desde 1900 hasta 1992
Yrigoyen presidente otra vez
 
 

Yrigoyen llegaba por segunda vez a la presidencia de la República, con 76 años a cuestas. Y 76 años eran en 1928 muchos más que en 1994. Por otra parte, don Hipólito no fue nunca un buen administrador. De modo que la gestión que inició vino a resultar desastrosa, abriendo camino con sus desaciertos a la revolución militar que le pondría fin.


Formó el siguiente ministerio: Elpidio González (Interior), Horacio Oyhanarte (Relaciones Exteriores), Enrique Pérez Colman (Justicia e Instrucción Pública), Juan B. Fleitas (Agricultura), José Benjamín ábalos (Obras Públicas), general Luis Dellepiane (Guerra) y vicealmirante Tomás Zulueta (Marina).


El personalismo del presidente lo llevó a intervenir hasta en trámites sin importancia alguna. Pero carecía de fuerzas, se fatigaba y el despacho se atrasaba. Con lo cual la administración fue quedando paulatinamente paralizada. Otro tanto sucedía con la labor legislativa, ya que componían la mayoría yrigoyenista en el Congreso hombres de escaso relieve, cohibidos ante los representantes de la oposición, mejor dotados que ellos. Situación ésta que los llevaba a rehuir los debates, acumulándose en las Cámaras proyectos que no recibían sanción. La Ley de Presupuesto, correspondiente a 1930, se aprueba “a libro cerradoâ€, es decir sin discusión en el recinto, pues los parlamentarios oficialistas temen la controversia e invocan una “orden del presidente†para votar por la afirmativa. A raíz de ello, el diputado De Tomaso –socialista independiente– los califica de “genuflexosâ€. La imputación hace camino y así se les seguirá llamando.


Se extiende la oposición y coinciden en la misma sectores diversos y hasta antagónicos. Entre los que cabe incluir a las primeras agrupaciones nacionalistas, que reaccionaban ante la ineptitud oficial, comenzando a buscar sistemas sustitutivos de la democracia, ya que veían en las prácticas comiteriles uno de los motivos del estado de cosas imperante. Tal inquietud, por otra parte, también se registraba en Europa, que vivía una penosa posguerra, en cuyo seno maduraban nuevas ideas. Pocos años antes, en el curso de una conferencia, el gran poeta Leopoldo Lugones había acuñado una frase, que sería repetida con frecuencia: “ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espadaâ€. Los jóvenes nacionalistas acogen esa frase. Y escriben en una revista que han titulado La Nueva República. Pronto, uno de ellos, Roberto de Laferrére, crearía la “Liga Republicanaâ€, que sería su expresión política. Pero las plumas nacionalistas también tendrían cabida en La Fronda, diario que dirige Francisco Uriburu, un conservador que mira con simpatía a quienes se valen de ellas y que ataca al gobierno de Yrigoyen con ironía implacable.


El 31 de agosto de 1930 se inaugura la Exposición Rural en Palermo. Yrigoyen excusa su asistencia por razones de salud y envía para representarlo al ministro de Agricultura, Fleitas. Se lo recibe con una rechifla feroz, preparada de antemano mediante cierta subrepticia distribución de silbatos. Alguien se referirá a ella en un artículo, ingeniosamente titulado: “Entre pitos y Fleitasâ€.


En la tarde del 4 de septiembre, una manifestación de estudiantes llega ante la Casa Rosada, vociferando contra el gobierno. La guardia de seguridad hace fuego y cae muerto el empleado bancario Juvencio Aguilar.


El ambiente se torna denso. Columnas enardecidas reclaman la renuncia de Yrigoyen, que está enfermo. A raíz de ello, delega el mando en su vicepresidente, Martínez, el día 5. Establece éste el estado de sitio en Buenos Aires por 30 días. La policía disuelve las manifestaciones a balazos. Los diarios de la tarde aparecen censurados. Durante la madrugada del 6, una revolución se pone en marcha. Está a su frente el teniente general José Félix Uriburu.







Hipólito Yrigoyen era conocido como “El Peludo” y como “peludistas” sus partidarios. Tal mote le fue adjudicado por la prensa opositora, en virtud de la tendencia del caudillo radical a no mostrarse en público, viviendo recluido en su casa de la calle Brasil como el peludo en su cueva.