desde 1492 hasta 1800
un mundo sin heladeras
 
 

Anciana friendo huevos (Diego Velazquez)

 

 

 

 

       En el siglo XV no había heladeras.

Tal detalle, aparentemente trivial, tiene una importancia decisiva en esta crónica.

Al no haber heladeras, resultaba muy difícil conservar los alimentos y la carne se pudría pronto. De modo que, para hacerla durar, se le ponía mucha sal y se la adobaba con “especias”, que demoraban la corrupción y disimulaban el mal olor que rápidamente adquirían las viandas. Hay que saber esos detalles a fin de comprender la relevancia que, por entonces, se asignaba a la pimienta, el clavo, la mostaza, el azafrán o la canela. De los cuales, hoy día, se nos importa un comino.

Las especias llegaban del Asia. De la India, la China, el Extremo Oriente. De donde llegaban, asimismo, la púrpura y el sándalo, la seda, el ámbar y las perlas dando lugar a un intenso comercio.

 

mundo conocido en 1414

 

Cabe tener en cuenta, además, que en el siglo XV tampoco existía el Canal de Suez, que permite pasar navegando del Mediterráneo al Mar Rojo y que recién excavaría Ferdinando de Lesseps a fines del siglo XIX. Si bien, en 1448, Bartolomé Díaz había descubierto el Cabo de las Tormentas –luego llamado de Buena Esperanza–, no se animó a doblarlo. Así que, para alcanzar el Extremo Oriente, era preciso realizar largas y peligrosas expediciones terrestres.

Resultaba fundamental, por lo tanto, hallar una ruta marítima que permitiera arribar a la India y volver con los buques cargados de especias para abastecer una Europa sin heladeras, donde la carne se echaba a perder velozmente. Y eso es lo que se propuso hacer Cristóbal Colón o Cristóforo Colombo, como lo llamaban sus paisanos de Génova.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Al finalizar el siglo XV, todavía quedaban castillos feudales. En ellos, a la hora de comer, las cosas sucedían más o menos así: se disponían largos tablones sobre caballetes, frente a la chimenea donde en invierno ardía un gran fuego. Sólo en los días de fiesta se colocaban manteles.

Los cubiertos reducíanse a la cuchara y un cuchillo, compartido por dos comensales, no utilizándose tenedores. Se comían quesos; paté de liebre o perdiz; anguilas, salmones y otros pescados bañados en salsas; carne de buey, de cerdo, de ciervo o jabalí; pasteles –a veces enormes– y frutas. 

El vino provenía de las viñas del señor del lugar. No se conocían las papas ni el café. Y no se fumaba después de comer, porque tampoco se conocía el tabaco. De tanto en tanto, un trovador errante pasaba por la comarca. Invitado por el castellano, cantaba extensos romances, acompañándose con su laúd.