Resulta prematuro formular un juicio definitivo sobre la Guerra de las Malvinas. Es cierto, sin embargo, que, a medida que transcurre eltiempo, se van aclarando los motivos que justifican la decisión de librarla y mejora la opinión respecto al desempeño que les cupo en ella a los argentinos. Hubo sin duda improvisaciones, algunas inevitables. Hubo falta de coordinación y hubo rivalidades entre las Fuerzas que participaron. Hubo torpezas y claudicaciones. Pero también hubo determinación para defender el honor nacional en juego, hubo acciones perfectamente ejecutadas y hubo, finalmente, repetidos actos de arrojo. Tal vez menos que todos aquellos calificados como heroicos por los panegiristas de nuestra actuación en el conflicto, quienes incluyen entre los mismos algunos que se redujeron al estricto cumplimiento del deber. Pero los suficientes para agregar un puñado de nombres a esa larga lista de héroes que jalonan, por fortuna, la Historia Argentina.
El Ejército pudo exhibir el comportamiento de numerosos oficiales jóvenes, algunos no egresados aún del Colegio Militar; de sus artilleros, helicopteristas y de sus compañÃas de comandos; de buena parte de sus suboficiales; y de numerosos soldados conscriptos, que se batieron como cuadra cuando contaron con mandos idóneos. La Armada desempeñó correctamente el rol que le estuvo asignado en la ocupación de Stanley, siendo dignas de destacarse la misión cumplida por el submarino “San Luisâ€, que atacó dos naves de la “Task Force†pese a estar fuera de servicio el sistema de computación que guiaba sus torpedos y logrando eludir luego el acoso de una flota, cuya misión en la NATO era, precisamente, antisubmarina; de la Aviación Naval, con sus “Super Etendardâ€; de oficiales de inteligencia, sumados a las tripulaciones de algunos pesqueros que se mezclaron con los buques enemigos; de los buzos tácticos y del Batallón 5 de InfanterÃa de Marina. La Fuerza Aérea asombró con el coraje de sus pilotos, tanto los que tripularon cazabombarderos como aviones de transporte. Correspondió, asimismo, un papel sumamente digno a los hombres de la GendarmerÃa Nacional que combatieron en tierra, y a los guardacostas de la Prefectura Naval, que llegaron al archipiélago ya establecido el bloqueo y desde uno de los cuales se derribó un “Harrierâ€, pese a hallarse en llamas después de sufrir varios ataques aéreos.
PasarÃan pocos años y, frente a las cámaras de la televisión inglesa, quien fuera subsecretario de Marina de los EE.UU. durante la contienda, John Lehman, reconocerÃa llanamente que Gran Bretaña habrÃa perdido la guerra si, abandonada a su suerte, no hubiera recibido ayuda abundante e incondicional por parte de los norteamericanos. Ayuda ésta que incluyó, entre tantas otras cosas, el suministro de los misiles “Side Winder†–aún en etapa experimental– cuya eficacia determinó un vuelco fundamental en las acciones.
El desencanto producido por la derrota ocasionó, no obstante, que los argentinos, pasando de la euforia a la depresión, juzgaran como negativo todo cuanto se relacionara con “La Batalla del Atlántico Sur†(que asà preferÃa llamarla el general Galtieri, pues señalaba que la guerra comenzó en 1833 y no concluirá hasta la recuperación de las islas y sus dependencias, incluyendo a éstas en la denominación genérica que proponÃa).
Contribuyó a difundir ese estado de ánimo la determinación del gobierno pues, a poco andar, iniciarÃa una campaña de “desmalvinización†tendiente a desacreditar la campaña y a borrar rápidamente su recuerdo, como asà también a sofocar la exaltación patriótica que generó en la población.
Dicho propósito fue puesto en práctica a partir del derrocamiento de Galtieri, que tuvo lugar el 17 de junio, mediante un golpe de Estado que se orquestó desde la embajada de los Estados Unidos y del cual participaron los generales en actividad y algún enlace civil.