17 de octubre
Al difundirse el rumor de que Perón está detenido, extraños estremecimientos comienzan a agitar la periferia de Buenos Aires, extendiéndose a los suburbios de otras grandes ciudades. En la tarde del 16, el diario La época aparece con un titular enorme, donde se expresa que la libertad del coronel es exigida de un extremo a otro del paÃs. Ello confirma la noticia de su detención y transforma aquellos estremecimientos en una consigna tácita: hay que dirigirse a Los primeros grupos comienzan a moverse en la noche del 16 al 17 de octubre. Se han formado espontáneamente y engrosan mientras avanzan por calles de tierra en Berisso, Ensenada, Boulogne, Avellaneda, Lanús o San MartÃn. Algunos confluyen en las avenidas importantes y llevan a su frente banderas argentinas. Los que llegan desde el sur, encuentran levantados los puentes que permiten cruzar el Riachuelo. Ocurrió, en efecto, que el nuevo jefe de policÃa –Emilio RamÃrez–, al conocer la aproximación imprevista de aquellos contingentes, dispuso la medida para impedirles entrar a la ciudad. De poco sirve el recurso, pues la gente pasa como sea, valiéndose de botes y lanchones. Pronto, manos anónimas se encargan de bajar nuevamente los puentes, mientras algunos vigilantes miran para otro lado, permitiendo que prosiga su curso la discontinua marea humana. No todo habrÃa sido espontaneidad, sin embargo, ya que, según afirman algunos, Velazco, Mercante y el dirigente gremial Cipriano Reyes procuraron despejar el cauce para facilitar la convergencia y aumentar el caudal de esa marea. Sin embargo, como quiera que hayan sucedido las cosas, Mercante queda rápidamente fuera de acción porque lo arrestan. Hacia el mediodÃa, las columnas van alcanzando Plaza de Mayo por distintas arterias. La ciudad observa con asombro a sus inesperados visitantes, que vivan a Perón, entonan estribillos propios de las tribunas domingueras, adaptados al caso, agitan banderas celestes y blancas, saltan y bailan con ritmo de murga carnavalesca. No se registran desmanes mayores, son más los ¡viva! que los ¡muera! y el ánimo de los manifestantes es festivo. Cansados, muchos de ellos sumergen sus pies descalzos en las fuentes de la plaza y algún fotógrafo registra el espectáculo. La memoria colectiva ha de haber recordado, acaso, aquella vez en que los hirsutos jinetes federales ataran sus montados a la cercana pirámide. Las actividades del paÃs se han paralizado. Los trenes no corren, los colectivos tampoco, las industrias y los negocios cierran sus puertas. Al atardecer, Perón, que ha aducido hallarse enfermo, es trasladado de MartÃn GarcÃa al Hospital Militar. El gobierno está perplejo. ávalos, su “hombre fuerteâ€, no sabe qué hacer. Farrell, que simpatiza con Perón, mira de tanto en tanto por las ventanas de ávalos, acompañado por Mercante, se dirige al Hospital Militar entrevistándose con Perón. Después avisa a Campo de Mayo que éste hablará al pueblo desde Pasadas las 10, Farrell y Perón –que ya han conversado en la residencia presidencial– entran por una puerta trasera de |
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