desde 1900 hasta 1992
Uriburu
 
 

El país recibe con alborozo la noticia del éxito revolucionario. Aunque, como suele ocurrir en estos casos, algunos disturbios se mezclan con las expresiones de júbilo. La casa de Yrigoyen es saqueada por el populacho. A raíz de lo cual José Félix Uriburu dicta un bando, donde hace saber que todo individuo que sea sorprendido cometiendo delitos contra la seguridad y bienes de los habitantes o que atente contra los servicios públicos, será pasado por las armas sin forma alguna de proceso.


El enérgico oficial que así se expresaba era salteño, nacido en 1868. Pertenecía a una vieja familia, con notoria influencia lugareña, que se extendió al ámbito nacional cuando don José Evaristo, tío del general, gobernara la República. Había alcanzado el más alto grado militar al ser promovido a Inspector General del Ejército –cargo éste equivalente al de Comandante en Jefe, hoy Jefe de Estado Mayor– hallándose retirado cuando comenzó a organizar la revolución. Tenía ideas renovadoras en materia política y social, particularmente respecto a las formas de representación, lo cual le valió la adhesión plena de los jóvenes nacionalistas, que se asomaran a la escena pública durante los últimos tramos de la gestión de Yrigoyen. Sobre este particular, pronto discrepará con el general Justo, que lo ha acompañado en la conspiración y que, contrariamente a él, bregará por una rápida vuelta al régimen constitucional, apoyado por los partidos políticos que Uriburu mira con recelo.


El gabinete del gobierno “de facto†queda así conformado: Matías G. Sánchez Sorondo (Interior), Ernesto Bosch (Relaciones Exteriores), Enrique Pérez (Hacienda), Ernesto E. Padilla (Justicia e Instrucción Pública), Horacio Beccar Varela (Agricultura), Octavio S. Pico (Obras Públicas), general Francisco Medina (Guerra) y almirante Abel Renard (Marina).


Al día siguiente de asumir el mando, Uriburu disolvió el Congreso Nacional, declaró “en comisión†al Poder Judicial y dispuso que los jefes de las guarniciones locales se hicieran cargo del gobierno en las provincias. La Corte Suprema, en una acordada que sentaría precedentes, reconoció al gobierno “de factoâ€. Subió la cotización del peso, apenas concluido el feriado cambiario dispuesto desde un primer momento.


Pronto los jefes de guarnición fueron reemplazados por interventores federales, en las distintas provincias. Carlos Ibarguren, primo y consejero de Uriburu, es interventor en Córdoba. Allí pronunciará una conferencia que ha de tener gran repercusión: señaló que el desorden que caracterizó al gobierno radical no se debía sólo a los hombres sino a las instituciones y que, por lo tanto, era preciso reformar éstas; propuso sustituir a quienes practicaban el “profesionalismo electoral†por “representantes de los verdaderos intereses sociales†y expresó que en el parlamento también debían tener cabida los “gremios y corporacionesâ€.


Para concretar estas ideas y llevar a cabo el cambio deseado, Uriburu se propone reformar la Constitución Nacional. Tal reforma es resistida por los partidos, incluso por los que han acompañado a la revolución (Demócrata Progresista, Socialista Independiente, Conservador) y que aspiran a un veloz retorno de la normalidad institucional, una vez removido Yrigoyen. Suponen que bastará el recuerdo de su reciente desempeño para que nadie vote a los radicales “personalistasâ€. Matías Sánchez Sorondo, ministro del Interior, es fiel a Uriburu y observa con interés las nuevas ideas que se difunden por el mundo pero, a la vez, es un político de partido, que seguirá actuando como tal. Piensa, en consecuencia, que se debe llamar sin demora a elecciones para conformar un nuevo parlamento, si bien postergando la de presidente y vice.


Las intenciones reformistas del general lo alejan de los políticos que, como se dijo, encuentran apoyo en Justo. Los nacionalistas están con Uriburu, contra los políticos y Justo. Al calor oficial se fundará la “Legión Cívicaâ€, cuyos integrantes recibirán instrucción militar en los cuarteles y llegarán a desfilar por las calles porteñas, con uniforme gris, breeches, botas y birrete: entre ellos mi padre, Luis F. Gallardo, que lo hizo como abanderado de esas escuadras.


Uriburu desea que quien lo suceda, una vez efectuadas las transformaciones que ambiciona concluir, sea su amigo Lisandro de la Torre. Ambos se distanciarán, no obstante, y de la Torre atacará al gobierno revolucionario.