desde 1900 hasta 1992
ruptura con el Eje
 
 

En diciembre de 1943 sobreviene una revolución militar en Bolivia, cuya plataforma nacionalista hará sospechar que ha sido alentada desde Buenos Aires. Lo cual seguramente fue así.


En la noche del 25 de enero de 1944, se reúnen los miembros más calificados del GOU, citados por Perón en su despacho de la Secretaría de Trabajo y Previsión.


Por esas fechas, la derrota del Eje aparecía ya como indefectible. Los Estados Unidos intensifican su presión, en pos de la ruptura con aquél. A tal efecto, se valen de 3 nuevos elementos: la difusión de pruebas sobre la participación del gobierno en la revolución boliviana, que dicen poseer; la detención en Puerto España (Trinidad) de un agente alemán, que viaja con credenciales de nuestra cancillería para comprar armas en Europa; y la rotunda presencia de un acorazado norteamericano en la rada de Montevideo. Perón apoya la decisión de ceder y romper relaciones con Alemania, Italia y Japón, argumentando que “hay que avanzar con la marea para no quedar en secoâ€. Los ánimos se caldean. Pero Gilbert y González informan –con la aprobación de Farrell– que se trata de una decisión tomada y que en cualquier caso se dictaría el correspondiente decreto, cuya firma ya ha sido anunciada a los embajadores Armour y Kelly, de la Unión e Inglaterra respectivamente. Cuatro oficiales nacionalistas se retiran, indignados: el coronel Urbano de la Vega, los tenientes coroneles Julio Lagos y Alfredo Baisi, el mayor León Justo Bengoa. A los cuales se sumaría el también mayor Miguel ángel Iñíguez. Pronto todos ellos, decepcionados por Perón, se agruparían tras el coronel Luis César Perlinger, nacionalista neto.


El GOU estaba herido de muerte. Poco después –25 de febrero de 1944–, sería formalmente disuelto.


El decreto de ruptura menciona como causa de ésta el descubrimiento de una vasta red de espionaje alemán, cuyas ramificaciones le habrían permitido incluso colocar uno de sus hombres en nuestro servicio exterior, “blanqueándose†así el caso del agente detenido en Trinidad, que se llamaba Omar Alberto Helmuth. Nadie, sin embargo, toma demasiado en serio el pretexto utilizado, ya que espías de ambos bandos operan en el país sin mayores sobresaltos y sin mucho que informar. Prima en cambio la impresión de que se ha cedido a una imposición y eso ni siquiera satisface mayormente a los aliadófilos que, con razón, ven en la medida una actitud dúplice, fundada en la mera conveniencia.


Un diario nacionalista que ha alcanzado gran circulación, El Pampero, protesta contra la ruptura y es clausurado por las autoridades.


Alberto Baldrich era interventor federal en Tucumán y había llevado consigo un equipo formado mayoritariamente por jóvenes nacionalistas, que reaccionan estentóreamente. Federico Ibarguren, intendente de la capital provinciana, pone en el edificio municipal la bandera a media asta, adornada con crespones negros; Santiago de Estrada, rector de la Universidad local, cierra ésta “por dueloâ€. A ambos los meten presos y permanecerán 3 meses en la cárcel de Villa Devoto.


La “Alianza Libertadora Nacionalista†gana la calle y organiza actos relámpago, para expresar su disconformidad.


Pero los Estados Unidos no se contentan con la ruptura de relaciones, sino que exigen se declare la guerra al Eje. Ello puede sorprender, ya que nada aportaría la Argentina al esfuerzo bélico aliado y el desenlace del conflicto está próximo. Washington, no obstante, ambicionaba tener al continente encolumnado detrás suyo y asegurar el temple de esa asociación mediante la camaradería forjada en el campo de batalla, aunque tan solo fuera en forma simbólica.


El malestar causado por la ruptura se extiende en el Ejército. Para peor, corren rumores respecto a que Ramírez irá más allá y declarará la guerra. Perón actúa con audacia y realiza un gambito sorprendente. Pese a estar ampliamente involucrado en la decisión de romper relaciones con el Eje, exige la renuncia de quienes han sido sus promotores materiales, González y Gilbert. El planteo lo formula acompañado por el coronel ávalos. González y Gilbert renuncian, el 15 de febrero de l944. Pero su alejamiento no es suficiente para encalmar las aguas y la ebullición militar prosigue. A las 9 de la noche del 24 de febrero, los jefes de las guarniciones próximas a Buenos Aires exigen a Ramírez que abandone el cargo. éste lo hace, mediante un pedido de licencia para descansar. Asume provisionalmente el vicepresidente Farrell. Detrás de él crece el poder de Perón, que no solo ha neutralizado la oposición que suscitara en su contra cuando la ruptura, sino que ahora es ministro de Guerra, ocupando la plaza dejada por Farrell. La licencia de Ramírez se transforma en renuncia, el 9 de marzo.


Farrell ubica al coronel Tauber en la Secretaría de la presidencia, mantiene al coronel Velazco como Jefe de Policía y –por sugerencia naval– designa en Marina al almirante Alberto Teisaire. Perlinger ocupa la cartera de Interior, Baldrich la de Justicia e Instrucción Pública y el general Orlando Peluffo será canciller. Perón, por su parte, nombra al coronel Franklin Lucero como su segundo.


Pronto sobreviene una puja entre Perón y Perlinger. En julio del 44, ambos son los candidatos para ocupar la vicepresidencia de la Nación, vacante por el ascenso de Farrell. Durante una reunión multitudinaria de oficiales, realizada en el ministerio de Guerra, Perón se impone a Perlinger por 6 votos y pasa a ser vicepresidente, el 5 de ese mes, conservando su cartera ministerial.