desde 1900 hasta 1992
un final agitado
 
 

No obstante todos estos aspectos positivos, problemas de magnitud diversa se presentan o maduran durante esos años. La CGT se ha dividido y, mientras una fracción tironea con las autoridades, dentro de una tónica negociadora, obteniendo el dictado de la Ley de Obras Sociales –que otorgó cobertura médica a gran parte de la población–, otra se desliza hacia enfrentamientos que impulsa la izquierda: se trata ésta de la que encabeza Raimundo Ongaro.


Por su parte, Augusto Vandor ha establecido discretos contactos con el gobierno, tendientes a sellar un acuerdo que puede llegar a ser histórico. Pero, para evitarlo, un comando formado por 5 hombres, que evidencia en el hecho un profesionalismo implacable, asesina a Vandor el 30 de junio de 1969.


En el Uruguay están activos los “Tupamaros”, perpetrando asaltos, atentados con explosivos y secuestros a mano armada. Aquí comienzan a actuar las FAP (“Fuerzas Armadas Peronistas”), que encubren bajo ese nombre su real filiación marxista, financiadas desde la Unión Soviética y entrenados sus integrantes en la isla cubana de Pinos. El propósito que las guía consiste en arrastrar al peronismo a la lucha insurrecional, siguiendo los lineamientos trazados por la OLAS, en 1967. Pronto asesinarán vigilantes y coparán comisarías, robando armas y uniformes.


El 22 de mayo se lleva a cabo un gran ensayo subversivo en Rosario. Activistas y piquetes de huelga se despliegan, levantando barricadas y saqueando comercios con apoyo de francotiradores. El general Mario Fonseca pondrá fin a los disturbios, ocupando militarmente la ciudad.


Días después del “Rosariazo” (que así se lo llamó) sobrevendrá el “Cordobazo”, cuando hechos similares a los acaecidos en Rosario comiencen en Córdoba, el 29 de mayo. En previsión de ellos, el gobernador Carlos J. Caballero pidió el envío de fuerzas desde Buenos Aires, sin que se atendieran sus reclamos. Peor aún, una vez comenzados los desmanes, Lanusse, que es comandante en jefe del Ejército, demora en impartir la orden de reprimir al Tercer Cuerpo, de manera que la agitación superará la registrada en Rosario y se prolongará por más tiempo que allí, teniendo por epicentro el “barrio Clínicas”. Interviene finalmente el Ejército y restablece rápidamente el orden. Pero el país queda sorprendido por estas sucesivas irrupciones de la violencia organizada, el gobierno vacila y, por esa brecha abierta en el consenso que lo sustenta, ensanchada por el general Lanusse, éste se proyectará hacia la presidencia de la República.


Onganía reacciona equivocadamente. Por un lado, mantiene en el cargo a Lanusse, cuando las circunstancias imponían su relevo; por otro, pide la renuncia al gabinete, agregando un factor de alarma a una crisis que, en todo caso, ya estaba en vías de superarse.


No se habían aquietado definitivamente los remezones del “Cordobazo” cuando, el 29 de mayo, es secuestrado el general Pedro Eugenio Aramburu. Según quedará más tarde en claro, el gobierno resulta totalmente ajeno al suceso. Pero sus detractores intentan endosárselo por todos los medios. Se rumoreaba, en efecto, que Aramburu estaba conspirando y, desde una oposición que nuclea a viejos “gorilas”, “colorados” desplazados y “azules lanussistas”, amén de políticos llamados a forzado silencio, se insinúa que, en conocimiento de las actividades conspirativas a que estaría entregado Aramburu, algún sector vinculado al oficialismo lo habría sacado de circulación. Pasan los días y el general no aparece, de manera que la tensión aumenta.


Lanusse se reúne con jefes militares en Campo de Mayo, el 6 de junio. Queda entonces resuelta la suerte de Onganía, que será derrocado dos días después. En tal oportunidad, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Saturnino Llorente, puso a disposición del presidente un helicóptero para que se trasladase hasta el regimiento 7, con asiento en La Plata, e iniciara desde allí la resistencia. Resistencia que ofrecía posibilidades de éxito, ya que Lanusse parecía contar tan sólo con el apoyo de la cúpula del Ejército. Onganía declinó, no obstante, el ofrecimiento del gobernador, pues no quiso convertirse en causa de desunión para esa Fuerza, cuya disciplina había bregado por restablecer. Y una nueva posibilidad se frustra al concluir, de hecho, aquel intento promisorio que significó la “Revolución Argentina”.










En julio de 1969, un astronauta norteamericano, Neil Armstrong, pone pie en la luna. Y el generalísimo Franco designa como sucesor suyo al príncipe Juan Carlos de Borbón.



Onganía se conservó fiel a sí mismo hasta el último momento. Ya destituido, cortados aún los teléfonos de la Casa Rosada, algunos funcionarios se propusieron saludarlo, como despedida, la noche del 8 al 9 de junio. Un modesto asesor de gabinete, en el área de Bienestar Social, llegó hasta el antedespacho presidencial para expresarle su solidaridad. Pero no logró hacerlo. El general, que ya había dejado de ser presidente, mantuvo inalterable su adhesión al orden jerárquico. Y sólo recibió a quienes ocupaban cargos cuyo nivel alcanzara, por lo menos, al de Subsecretario de Estado.