desde 1900 hasta 1992
inicios de un largo año
 
 
Con motivo de las causas judiciales en trámite, referidas a actuaciones eventualmente irregulares durante la guerra antisubversiva, comienzan a ser citados oficiales de las tres Fuerzas para comparecer ante la justicia. Como esta situación irrita a los cuadros, a fin de disminuir la tensión ha sido aprobada una ley llamada “de punto final”. En ella se fija un plazo, a cuyo vencimiento no se podrá citar a nadie que no haya sido ya citado. Dicho plazo está corriendo a principios de 1987 y las citaciones se multiplican. Frecuentemente, los oficiales convocados quedan presos después de declarar. Y flota en el aire la posibilidad de que alguno de ellos se niegue a comparecer. Para el caso de concretarse ese supuesto, Alfonsín imparte enérgicas instrucciones apuntadas a que sean sancionados quienes no lo hagan.

En febrero son citados varios almirantes, que se muestran renuentes a presentarse. El almirante Arosa, jefe del Estado Mayor de la Armada (a la sazón, los Jefes de Estado Mayor reemplazan a los Comandantes en Jefe, pues tal cargo ha sido eliminado), insiste en que lo hagan y quedan detenidos. El Centro Naval difunde una declaración adversa a la política del gobierno en la materia y mantiene sus puertas entornadas en señal de duelo. Militares de uniforme asisten a los oficios que, en sufragio de los caídos durante la lucha contra el terrorismo, organiza FAMUS (“Familiares y Amigos de Muertos por la Subversión”). Corre marzo, cuando el presidente pronuncia un violento discurso en la localidad de Las Perdices, donde condena a “los fundamentalistas” y a “los nazis de siempre”.

Se producen grandes inundaciones en la provincia de Buenos Aires. El dólar escapa y cada uno vale ya dos australes. En abril de aquel año 87, durante una misa que se celebra por los muertos en la Guerra de las Malvinas, con asistencia de las autoridades nacionales, el vicario castrense, monseñor Medina, fustiga la corrupción que impera en el país. Presa aparentemente de gran indignación, el presidente Alfonsín sube al ambón y, desde allí, conmina a los presentes y a la población en general para que, cuando hablen de corrupción, presenten las pruebas necesarias para acreditarla. Según trasciende luego, Alfonsín conocía de antemano el texto de la homilía que habría de pronunciar monseñor Medina, lo cual lleva a inferir que su arrebato fue una reacción perfectamente calculada.

Las alusiones a corrupción y grandes negociados se intensifican por entonces. Algunas alcanzarían enorme difusión, entre otras las siguientes: la referida a “los pollos de Mazzorín”, una importación de tales aves presumiblemente innecesaria, que costó en su momento fuertes sumas al Estado y que las siguió insumiendo, en virtud del gasto que significó mantenerlas congeladas; “los préstamos del Banco Hipotecario”, distribuidos, según se decía, en forma dicrecional entre figuras con gravitación y harto solventes muchas de ellas, aunque el régimen que autorizaba su otorgamiento exigía que se los destinara a remediar situaciones de necesidad; “el escándalo de la Aduana”, a raíz del cual terminaría preso su Administrador, una vez concluido el gobierno de Alfonsín. No fueron éstos, sin embargo, los únicos casos que conmovieron a la opinión por esos años. Pues se mencionó, además, la necesidad de efectuar contribuciones tarifadas para poder llevar a buen término cualquier trámite oficial, indicándose como beneficiario de ellas a un sector interno del radicalismo, conocido como “la Coordinadora” (Junta Coordinadora Radical).

El 6 de abril, llegó nuevamente a la Argentina el Papa Juan Pablo II. Visitó muchas ciudades de la República, congregando muchedumbres que acudieron para vitorearlo y oír su voz pastoral. Concluyó su recorrida el día 12, con una inmensa concentración de fieles en la Avenida 9 de Julio.