sorprendido, al verse presidente de la República. Pocos fueron, en efecto, los sondeos de opinión previos al comicio que lo daban como vencedor. Desciende de gallegos y ha nacido en Chascomús. Fue cadete del Liceo Militar, donde tuvo por condiscÃpulos a Galtieri y Anaya, que recuerdan su habilidad para rendir sin embarazo lecciones poco o nada estudiadas. Recibido de abogado, no ejerció su profesión, salvo para iniciar la sucesión de su padre y para firmar, con otros letrados, la defensa de algún guerrillero detenido. Participó activamente en las pujas del comité radical y en partidas pueblerinas de naipes, que se prolongaban hasta la madrugada. Con militancia estudiantil reformista, ocupó una banca de diputado nacional y dice adherir al “kraussismoâ€, aquella extraña filosofÃa donde abrevara Hipólito Yrigoyen, si bien sus posturas se aproximaron cada vez más a las de la social-democracia europea.
Dado que tal aproximación se acentuarÃa a lo largo de su gobierno, inspirando muchas de las medidas que entonces se dictaron y reportándole un considerable apoyo externo, conviene dedicar algunos párrafos a la mencionada doctrina polÃtica. Consistente en una amalgama de socialismo polÃtico y liberalismo económico que, en la Alemania de posguerra, alcanzara el poder con Willy Brandt, instalándose también en otros paÃses de Europa. Sus ingredientes socialistas inciden en todo lo que se refiere a la cultura y la educación, a las relaciones de la Iglesia y el Estado, a la posición asumida frente a la institución familiar y a las Fuerzas Armadas, resultando coincidentes con las propuestas articuladas en 1889 por la Segunda Internacional, convenientemente actualizadas. Procura erradicar la autoridad del seno de la familia y de la enseñanza, se expide contra el empleo de la violencia –aunque en su Congreso de Lisboa (1978) expresara solidaridad con la guerrilla que operaba en América y áfrica–, anhelando el advenimiento de un mundo donde se hayan abolido las fronteras nacionales y viendo en la democracia una panacea, apta para establecer el criterio de verdad incluso en cuestiones de orden filosófico, pues rechaza todo dogma y niega la existencia de un Orden Natural. Sus componentes liberales se traducen en aceptar el capitalismo e impulsar el libre juego de la oferta y la demanda, como receta económica idónea para alcanzar la prosperidad de los pueblos. El pensamiento del italiano Antonio Gramsci, incorporado al llamado “eurocomunismoâ€, también se hace presente en las formulaciones socialdemócratas, que se superponen y confunden con las de aquél.