desde 1492 hasta 1800
El Dorado
 
 

 

Buena parte de la exploración de América Meridional y Central se debió a la obstinada persecución de un mito: la búsqueda de El Dorado o Eldorado. Ocurría que el cacique de cierta tribu, cumpliendo un ritual religioso, todos los años se sumergía en las aguas de un lago luego de haberse cubierto el cuerpo con polvo de oro, hasta transformarse en un “hombre dorado”. Enterados los españoles de la existencia del áureo personaje se propusieron hallarlo, sin éxito. Bajo el acicate de la fantasía y la codicia, el hombre de oro fue más tarde una ciudad de oro, una laguna de oro, una montaña de oro, una región dorada que atrajo sucesivas expediciones organizadas para alcanzarlas. Algo parecido sucedería en el sur del continente con “La Ciudad de los Césares” y “Trapalanda”, de las que me ocuparé más adelante.

 

Otros mitos, que impulsaron repetidas incursiones, fueron los de “El árbol de la Salud” y “La Fuente de Juvencia”. Remedio infalible para toda dolencia las hojas de aquél; manantial éste capaz de devolver la lozanía y los bríos juveniles a quienes, privados de ellos por el paso implacable del tiempo, llegaran a chapotear en sus aguas. Dicen que la leyenda de “El árbol de la Salud” se relaciona con la existencia del guayacán, un ejemplar del Caribe provisto de modestas cualidades terapéuticas, ya que sólo sería eficaz para hacer bajar la fiebre. En cuanto a la restauradora fuente, se la buscó con empeño en el territorio de La Florida.