desde 1900 hasta 1992
gestiones de paz
 
 

A la primera fracción de la flota británica, que zarpara de Gibraltar antes que las naves de guerra argentinas se hubieran aproximado al archipiélago, se habían sumado ya numerosas unidades, las cuales navegaban a toda máquina en procura de la Isla de Ascención, colonia inglesa cuya base, arrendada a los Estados Unidos, fuera puesta por éstos a disposición de la “Task Forceâ€, para restablecer el dominio colonial sobre las Malvinas.


La ayuda prestada por la Unión a Gran Bretaña no fue inicialmente explícita, permitiéndole a aquélla llevar a cabo una mediación entre las partes, que estuvo a cargo del general Alexander Haig, Secretario de Estado norteamericano. Voló éste dos veces a la Argentina e Inglaterra, en lo que se calificó como una “misión de lanzadera†entre Londres y Buenos Aires. Al llegar aquí, lo recibió una concentración gigantesca, reunida ante la Casa Rosada a fin de testimoniar la solidaridad del pueblo con la causa en que el país estaba empeñado.


No podía dejar de fracasar la gestión de Haig pues, por una parte, mientras la Argentina cedió en todo aquello que la dignidad nacional permitía ceder, el gobierno inglés –que presidía Margaret Thatcher– no modificó su posición en ningún momento. Por otra, las propuestas del enviado norteamericano contuvieron siempre una condición que, amén de resultar inaceptable, hubiera esterilizado todo principio de entendimiento. Consistía ésta en que cualquier acuerdo fuera sometido a la aprobación de los isleños, quienes, naturalmente, se sienten británicos y no están dispuestos a dejar de serlo bajo ningún concepto.


Sin embargo, los esfuerzos del Secretario de Estado Haig tuvieron un resultado concreto, acaso el único buscado: ganar tiempo para que la“Royal Navy†se situara en las inmediaciones de las islas y estableciera el bloqueo de éstas, con el objeto de mejorar la situación desde la cual negociaba Londres. Dicha flota llegó a contar con más de 100 unidades –incluidos dos portaviones– y fue la mayor reunida con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial.


Impulsada por Gran Bretaña y con el aval de los Estados Unidos, la UN dictó algunas resoluciones, tendientes a congelar el conflicto tal como se hallaba, que la Argentina no acató al no ser acatadas por Inglaterra.


El 26 de abril, a instancias de nuestro país, se reunió en Washington la OEA (Organización de Estados Americanos), para poner en marcha los mecanismos previstos por el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca). Dicho tratado se había firmado en los ya lejanos días en que los EE.UU. intentaban alinear tras de sí al continente, en una alianza contra el Eje. Estableciendo que las naciones americanas debían acudir en socorro de cualquiera de ellas que sufriera un ataque extracontinental. Cosa que ahora ocurría respecto a la Argentina, en vías de ser agredida por la Fuerza de Tareas enviada contra ella por el Reino Unido.


Habló Haig en el seno de la OEA y, al finalizar su discurso, un silencio ominoso se aposentó en el recinto. Habló Costa Méndez y fue aplaudido largo rato por los delegados, en pie. Una moción, favorable a la Argentina, se aprobó por 17 votos a favor y ninguno en contra, registrándose solamente cuatro abstenciones: las de Estados Unidos, Chile, Colombia y TrinidadTobago. Ese éxito diplomático no sirvió de mucho, ya que el respaldo obtenido no produjo hechos concretos. Salvo en el caso de Perú, Venezuela y Panamá que, por las suyas, hicieron cuanto estuvo a su alcance para ayudar a la Argentina. Referente al Perú, facilitó aviones que pronto combatirían con los emblemas argentinos pintados en sus alas.


A las 04.40 del 1º de mayo estalló la primera bomba en Puerto Argentino. Otras 15 la seguirían, en rápida sucesión. Un Vulcan B2 de la Real Fuerza Aérea (RAF) las arrojó sobre el aeropuerto, luego de cumplir la misión ofensiva más larga que hasta entonces registraba la guerra aérea y que se denominó “Operación Black Buck†(Chivo Negro). Tal esfuerzo dio escasos frutos, ya que sólo una de las bombas mordió la pista, que siguió siendo operable hasta el fin de la contienda.


Desde esa madrugada, a partir de la puesta del sol y hasta el amanecer, los buques ingleses someterían a un fuego naval ininterrumpido las posiciones argentinas, colocándose para ello fuera del alcance de nuestras piezas, mientras la oscuridad los protegía de eventuales ataques por aire.


Contemporáneamente, progresaba una gestión de paz que iniciara el presidente peruano Belaúnde Terry y que contaba con la aprobación de las autoridades argentinas, siendo seguida con interés por los Estados Unidos. No llegaría a buen fin, pues Margaret Thatcher estaba dispuesta a llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias.


Y, con ese propósito, ordenó al comandante del submarino nuclear “Conqueror†que hundiera al crucero “General Belgranoâ€, el cual se hallaba fuera de la zona de exclusión establecida por los británicos y era seguido por el sumergible, a distancia suficiente para no ser registrada su presencia por los instrumentos de detección con que contaba aquél.


Dos torpedos MK 8 hicieron blanco en el buque, que se fue a pique rápidamente. Pese a que las tareas de evacuación y salvamento resultaron impecables, murieron ese día 368 marinos argentinos. Se había llevado a cabo una acción que impediría todo tipo de acuerdo entre adversarios que eran ya enemigos. Y la gestión del presidente peruano naufragó junto con el viejo crucero, en la tarde del 2 de mayo.