desde 1800 hasta 1851
una Constitución unitaria
 
 
Mientras tanto, el Congreso se ocupaba de redactar una constitución para la nueva nación. El proyecto se empezó a tratar en julio del 18, sancionándose en abril de 1819. Se trataba de una constitución unitaria, donde el Poder Ejecutivo estaría a cargo de un Director de Estado elegido por 5 años, mientras el Legislativo los formarían dos Cámaras, una de Representantes y otra de Senadores, creándose una Alta Corte de Justicia con 7 jueces y 2 fiscales. Preveía asimismo la flamante constitución un ceremonial preciso y algo rimbombante, propio de la época.

Acabo de decir que la constitución de 1819 era unitaria, ya que se establecía en ella un poder centralizado, con asiento en Buenos Aires. Y ello no se avenía con los deseos de los caudillos, cuya influencia comenzaba a hacerse sentir en el interior, particularmente en los “Pueblos Libres” que respondían a Artigas y a Estanislao López, quien mandaba en Santa Fe. De manera que ya se iban insinuando claramente en la Argentina dos vertientes que la dividirían por mucho tiempo: unitarios y federales.

Conviene detenerse brevemente en este punto para, de aquí en más, entendernos al respecto. Pues, en rigor de verdad, los desencuentros entre unitarios y federales vienen de antes y continuarán después de que ambas denominaciones cobraran significación definitoria. Responden, en efecto, a dos maneras de ser, a dos formas de entender el país profundamente diferentes, en las cuales creyeron con convicción aquellos que militaron en uno y otro bando.

Los federales son gente apegada a su tierra, que otorga mayor importancia a la experiencia que a la ilustración, práctica y poco amiga de novedades, cuya idea de la patria se funda en realidades concretas y en arraigados afectos, contándose entre sus figuras más destacadas hombres que mandan en sus pagos como patriarcas criollos. Los unitarios, en cambio, son por lo general personas ilustradas, deseosas de servir a su país dotándolo con las instituciones que los tratadistas del momento consideran óptimas para asegurar el progreso y la prosperidad; el patriotismo, que comparten con sus adversarios federales, lo fundan en un concepto abstracto y, con frecuencia, las figuras más importantes de entre ellos tienen a la ciudad como ámbito para su actuación. Prima entre los federales el pálpito y la pausa; entre los unitarios, el culto a la razón y el arrebato.

Aún corriendo el riesgo cierto de incurrir en ligereza, se me hace que Irala hubiera sido federal y Alvar Núñez unitario; unitario Moreno y federal Saavedra; federales los “chupandinos” y unitarios los “pandilleros”; unitario el almirante Rojas y federal el general Lonardi. Prolongándose la oposición hasta hoy, sin que esta mención implique descalificar a unos y ensalzar a otros, sino que procura, sencillamente, presentar una singular dicotomía que corre a lo largo de nuestra Historia, marcándola con un trazo tantas veces sangriento.